Las Siete Iglesias del Apocalipsis:
"Ni Frío Ni Caliente"
Por: Hno. Francisco Velázquez Cruz
Por: Hno. Francisco Velázquez Cruz
Introducción
En el insondable lienzo del Libro de Apocalipsis, una carta dirigida a la iglesia de Laodicea destaca como un espejo de advertencia para cada alma que busca la Verdad Divina. En el corazón de Anatolia, una ciudad próspera y autocomplaciente se enfrenta a la firme condena del mismo Cristo, quien se presenta como “el Amén, el Testigo Fiel y Verdadero, el Principio de la creación de Dios” (Apocalipsis 3:14). No obstante, la ciudad que presumía de riquezas materiales es acusada de ser “ni fría ni caliente” (Apocalipsis 3:15), una descripción vívida de su estado espiritual tibio que desencadena la amonestación del Salvador.
Imaginen el Drama Celestial mientras el Creador señala con claridad su desdén por una fe apática. La iglesia de Laodicea, envuelta en su propia complacencia, no comprendía que su tibieza espiritual provocaba náuseas en el mismo Cristo, llevándolo al punto de proclamar: “¡Ojalá fueses frío, o caliente!” (Apocalipsis 3:15). Estas palabras resuenan a lo largo de los siglos, desafiando a cada creyente a evaluar su propio fervor espiritual en medio de un mundo que constantemente intenta enfriar la llama de la pasión por Dios.
A medida que desentrañamos los versículos que componen esta Epístola Divina, nos adentraremos en los corredores de Laodicea, una iglesia cuyas obras contrastan con su autopercepción, una congregación que despierta la amonestación del Salvador. En esta búsqueda profunda, descubriremos no solo la dura reprimenda de Cristo, sino también la invitación esperanzadora a la restauración y la promesa de compartir en Su Trono para aquellos que superan la tibieza espiritual. La Iglesia de Laodicea nos desafía hoy a enfrentar con valentía la realidad de nuestra propia relación con Dios y a buscar una pasión espiritual ardiente que resuene con el corazón mismo del Amén, el Testigo Fiel y Verdadero.
Apocalipsis 3:14-22:
14Y escribe al ángel de la iglesia en LAODICEA: He aquí dice el Amén, el Testigo Fiel y Verdadero, el Principio de la creación de Dios:
15Yo conozco tus obras, que ni eres frío, ni caliente. ¡Ojalá fueses frío, o caliente!
16Mas porque eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de Mi Boca.
17Porque tú dices: Yo soy rico, y estoy enriquecido, y no tengo necesidad de ninguna cosa; y no conoces que tú eres un cuitado y miserable y pobre y ciego y desnudo;
18Yo te amonesto que de Mí compres oro afinado en fuego, para que seas hecho rico, y seas vestido de vestiduras blancas, para que no se descubra la vergüenza de tu desnudez; y unge tus ojos con colirio, para que veas.
19Yo reprendo y castigo a todos los que amo: sé pues celoso, y arrepiéntete.
20He aquí, Yo estoy a la puerta y llamo: si alguno oyere Mi Voz y abriere la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo.
21Al que venciere, Yo le daré que se siente Conmigo en Mi Trono; así como Yo he vencido, y me he sentado con mi Padre en Su Trono.
22El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias.
Contexto Histórico, Geográfico y Simbólico
Laodicea, ubicada en la región de Frigia en Asia Menor (actual Turquía), emergió como una próspera ciudad con un trasfondo histórico y geográfico fascinante. Fundada por Antíoco II en el siglo III a.C., Laodicea se convirtió en un centro vital de comercio y finanzas durante la época romana. Su posición estratégica en la intersección de importantes rutas comerciales contribuyó a su éxito económico.
La ciudad destacaba en la producción de lana negra, particularmente renombrada en la confección de vestiduras. Laodicea también era conocida por su producción de colirio, una sustancia medicinal utilizada para tratar afecciones oculares. Sin embargo, a pesar de sus logros materiales, la ciudad carecía de una fuente de agua propia. En lugar de depender de manantiales locales, Laodicea recibía agua caliente de Hierápolis y agua fría de Colosas a través de intrincados sistemas de acueductos. Este contexto hidráulico proporciona un telón de fondo vital para entender las metáforas empleadas en el mensaje a la iglesia.
La alusión a las aguas tibias de Laodicea no era meramente descriptiva, sino que llevaba consigo un simbolismo espiritual. Hierápolis, conocida por sus aguas termales curativas, y Colosas, con sus aguas frescas y revitalizantes, eran ciudades vecinas que contribuían al bienestar físico. Pero Laodicea, con sus aguas tibias, carecía de los beneficios refrescantes o terapéuticos asociados con el calor o la frescura.
Jesús utiliza esta metáfora para ilustrar la tibieza espiritual de la iglesia en Laodicea. Así como las aguas tibias carecían de utilidad y propósito definidos, una fe tibia carece de la vitalidad y la pasión necesarias para el servicio a Dios. La tibieza espiritual, como las aguas tibias, resulta insípida y estancada, incapaz de satisfacer las necesidades espirituales y de contribuir a la salud del alma.
Laodicea no solo era próspera económicamente, sino que también se enorgullecía de su riqueza material. La mención que dice: “Yo soy rico, y estoy enriquecido, y no tengo necesidad de ninguna cosa” (Apocalipsis 3:17), resalta la complacencia y la autoconfianza que la prosperidad material había engendrado en la iglesia.
Esta riqueza material, lejos de ser una bendición, se convirtió en una barrera espiritual. Laodicea, al igual que su ciudad, estaba en peligro de volverse inútil y desprovista de lo esencial. La autocomplacencia en la riqueza se manifestó como desnudez espiritual, la falta de la vestidura blanca de la justicia de Cristo.
Laodicea, inmersa en su prosperidad y comodidad material, se enfrentó a una grave crisis espiritual. La tibieza de su fe y su confianza en la prosperidad terrenal la hicieron vulnerable a la amonestación Divina. El simbolismo del agua, la prosperidad material y las metáforas utilizadas por Jesús revelan un mensaje intenso y urgente que resuena a través de los siglos, llamando a la reflexión y al arrepentimiento. En este contexto histórico, geográfico y simbólico, el mensaje a Laodicea adquiere una profundidad significativa, recordándonos que la prosperidad material no garantiza una riqueza espiritual, y que una fe tibia es tan insatisfactoria como las aguas tibias que fluyeron por las tuberías de esta antigua ciudad.
Versículo 14:
14Y escribe al ángel de la iglesia en LAODICEA: He aquí dice el Amén, el Testigo Fiel y Verdadero, el Principio de la Creación de Dios
Este versículo sirve como el preámbulo de la condena y el llamado a la iglesia de Laodicea, y su riqueza escritural es profunda y significativa. La elección de tres títulos majestuosos revela la Autoridad, la Fidelidad y el rol Creativo de Jesucristo en la relación con Su iglesia.
1. El Amén: En la cultura bíblica, el término “Amén” iba más allá de ser una simple palabra de cierre de oraciones. Aquí, se presenta como un Título que encapsula la verdad y la confirmación. Cristo, como el Amén, es la encarnación misma de la verdad y la certeza. Su Palabra es firme, inmutable e inquebrantable. En un contexto donde la iglesia de Laodicea se aferraba a la falsa seguridad, este título resuena como un recordatorio de que solo en Cristo encontramos fundamentos sólidos y verdaderos.
2. El Testigo Fiel y Verdadero: Este Título destaca la fidelidad y la veracidad de Cristo como testigo. La iglesia de Laodicea, que se jactaba de riquezas, se encontraba cegada a su propia realidad espiritual. Sin embargo, Cristo, como Testigo Fiel y Verdadero, no solo ve las acciones externas, sino que penetra en lo más profundo del corazón humano. Su Testimonio es infalible, revelando no solo lo que se hace, sino también la autenticidad de las motivaciones detrás de las acciones. Ante un auditorio que se engaña a sí mismo, Cristo emerge como el Testigo Divino que desnuda la verdad más profunda.
3. El Principio de la Creación de Dios: Esta designación resalta la Divinidad y la Preeminencia de Cristo en la Creación. No solo es parte de la Creación, sino que es el Principio mismo. En un contexto donde la iglesia de Laodicea se enfocaba en sus posesiones terrenales, Cristo se revela como el origen de todo lo creado. Su Autoridad no se limita a lo Espiritual, sino que se extiende a la totalidad de la existencia. En este Título, Laodicea es llamada a reconocer la soberanía de Aquel que es el fundamento y la esencia de la creación.
En este versículo 14 se establece la base de la corrección que sigue, recordando a Laodicea que Cristo es la Fuente de Verdad, el Testigo de cada corazón y el Principio de todo lo creado. Ante tal revelación, la iglesia no puede persistir en su engaño y complacencia. Es una invitación a volver a la esencia misma de la fe, reconociendo a Cristo como el Amén, el Testigo Fiel y Verdadero, y el Principio de la Creación de Dios.
Versículo 15:
15Yo conozco tus obras, que ni eres frío, ni caliente. ¡Ojalá fueses frío, o caliente!
Este versículo revela la profunda comprensión que Cristo tiene de la Realidad Espiritual de la Iglesia de Laodicea. La metáfora del calor, frío y tibieza se convierte en un eco vibrante que resuena a través de los corredores de esta carta, marcando la línea divisoria entre la autenticidad y la mediocridad espiritual.
1. Ni Eres Frío Ni Caliente: El término “frío” y “caliente” no solo alude a la temperatura física, sino que proporciona una imagen poderosa de estados espirituales extremos. “Frío” podría representar la indiferencia o la falta de compromiso con la fe, mientras que “caliente” simboliza la pasión, la devoción y el fervor espiritual. La llamativa dual entre estas dos condiciones opuestas subraya la polaridad deseada por Cristo. La tibieza, en este contexto, se presenta como una posición peligrosa y desagradable. Mientras que el frío y el calor son expresiones claras de identidad espiritual, la tibieza se desdibuja en la mediocridad, careciendo de la fuerza transformadora que define a una fe auténtica.
2. ¡Ojalá Fueses Frío o Caliente!: La exclamación apasionada de Cristo revela Su preferencia por la claridad en la devoción. La tibieza, que yace en el intermedio, despierta en Cristo un anhelo por una elección definida. La indiferencia o el ardor espiritual pueden abordarse, confrontarse y redirigirse, pero la tibieza representa una posición más difícil de transformar. Cristo no busca una fe diluida ni un compromiso a medias. Su deseo es claro: una devoción ardiente o un reconocimiento honesto de la necesidad de cambio.
Este versículo despierta una reflexión profunda sobre la naturaleza de nuestra propia relación con Dios. Nos confronta con la realidad de nuestras obras y revela que la tibieza espiritual no pasa desapercibida ante los Ojos de Cristo. La invitación a ser “frío o caliente” nos desafía a examinar la sinceridad de nuestra fe, a dejar atrás la complacencia y a abrazar una relación que refleje un compromiso genuino y una pasión inquebrantable por el Señor. En última instancia, este llamado resonante trasciende el contexto de Laodicea para interpelar a cada creyente, invitándonos a elegir la claridad en nuestra devoción y a buscar una conexión más profunda con el divino Amén que nos llama a un compromiso auténtico.
Versículo 16:
16Mas porque eres tibio, y no frío ni caliente, te vomitaré de mi boca.
Este versículo, cargado de imágenes fuertes y repulsivas, pinta una escena impactante que refleja la aversión de Cristo hacia la tibieza espiritual. La analogía del vómito no solo ilustra la reacción divina ante la mediocridad, sino que también enfatiza la seriedad de la situación y las consecuencias de una fe tibia.
1. Tibieza: Un Rechazo Espiritual: La tibieza es presentada como algo más que una simple desilusión. La falta de compromiso espiritual es tan repugnante a los Ojos de Cristo que la comparación con el vómito destaca su rechazo absoluto. Este acto de expulsión simboliza la separación radical que resulta de una fe superficial. La iglesia de Laodicea, complacida en su autopercepción equivocada, es confrontada con la realidad de ser rechazada por el mismo Salvador que anhelaba una relación genuina.
2. La Severidad del Descontento Divino: La elección de la metáfora del vómito transmite la severidad del descontento de Cristo. No es una simple crítica; es una acción que sugiere disgusto y desagrado extremos. En un contexto donde la iglesia se enorgullecía de sus logros terrenales, este pronunciamiento de Cristo sirve como un recordatorio ineludible de que la complacencia espiritual provoca repulsión divina. La tibieza es inaceptable, y la imagen del vómito destaca la urgencia de una transformación espiritual radical.
Este versículo nos invita a considerar la gravedad de la tibieza en nuestra propia relación con Dios. Nos desafía a examinar si nuestra fe es apasionada y comprometida o si nos hemos conformado con una superficialidad que desencadenaría el disgusto del mismo Cristo. La advertencia de ser "vomitado de Su boca" es una llamada urgente a la reflexión y al arrepentimiento. La Iglesia de Laodicea, en su repugnante tibieza, sirve como un espejo en el que cada creyente debe contemplar la sinceridad de su propia devoción, recordando que el Salvador anhela una relación profunda y auténtica que no se contenta con la mediocridad.
Versículo 17:
17Porque tú dices: Yo soy rico, y estoy enriquecido, y no tengo necesidad de ninguna cosa; y no conoces que tú eres un cuitado y miserable y pobre y ciego y desnudo;…
Este versículo desentraña la autoimagen engañosa de la Iglesia de Laodicea, que, envuelta en sus logros materiales, se ve confrontada con la realidad espiritual de su desnudez y pobreza. La ironía de sus afirmaciones contrasta con la Evaluación Divina, revelando la desconexión entre la percepción humana y la Realidad Espiritual.
1. La Falsa Seguridad en las Riquezas Materiales: El verso comienza exponiendo la arrogancia de Laodicea al afirmar: “Yo soy rico, y estoy enriquecido, y no tengo necesidad de ninguna cosa”, esta autocomplacencia refleja la confianza en las riquezas materiales, que eran una realidad evidente en la próspera ciudad de Laodicea. Sin embargo, Cristo desmantela esta falsa seguridad al revelar que la verdadera riqueza no se mide en monedas terrenales, sino en la relación con Él. La iglesia, al centrarse en sus logros materiales, ha perdido de vista su necesidad espiritual.
2. La Verdadera Condición Espiritual: Desventurado, Miserable, Pobre, Ciego y Desnudo: La corrección divina llega con una lista impactante de descriptores que contrastan con la supuesta riqueza de Laodicea. Cristo proclama que, a pesar de su afirmación de autosuficiencia, la iglesia es “desventurada, miserable, pobre, ciega y desnuda.” Cada término pinta un cuadro de la condición espiritual real de Laodicea: su desventura revela su falta de fortuna eterna, su miseria señala la ausencia de la verdadera alegría espiritual, su pobreza expone la carencia de tesoros celestiales, su ceguera destaca la falta de discernimiento espiritual, y su desnudez ilustra la ausencia de la justicia de Cristo que cubre las faltas.
Esta confrontación directa no solo desmantela la confianza errónea de Laodicea en sus logros terrenales, sino que también revela la necesidad apremiante de una transformación espiritual. La advertencia de Cristo es un llamado a reconocer la verdadera condición del alma y a apartarse de la autocomplacencia que nubla la visión espiritual. La riqueza real no reside en la abundancia material, sino en una conexión profunda y genuina con el Salvador. La Iglesia de Laodicea, al igual que cada creyente, es desafiada a despojarse de la ilusión de la autosuficiencia y a abrazar la verdadera riqueza que solo se encuentra en una relación viva con el Amén, el Testigo Fiel y Verdadero.
Versículo 18:
18Yo te amonesto que de Mí compres Oro afinado en Fuego, para que seas hecho rico, y seas vestido de Vestiduras Blancas, para que no se descubra la vergüenza de tu desnudez; y unge tus ojos con colirio, para que veas.
Este versículo revela el Consejo Divino de Cristo a la Iglesia de Laodicea, ofreciendo una Solución Divina para superar su desnudez espiritual y empobrecimiento. Las metáforas de Oro Afinado, Vestiduras Blancas y colirio se entrelazan para pintar un cuadro impactante de la transformación que Cristo desea para Su pueblo.
1. Compra Oro Refinado en Fuego: La instrucción de comprar “Oro afinado en Fuego” contrasta con la confianza en las riquezas terrenales. Este Oro Afinado simboliza la fe purificada a través de las pruebas y las dificultades. En las Escrituras, el fuego representa la purificación, y el oro afinado es un símbolo de una fe que ha resistido las pruebas y ha emergido más fuerte y más valiosa. Cristo aconseja a Laodicea que adquiera una fe genuina que solo puede venir a través del proceso de purificación, desprendiéndose de la superficialidad y abrazando una relación auténtica con Él.
2. Vestiduras Blancas para Vestirte: Las “Vestiduras Blancas” son un símbolo recurrente en la Biblia que representa la justicia y la pureza que Cristo otorga a aquellos que confían en Él. La desnudez espiritual de Laodicea, revelada en el versículo anterior, es abordada con la Provisión Divina de Vestiduras Blancas. Este simbolismo destaca la necesidad de la justicia de Cristo que cubre las faltas y transforma la vergüenza en honor. Las Vestiduras Blancas no solo ofrecen protección y cobertura, sino que también simbolizan la renovación espiritual y la reconciliación con Dios.
3. No Se Descubra la Vergüenza de tu Desnudez: La imagen de la desnudez y la vergüenza destaca la vulnerabilidad espiritual de Laodicea. Cristo, en Su Consejo amoroso, busca proteger a la iglesia de la vergüenza asociada con su desnudez. La solución no es simplemente la adquisición de riquezas terrenales, sino la recepción de la Provisión Divina que cubre las deficiencias y restaura la dignidad espiritual.
4. Unge tus Ojos con Colirio para que Veas: El “colirio” mencionado simboliza la necesidad de claridad espiritual y discernimiento. La ceguera espiritual de Laodicea debe ser abordada mediante la aplicación del Colirio Divino que abre los ojos a la realidad espiritual. Este consejo apunta a la importancia de ver la verdad de la condición espiritual y reconocer la necesidad de cambio.
Este Consejo Divino revela la compasión y la paciencia de Cristo hacia Su iglesia. En lugar de simplemente condenar, ofrece soluciones prácticas y transformadoras. La Iglesia de Laodicea, y por extensión cada creyente, es llamada a intercambiar la superficialidad por la autenticidad, las riquezas terrenales por la riqueza espiritual, la vergüenza por la justicia de Cristo y la ceguera por la claridad espiritual. Es un llamado a la compra Divina que solo puede realizarse a través de una entrega humilde y una dependencia continua de Aquel que ofrece todo lo necesario para la restauración espiritual.
Versículo 19:
19Yo reprendo y castigo a todos los que amo: sé pues celoso, y arrepiéntete.
Este versículo encapsula la Naturaleza Amorosa y Disciplinaria de Cristo hacia Su iglesia. La amonestación Divina se presenta como un Acto de Amor, destacando la relación íntima entre el reprender y el amar. Además, el llamado a la acción, expresado en la exhortación a ser celoso y a arrepentirse, revela la urgencia de una respuesta adecuada ante la Corrección Divina.
1. Reprendo y Castigo a Todos los que Amo: La declaración inicial revela una verdad fundamental sobre el carácter de Dios. La reprobación y el castigo, lejos de ser expresiones de ira descontrolada, son Actos de Amor. La Disciplina Divina tiene como objetivo corregir, moldear y restaurar a aquellos a quienes Dios ama. La naturaleza misma del Amor Divino impulsa a Cristo a intervenir cuando Su pueblo se desvía. Esta perspectiva desafía la percepción a menudo errónea de la disciplina como un castigo punitivo y recalca su intención redentora.
2. Sé, Pues, Celoso: La exhortación a ser celoso no es una simple observación, sino un llamado a la acción. El celo aquí implica un ardor y una pasión por la verdad y la fidelidad a Dios. La Iglesia de Laodicea es desafiada a despertar un celo espiritual que tal vez había disminuido en medio de su complacencia. La apatía espiritual no puede resistir el fuego del celo genuino. Cristo insta a la iglesia y a cada creyente a anhelar una conexión apasionada con Él, superando la mediocridad espiritual con una devoción ardiente.
3. Arrepiéntete: La llamada al arrepentimiento resuena a lo largo de las Escrituras como un llamado constante de Dios a Su pueblo. Aquí, en el contexto de Laodicea, el arrepentimiento es esencial para la restauración. La autocomplacencia y la confianza en las riquezas materiales deben ser reemplazadas por un cambio de corazón genuino. Cristo no solo señala el problema, sino que ofrece la solución: el arrepentimiento. Este acto implica un cambio de dirección, una renuncia a la complacencia y una vuelta a la pasión y devoción a Cristo.
Este versículo 19 revela el Equilibrio Divino entre Amor y Disciplina. Cristo reprende porque ama y castiga para corregir. La exhortación al celo y al arrepentimiento es un llamado a una transformación profunda y duradera. La Iglesia de Laodicea, y cada creyente, es desafiada a ver la Disciplina Divina no como una muestra de rechazo, sino como una expresión de amor que busca restaurar la comunión y la devoción.
Versículo 20:
20He aquí, Yo estoy a la puerta y llamo: si alguno oyere Mi Voz y abriere la puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él Conmigo.
Este versículo presenta una imagen conmovedora y esperanzadora de la paciencia y la Disposición Divina para restaurar la comunión con aquellos que responden a la llamada de Cristo. La metáfora de la puerta y el llamado a la comunión íntima revelan la persistencia del Salvador en buscar una relación profunda y significativa con Su pueblo.
1. Yo Estoy a la Puerta y Llamo: La Imagen de Cristo esperando a la puerta simboliza Su presencia constante y Su disposición para interactuar con aquellos que aún no han respondido a Su llamado. Por otro lado, esta misma Imagen del Señor representa la expulsión de Cristo de la vida de cada persona y de la iglesia. A pesar de la tibieza, la rebeldía previas , Cristo se encuentra allí, llamando con paciencia y gracia. Este cuadro destaca la naturaleza amorosa y persistente de Dios, que busca activamente restaurar la relación rota.
2. Si Alguno Oye mi Voz y Abre la Puerta: La llamada divina no es solo un monólogo; es un diálogo que requiere una respuesta consciente. La condición para la restauración espiritual implica dos acciones fundamentales: escuchar y abrir la puerta. El llamado de Cristo no fuerza la entrada, sino que invita a una respuesta voluntaria. Aquellos que reconocen Su voz y responden con un corazón abierto experimentarán la entrada Divina.
3. Entraré a Él, y Cenaré con Él, y Él Conmigo: La promesa de entrar y cenar juntos simboliza la comunión íntima y restaurada entre Cristo y el individuo arrepentido. La imagen de compartir una comida refleja la intimidad, la amistad y la comunión compartida. Cristo no solo ofrece perdón y reconciliación, sino también la promesa de una relación cercana y significativa. La metáfora de la cena indica la culminación de la restauración espiritual, donde el creyente se encuentra en comunión con su Salvador.
Este versículo revela la esperanza en medio de la corrección y la disciplina. A pesar de la severidad de las palabras anteriores, Cristo se presenta como el Salvador que persiste en buscar y restaurar la relación con Su pueblo. Si la puerta está cerrada, la llamada de Cristo persiste. La invitación a la comunión íntima resuena como un llamado a la reconciliación y la restauración, recordándonos que incluso en nuestros momentos de mayor alejamiento, Cristo sigue llamando a la puerta de nuestros corazones, esperando pacientemente una respuesta de arrepentimiento y devoción.
Versículo 21:
21Al que venciere, Yo le daré que se siente Conmigo en Mi Trono; así como Yo he vencido, y Me he sentado con mi Padre en Su Trono.
Este versículo culmina con una promesa gloriosa y alentadora para aquellos que superan la tibieza espiritual y responden a la llamada de Cristo. La imagen de compartir el Trono con Él no solo simboliza la recompensa para los vencedores, sino que también refleja la participación en la victoria misma de Cristo y en Su Posición Divina.
1. Al que Venciere: La promesa comienza con la condición de vencer. Este concepto de victoria implica superar las adversidades espirituales, la complacencia y cualquier barrera que impida una relación más profunda con Cristo. La vida cristiana se presenta como una batalla espiritual, y aquellos que perseveran y superan son reconocidos como vencedores.
2. Le Daré que se Siente Conmigo en mi Trono: La recompensa es extraordinaria: la participación en el Trono de Cristo. Esta imagen va más allá de la simple concesión de un lugar; implica compartir en el Reinado y la Autoridad de Cristo. Es una expresión de intimidad, honor y unión con el mismo Salvador. La Promesa refleja el Deseo Divino de no solo perdonar y restaurar, sino de elevar al creyente a una posición de honor y gloria.
3. Así Como Yo He Vencido, y Me He Sentado con Mi Padre en su Trono: La Promesa se refuerza al recordar la propia Victoria de Cristo y Su Posición en el Trono del Padre. La conexión entre la victoria de Cristo y la promesa para los vencedores resalta la participación directa de los creyentes en la Obra Redentora de Cristo. Es una invitación a compartir en la gloria y la exaltación que Cristo mismo experimentó después de Su Victoria sobre el pecado y la muerte.
Este versículo ofrece una perspectiva asombrosa sobre la recompensa que aguarda a aquellos que, a pesar de las luchas y caídas, perseveran en la fe. La promesa de compartir el trono con Cristo no solo habla de la generosidad Divina, sino también de la íntima relación que se desarrolla entre el Salvador y el creyente. Es un recordatorio de que nuestra fidelidad en la tierra tiene implicaciones eternas, y la victoria en Cristo nos lleva a participar en la plenitud de Su Reino.
Versículo 22:
22El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias.
Este último versículo del mensaje a Laodicea refuerza la urgencia y la importancia de la Exhortación Divina. La repetición de esta frase al final de cada carta a las iglesias en Apocalipsis destaca la universalidad de los mensajes y la relevancia continua para la Iglesia en todos los tiempos.
1. El Que Tiene Oído: La frase “el que tiene oído” se presenta como una llamada a la atención espiritual. No se refiere solo a la capacidad física de oír, sino a la disposición espiritual de escuchar y entender la Voz de Dios. Este llamado destaca la responsabilidad individual de cada creyente de prestar atención y la instrucción Divina y de responder a la Voz del Espíritu.
2. Oiga lo que el Espíritu Dice a las Iglesias: La repetición de esta frase en cada carta refleja la relevancia universal de los mensajes Divinos para todas las congregaciones a lo largo del tiempo. La Voz del Espíritu no está limitada a una época o a una iglesia específica, sino que sigue resonando a lo largo de la historia de la Iglesia en general. Cada mensaje dirigido a las iglesias en Apocalipsis es, por lo tanto, un llamado continuo a la fidelidad, la obediencia y la renovación espiritual.
Este versículo sirve como un recordatorio final y solemne de que la Palabra de Dios, transmitida por el Espíritu Santo, no debe ser ignorada ni pasada por alto. La invitación a “oír” es más que un acto físico; es una disposición del corazón para recibir, entender y obedecer la Revelación Divina. El llamado resuena no solo en los oídos físicos, sino en el corazón y el alma de cada creyente y de la Iglesia en su conjunto. La Voz del Espíritu sigue hablando hoy, invitando a la obediencia, la renovación y la devoción apasionada a Cristo. Este versículo no solo concluye la carta a Laodicea, sino que también persiste como una exhortación perenne a toda la Iglesia a prestar atención y responder a la Voz Divina.
17Y el Espíritu y la Esposa dicen: Ven. Y el que oye, diga: Ven. Y el que tiene sed, venga: y el que quiere, tome del agua de la vida de balde.
[Apocalipsis 22:17]
Conclusión
En el viaje a través de las palabras conmovedoras dirigidas a la iglesia de Laodicea, encontramos una advertencia divina que resuena a través de los siglos: “Ni frío ni caliente.” Esta exhortación no es simplemente una censura a una congregación antigua, sino un eco que reverbera en los corazones de cada creyente y de la Iglesia en la actualidad.
Este señalamiento de ser “frío o caliente” trasciende la mera temperatura espiritual; es una invitación a la autenticidad y la pasión en nuestra relación con Dios. La tibieza espiritual, esa mediocridad peligrosa que no compromete ni rechaza, se presenta como el mayor obstáculo para experimentar la plenitud de la comunión con Cristo.
La imagen de Cristo esperando a la puerta y llamando con paciencia resuena como un recordatorio de que, incluso en nuestras peores caídas y momentos de alejamiento, Él sigue llamando, esperando que abramos la puerta de nuestro corazón nuevamente.
La promesa a aquellos que superan la tibieza es un destello de esperanza y una llamada a la victoria. No solo se nos llama a vencer, sino que se nos ofrece la asombrosa posibilidad de compartir el Trono con Cristo, de participar en Su Victoria y Gloria Eternas.
La frase final, “El que tiene oído, oiga lo que el Espíritu dice a las iglesias”, resuena como un eco que nos sigue, recordándonos que la voz del Espíritu sigue hablando. No ignoremos la advertencia divina ni subestimemos la llamada a una devoción apasionada.
La tibieza no tiene cabida en la travesía espiritual. Que cada latido de nuestro corazón, cada suspiro de nuestra alma, responda al llamado divino: ser ardientes en nuestra devoción, auténticos en nuestra entrega y apasionados en nuestra búsqueda de la presencia de Aquel que nos llama a un compromiso que transforma toda la existencia.
Que la Iglesia, hoy y siempre, no se conforme con la complacencia, sino que busque fervientemente ser aquella que refleje el Calor Divino en un mundo que anhela la autenticidad y la verdad. La elección es clara: frío o caliente. Que nuestra respuesta resuene con un eco eterno que proclame nuestra rendición a un amor que nunca se rinde y a un Salvador que siempre llama.
Que el Amén, el Testigo Fiel y Verdadero, el Principio de la Creación de Dios; el Señor Jesucristo, ¡continúe bendiciéndote hoy, mañana y siempre! ¡Amén!
Introduction
On the unfathomable canvas of the Book of Revelation, a letter addressed to the Laodicean church stands as a mirror of warning to every soul seeking Divine Truth. In the heart of Anatolia, a prosperous and self-indulgent city faces the firm condemnation of Christ himself, who presents himself as "the Amen, the faithful and true witness, the beginning of God's creation" (Revelation 3:14). However, the city that boasted of material riches is accused of being "neither cold nor hot" (Revelation 3:15), a vivid description of its lukewarm spiritual state that triggers the Savior's admonition.
Imagine the Celestial Drama as the Creator clearly signals His disdain for apathetic faith. The Laodicean church, wrapped in its own complacency, did not understand that its spiritual lukewarmness made Christ Himself nauseous, leading Him to proclaim, "Would that you were cold, or hot!" (Revelation 3:15). These words resonate throughout the centuries, challenging every believer to assess their own spiritual fervor in the midst of a world that constantly tries to quell the flame of passion for God.
As we unravel the verses that make up this Divine Epistle, we will enter the corridors of Laodicea, a church whose works contrast with its self-perception, a congregation that awakens the Savior's admonition. In this deep search, we will discover not only Christ's harsh rebuke, but also the hopeful invitation to restoration and the promise to share on His Throne for those who overcome spiritual lukewarmness. The Laodicean Church challenges us today to courageously face the reality of our own relationship with God and to seek a fiery spiritual passion that resonates with the very heart of the Amen, the Faithful and True Witness.
Revelation 3:14-22:
14 And he writes to the angel of the church in Laodicea, "Behold, saith the Amen, the Faithful and True Witness, the Beginning of God's creation:
15I know thy works, that thou art neither cold nor hot: that thou hadst been cold or hot.
16But because you are lukewarm, and neither cold nor hot, I will spit you out of My Mouth.
17For you say, I am rich, and rich, and have need of nothing; and thou knowest not that thou art wretched, and wretched, and poor, and blind, and naked;
18I admonish thee, that thou mayest buy from me gold refined in fire, that thou mayest be made rich, and be clothed in white garments, that the shame of thy nakedness may not be revealed; and anoint thine eyes with salve, that thou mayest see.
19I rebuke and chastise all whom I love: therefore be jealous and repent.
20Behold, I stand at the door and knock: if anyone hears My Voice and opens the door, I will come in to him and sup with him, and he with me.
21 Whoever overcomes, I will give him to sit with Me on My throne, just as I have overcome, and sat down with my Father on His throne.
22Let him who has an ear hear what the Spirit says to the churches.
Historical, Geographical and Symbolic Context
Laodicea, located in the Phrygian region of Asia Minor (modern-day Turkey), emerged as a thriving city with a fascinating historical and geographical background. Founded by Antiochus II in the third century B.C., Laodicea became a vital center of trade and finance during Roman times. Its strategic position at the intersection of important trade routes contributed to its economic success.
The city excelled in the production of black wool, particularly renowned in the manufacture of garments. Laodicea was also known for its production of eye drops, a medicinal substance used to treat eye conditions. However, despite its material achievements, the city lacked a water source of its own. Instead of relying on local springs, Laodicea received hot water from Hierapolis and cold water from Colossae through intricate aqueduct systems. This hydraulic context provides a vital backdrop for understanding the metaphors employed in the message to the church.
The allusion to the warm waters of Laodicea was not merely descriptive, but carried with it spiritual symbolism. Hierapolis, known for its healing hot springs, and Colossae, with its cool, revitalizing waters, were neighboring cities that contributed to physical well-being. But Laodicea, with its warm waters, lacked the cooling or therapeutic benefits associated with warmth or coolness.
Jesus uses this metaphor to illustrate the spiritual lukewarmness of the church in Laodicea. Just as warm waters lacked definite utility and purpose, a lukewarm faith lacks the vitality and passion necessary for the service of God. Spiritual lukewarmness, like warm waters, is insipid and stagnant, unable to satisfy spiritual needs and contribute to the health of the soul.
Laodicea was not only economically prosperous, but also proud of its material wealth. The mention that says, "I am rich, and am rich, and have need of nothing" (Revelation 3:17), highlights the complacency and self-confidence that material prosperity had engendered in the church.
This material wealth, far from being a blessing, became a spiritual barrier. Laodicea, like its city, was in danger of becoming useless and devoid of essentials. Self-indulgence in wealth manifested itself as spiritual nakedness, the lack of the white garment of Christ's righteousness.
Laodicea, immersed in its material prosperity and comfort, faced a serious spiritual crisis. The lukewarmness of her faith and her confidence in earthly prosperity made her vulnerable to Divine admonition. The symbolism of water, material prosperity and the metaphors used by Jesus reveal an intense and urgent message that resonates through the centuries, calling for reflection and repentance. In this historical, geographical, and symbolic context, the message to Laodicea takes on significant depth, reminding us that material prosperity does not guarantee spiritual wealth, and that a lukewarm faith is as unsatisfying as the warm waters that flowed through the pipes of this ancient city.
Verse 14:
14 And he writes to the angel of the church in Laodicea, "Behold, saith the Amen, the Faithful and True Witness, the Beginning of God's Creation."
This verse serves as the preamble to the condemnation and call to the Laodicean church, and its scriptural richness is profound and significant. The choice of three majestic titles reveals the Authority, Faithfulness, and Creative role of Jesus Christ in the relationship with His church.
1. The Amen: In biblical culture, the term "Amen" went beyond being a simple closing word. Here, it is presented as a Title that encapsulates truth and confirmation. Christ, like the Amen, is the very embodiment of truth and certainty. His Word is firm, unchanging, and unbreakable. In a context where the Laodicean church clung to false assurance, this title resonates as a reminder that only in Christ do we find solid and true foundations.
2. The Faithful and True Witness: This Title highlights Christ's faithfulness and truthfulness as a witness. The Laodicean church, which boasted of riches, was blinded to its own spiritual reality. However, Christ, as a Faithful and True Witness, not only sees outward actions, but penetrates into the depths of the human heart. His Testimony is infallible, revealing not only what is done, but also the authenticity of the motivations behind the actions. Before a self-deceiving audience, Christ emerges as the Divine Witness who lays bare the deepest truth.
3. The Principle of God' s Creation: This designation highlights the Divinity and Preeminence of Christ in Creation. Not only is it part of Creation, but it is the Principle itself. In a context where the Laodicean church focused on its earthly possessions, Christ reveals himself as the origin of all creation. His Authority is not limited to the Spiritual, but extends to the totality of existence. In this Title, Laodicea is called upon to acknowledge the sovereignty of the One who is the foundation and essence of creation.
This verse 14 lays the foundation for the correction that follows, reminding Laodicea that Christ is the Source of Truth, the Witness of every heart, and the Principle of all creation. In the face of such a revelation, the church cannot persist in its deception and complacency. It is an invitation to return to the very essence of faith, recognizing Christ as the Amen, the Faithful and True Witness, and the Principle of God's Creation.
Verse 15:
15I know thy works, that thou art neither cold nor hot: that thou hadst been cold or hot.
This verse reveals Christ's deep understanding of the Spiritual Reality of the Laodicean Church. The metaphor of heat, cold, and warmth becomes a vibrant echo that resonates through the corridors of this card, marking the dividing line between authenticity and spiritual mediocrity.
1. You Are Neither Cold Nor Hot: The term "cold" and "hot" not only alludes to physical temperature, but provides a powerful image of extreme spiritual states. "Cold" could represent indifference or lack of commitment to faith, while "hot" symbolizes passion, devotion, and spiritual fervor. The striking dual between these two opposing conditions underscores the polarity desired by Christ. Lukewarmness, in this context, is presented as a dangerous and unpleasant position. While cold and heat are clear expressions of spiritual identity, lukewarmness fades into mediocrity, lacking the transformative force that defines an authentic faith.
2. Would that You Were Cold or Hot!: Christ's passionate exclamation reveals His preference for clarity in devotion. Lukewarmness, which lies in the intervening, awakens in Christ a longing for a definite choice. Indifference or spiritual ardor can be addressed, confronted, and redirected, but lukewarmness represents a more difficult position to transform. Christ does not seek a watered-down faith or a half-hearted commitment. Their desire is clear: an ardent devotion or an honest acknowledgment of the need for change.
This verse awakens a deep reflection on the nature of our own relationship with God. It confronts us with the reality of our works and reveals that spiritual lukewarmness does not go unnoticed in the Eyes of Christ. The invitation to be "hot or cold" challenges us to examine the sincerity of our faith, to let go of complacency, and to embrace a relationship that reflects a genuine commitment and unwavering passion for the Lord. Ultimately, this resounding call transcends the context of Laodicea to challenge every believer, inviting us to choose clarity in our devotion and to seek a deeper connection with the divine Amen that calls us to authentic engagement.
Verse 16:
16 But because you are lukewarm, and neither cold nor hot, I will spit you out of my mouth.
This verse, laden with strong and repulsive imagery, paints a striking scene that reflects Christ's aversion to spiritual lukewarmness. The vomiting analogy not only illustrates God's reaction to mediocrity, but also emphasizes the seriousness of the situation and the consequences of lukewarm faith.
1. Lukewarmness: A Spiritual Rejection: Lukewarmness is presented as more than just disappointment. The lack of spiritual commitment is so repugnant in the Eyes of Christ that the comparison with vomit highlights its utter rejection. This act of expulsion symbolizes the radical separation that results from a superficial faith. The Laodicean church, indulged in its misguided self-perception, is confronted with the reality of being rejected by the very Savior who longed for a genuine relationship.
2. The Severity of Divine Discontent: The choice of the vomit metaphor conveys the severity of Christ's discontent. It's not a simple criticism; It is an action that suggests extreme disgust and displeasure. In a context where the church prided itself on its earthly accomplishments, this pronouncement of Christ serves as an inescapable reminder that spiritual indulgence provokes divine repulsion. Lukewarmness is unacceptable, and the image of vomiting highlights the urgency of radical spiritual transformation.
This verse invites us to consider the seriousness of lukewarmness in our own relationship with God. It challenges us to examine whether our faith is passionate and committed or whether we have settled for a superficiality that would trigger the displeasure of Christ himself. The warning to be "spewed out of His mouth" is an urgent call to reflection and repentance. The Laodicean Church, in its sickening lukewarmness, serves as a mirror in which every believer must contemplate the sincerity of his or her own devotion, remembering that the Savior longs for a deep and authentic relationship that is not content with mediocrity.
Verse 17:
17For thou sayest, I am rich, and rich, and have need of nothing; and thou knowest not that thou art wretched, and wretched, and poor, and blind, and naked;...
This verse unravels the deceptive self-image of the Laodicean Church, which, wrapped up in its material achievements, is confronted with the spiritual reality of its nakedness and poverty. The irony of his claims contrasts with Divine Assessment, revealing the disconnect between human perception and Spiritual Reality.
1. False Security in Material Wealth: The verse begins by exposing Laodicean arrogance by stating, "I am rich, and I am rich, and have need of nothing," this self-indulgence reflects the reliance on material riches, which were an evident reality in the prosperous city of Laodicea. However, Christ dismantles this false security by revealing that true wealth is not measured in earthly coins, but in one's relationship with Him. The church, by focusing on its material accomplishments, has lost sight of its spiritual need.
2. The True Spiritual Condition: Wretched, Wretched, Poor, Blind, and Naked: Divine correction comes with a shocking list of descriptors that contrast with the supposed wealth of Laodicea. Christ proclaims that, despite its claim of self-sufficiency, the church is "wretched, wretched, poor, blind, and naked." Each term paints a picture of Laodicea's actual spiritual condition: her misfortune reveals her lack of eternal fortune, her misery points to the absence of true spiritual joy, her poverty exposes the lack of heavenly treasures, her blindness highlights the lack of spiritual discernment, and her nakedness illustrates the absence of Christ's fault-covering righteousness.
This direct confrontation not only dismantles Laodicea's misplaced confidence in its earthly accomplishments, but also reveals the pressing need for spiritual transformation. Christ's warning is a call to recognize the true condition of the soul and to turn away from the complacency that clouds spiritual vision. Real wealth does not lie in material abundance, but in a deep and genuine connection with the Savior. The Laodicean Church, like every believer, is challenged to shed the illusion of self-sufficiency and embrace the true richness found only in a living relationship with the Amen, the Faithful and True Witness.
Verse 18:
18I admonish thee, that thou mayest buy from me gold refined in fire, that thou mayest be made rich, and be clothed in white garments, that the shame of thy nakedness may not be revealed; and anoint thy eyes with salve, that thou mayest see.
This verse reveals Christ's Divine Counsel to the Laodicean Church, offering a Divine Solution to overcome their spiritual nakedness and impoverishment. The metaphors of Refined Gold, White Robes, and Eye Salves intertwine to paint a striking picture of the transformation Christ desires for His people.
1. Buy Gold Refined in Fire: The instruction to buy "Gold refined in Fire" contrasts with confidence in earthly riches. This Refined Gold symbolizes faith purified through trials and difficulties. In Scripture, fire represents purification, and refined gold is a symbol of a faith that has withstood trial and emerged stronger and more valuable. Christ advises Laodicea to acquire a genuine faith that can only come through the process of purification, letting go of superficiality and embracing an authentic relationship with Him.
2. White Garments to Clothe Yourself: The "White Vestments" are a recurring symbol in the Bible that represents the righteousness and purity that Christ bestows upon those who trust in Him. The spiritual nakedness of Laodicea, revealed in the previous verse, is addressed with the Divine Provision of White Vestments. This symbolism highlights the need for Christ's justice that covers faults and transforms shame into honor. The White Garments not only offer protection and covering, but also symbolize spiritual renewal and reconciliation with God.
3. Don't Be Shamed Out of Your Nakedness: The image of nakedness and shame highlights the spiritual vulnerability of Laodicea. Christ, in His loving counsel, seeks to protect the church from the shame associated with its nakedness. The solution is not simply the acquisition of earthly riches, but the receipt of the Divine Provision that covers the deficiencies and restores spiritual dignity.
4. Anoint Your Eyes with Eye Drops so You See: The aforementioned "eye drops" symbolizes the need for spiritual clarity and discernment. The spiritual blindness of Laodicea must be addressed through the application of the Divine Eye Salve that opens the eyes to spiritual reality. This counsel points to the importance of seeing the truth of one's spiritual condition and recognizing the need for change.
This Divine Counsel reveals Christ's compassion and patience toward His church. Rather than simply condemning, it offers practical and transformative solutions. The Laodicean Church, and by extension every believer, is called to exchange superficiality for authenticity, earthly riches for spiritual richness, shame for the righteousness of Christ, and blindness for spiritual clarity. It is a call to Divine purchase that can only be realized through humble surrender and continual dependence on the One who offers all that is necessary for spiritual restoration.
Verse 19:
19I rebuke and chastise all whom I love: therefore be jealous and repent.
This verse encapsulates Christ's Loving and Disciplinary Nature toward His church. The Divine admonition is presented as an Act of Love, highlighting the intimate relationship between rebuke and loving. Moreover, the call to action, expressed in the exhortation to be zealous and to repent, reveals the urgency of an adequate response to Divine Correction.
1. I Rebuke and Chastise All I Love: The opening statement reveals a fundamental truth about God's character. Reprobation and punishment, far from being expressions of uncontrolled anger, are Acts of Love. Divine Discipline aims to correct, mold, and restore those whom God loves. The very nature of Divine Love impels Christ to intervene when His people go astray. This perspective challenges the often erroneous perception of discipline as a punitive punishment and emphasizes its redemptive intent.
2. Be Jealous Therefore Be Jealous: The exhortation to be zealous is not a simple observation, but a call to action. Zeal here implies an ardor and passion for truth and faithfulness to God. The Laodicean Church is challenged to awaken a spiritual zeal that had perhaps diminished in the midst of its complacency. Spiritual apathy cannot resist the fire of genuine zeal. Christ urges the church and every believer to long for a passionate connection with Him, overcoming spiritual mediocrity with ardent devotion.
3. Repent: The call to repentance resonates throughout Scripture as a constant call from God to His people. Here, in the context of Laodicea, repentance is essential to restoration. Self-indulgence and reliance on material riches must be replaced by a genuine change of heart. Christ not only points out the problem, but offers the solution: repentance. This act implies a change of direction, a renunciation of complacency, and a return to passion and devotion to Christ.
This verse 19 reveals the Divine Balance between Love and Discipline. Christ rebukes because He loves and chastises in order to correct. The exhortation to zeal and repentance is a call to profound and lasting transformation. The Laodicean Church, and every believer, is challenged to see Divine Discipline not as a sign of rejection, but as an expression of love that seeks to restore fellowship and devotion.
Verse 20:
20Behold, I stand at the door and knock: if anyone hears My Voice and opens the door, I will come in to him and sup with him, and he will sup with Me.
This verse presents a poignant and hopeful picture of the patience and Divine Willingness to restore fellowship with those who respond to Christ's call. The metaphor of the door and the call to intimate fellowship reveal the Savior's persistence in seeking a deep and meaningful relationship with His people.
1. I Stand at the Door and I Knock: The Image of Christ waiting at the door symbolizes His constant presence and His willingness to interact with those who have not yet responded to His call. On the other hand, this same Image of the Lord represents the expulsion of Christ from the life of every person and from the church. In spite of the previous lukewarmness, rebellion, Christ is there, calling with patience and grace. This painting highlights the loving and persistent nature of God, who actively seeks to restore the broken relationship.
2. If Anyone Hears My Voice and Opens the Door: The divine call is not just a monologue; it is a dialogue that requires a conscious response. The condition for spiritual restoration involves two fundamental actions: listening and opening the door. Christ's call does not force entry, but invites a voluntary response. Those who recognize His voice and respond with an open heart will experience Divine input.
3. I will enter into Him, and I will dine with Him, and He with Me: The promise to come in and dine together symbolizes the intimate, restored fellowship between Christ and the repentant individual. The image of sharing a meal reflects intimacy, friendship, and shared communion. Christ offers not only forgiveness and reconciliation, but also the promise of a close and meaningful relationship. The metaphor of the supper indicates the culmination of spiritual restoration, where the believer finds himself in communion with his Savior.
This verse reveals hope in the midst of correction and discipline. Despite the severity of the above words, Christ presents Himself as the Savior who persists in seeking and restoring relationship with His people. If the door is closed, Christ's call persists. The invitation to intimate communion resonates as a call to reconciliation and restoration, reminding us that even in our moments of greatest estrangement, Christ continues to knock at the door of our hearts, patiently waiting for a response of repentance and devotion.
Verse 21:
21To him who overcomes, I will give him to sit with Me on My throne, just as I have overcome, and have sat down with my Father on His throne.
This verse culminates with a glorious and encouraging promise to those who overcome spiritual lukewarmness and respond to Christ's call. The image of sharing the Throne with Him not only symbolizes the reward for the overcomers, but also reflects participation in Christ's own victory and His Divine Position.
1. To the One Who Conquers: The promise begins with the condition of conquering. This concept of victory involves overcoming spiritual adversity, complacency, and any barriers that prevent a deeper relationship with Christ. The Christian life is presented as a spiritual battle, and those who persevere and overcome are recognized as overcomers.
2. I will give him to sit with Me on my Throne: The reward is extraordinary: participation in the Throne of Christ. This image goes beyond the simple concession of a place; it involves sharing in the Kingship and Authority of Christ. It is an expression of intimacy, honor, and union with the Savior Himself. The Promise reflects the Divine Desire to not only forgive and restore, but to elevate the believer to a position of honor and glory.
3. Just as I Have Conquered, and Sat with My Father on His Throne: The Promise is reinforced by remembering Christ's own Victory and His Position on the Father's Throne. The connection between Christ's victory and the promise to overcomers highlights the direct participation of believers in Christ's redemptive work. It is an invitation to share in the glory and exaltation that Christ Himself experienced after His Victory over sin and death.
This verse offers an amazing perspective on the reward that awaits those who, despite struggles and falls, persevere in faith. The promise to share the throne with Christ speaks not only of God's generosity but also of the intimate relationship that develops between the Savior and the believer. It is a reminder that our faithfulness on earth has eternal implications, and victory in Christ leads us to participate in the fullness of His Kingdom.
Verse 22:
22Let him who has an ear hear what the Spirit says to the churches.
This last verse of the message to Laodicea reinforces the urgency and importance of the Divine Exhortation. The repetition of this phrase at the end of every letter to the churches in Revelation highlights the universality of the messages and the continuing relevance to the Church in all times.
1. The One Who Has an Ear: The phrase "the one who has an ear" is presented as a call to spiritual attention. It refers not only to the physical ability to hear, but to the spiritual disposition to hear and understand the Voice of God. This call highlights the individual responsibility of each believer to heed and instruct Divine and to respond to the Voice of the Spirit.
2. Hear What the Spirit Says to the Churches: The repetition of this phrase in every letter reflects the universal relevance of Divine messages to all congregations over time. The Voice of the Spirit is not limited to a specific time or church, but continues to resonate throughout the history of the Church at large. Every message addressed to the churches in Revelation is, therefore, an ongoing call to faithfulness, obedience, and spiritual renewal.
This verse serves as a final, solemn reminder that God's Word, transmitted by the Holy Spirit, is not to be ignored or overlooked. The invitation to "hear" is more than a physical act; it is a disposition of the heart to receive, understand, and obey Divine Revelation. The call resonates not only in the physical ears, but in the heart and soul of every believer and of the Church as a whole. The Voice of the Spirit continues to speak today, inviting obedience, renewal, and passionate devotion to Christ. This verse not only concludes the letter to Laodicea, but also persists as a perennial exhortation to the whole Church to heed and respond to the Divine Voice.
17 And the Spirit and the Bride say, Come: And he that heareth shall say, Come: and he that thirsteth come: and he that willeth let him take the water of life for nothing.
[Revelation 22:17]
Conclusion
In the journey through the poignant words addressed to the Laodicean church, we find a divine warning that resonates through the centuries: "Neither cold nor hot." This exhortation is not simply a rebuke of an ancient congregation, but an echo that reverberates in the hearts of every believer and of the Church today.
This indication of being "hot or cold" transcends mere spiritual temperature; it is an invitation to authenticity and passion in our relationship with God. Spiritual lukewarmness, that dangerous mediocrity that neither compromises nor rejects, presents itself as the greatest obstacle to experiencing the fullness of communion with Christ.
The image of Christ waiting at the door and patiently knocking resonates as a reminder that, even in our worst falls and moments of estrangement, He keeps knocking, waiting for us to open the door of our hearts again.
The promise to those who overcome lukewarmness is a glimmer of hope and a call to victory. Not only are we called to overcome, but we are offered the amazing possibility to share the Throne with Christ, to share in His Eternal Victory and Glory.
The final phrase, "He that hath an ear, let him hear what the Spirit saith unto the churches," resonates like an echo that follows us, reminding us that the voice of the Spirit is still speaking. Let us not ignore God's warning or underestimate the call to passionate devotion.
Lukewarmness has no place in the spiritual journey. May every beat of our heart, every sigh of our soul, respond to the divine call: to be ardent in our devotion, authentic in our self-giving, and passionate in our search for the presence of the One who calls us to a commitment that transforms all of existence.
May the Church, today and always, not be satisfied with complacency, but fervently seek to be the one who reflects the Divine Warmth in a world that yearns for authenticity and truth. The choice is clear: hot or cold. May our response resonate with an eternal echo that proclaims our surrender to a love that never surrenders and to a Savior that always calls.
May the Amen, the Faithful and True Witness, the Principle of God's Creation; May the Lord Jesus Christ, continue to bless you today, tomorrow, and always! Amen!
Introduction
Sur la toile insondable du Livre de l'Apocalypse, une lettre adressée à l'église de Laodicée se dresse comme un miroir d'avertissement pour toute âme à la recherche de la Vérité Divine. Au cœur de l'Anatolie, une ville prospère et complaisante fait face à la ferme condamnation du Christ lui-même, qui se présente comme « l' Amen, le témoin fidèle et véritable, le commencement de la création de Dieu » (Apocalypse 3:14). Cependant, la ville qui se vantait de ses richesses matérielles est accusée de n'être « ni froide ni chaude » (Apocalypse 3:15), une description vivante de son état spirituel tiède qui déclenche l'avertissement du Sauveur.
Imaginez le drame céleste alors que le Créateur signale clairement son dédain pour la foi apathique. L'église de Laodicée, enveloppée dans sa propre complaisance, n'a pas compris que sa tiédeur spirituelle rendait le Christ lui-même nauséeux, l'amenant à proclamer : « Plût à Dieu que tu eusses froid ou chaud ! » (Révélation 3:15). Ces paroles résonnent à travers les siècles, mettant chaque croyant au défi d'évaluer sa propre ferveur spirituelle au milieu d'un monde qui tente constamment d'étouffer la flamme de la passion pour Dieu.
En démêlant les versets qui composent cette épître divine, nous entrerons dans les couloirs de Laodicée, une église dont les œuvres contrastent avec la perception qu'elle a d'elle-même, une congrégation qui éveille l'avertissement du Sauveur. Dans cette recherche profonde, nous découvrirons non seulement la dure réprimande du Christ, mais aussi l'invitation pleine d'espoir à la restauration et la promesse de participer à son trône pour ceux qui surmontent la tiédeur spirituelle. L'Église de Laodicée nous met au défi aujourd'hui d'affronter courageusement la réalité de notre propre relation avec Dieu et de rechercher une passion spirituelle ardente qui résonne avec le cœur même de l'Amen, le Témoin Fidèle et Vrai.
Révélation 3 :14-22 :
14 Et il écrit à l'ange de l'Église de Laodicée : « Voici, dit l'Amen, le témoin fidèle et véritable, le commencement de la création de Dieu.
15Je connais tes oeuvres, que tu n'as ni froid ni bouillant, que tu as été froid ni bouillant .
16Mais parce que tu es tiède, et que tu n'as ni froid ni chaud, je te cracherai de ma bouche.
17Car vous dites : Je suis riche, et riche, et je n'ai besoin de rien ; et tu ne sais pas que tu es misérable, et misérable, et pauvre, et aveugle, et nu ;
18Je t'exhorte, afin que tu achètes de moi de l'or affiné par le feu, afin que tu sois enrichi, et que tu sois vêtu de vêtements blancs, afin que la honte de ta nudité ne soit pas révélée, et que tu oins tes yeux de baume, afin que tu vois.
19Je réprimande et je châtie tous ceux que j'aime, soyez donc jaloux et repentez-vous.
20Voici, je me tiens à la porte et je frappe : si quelqu'un entend ma voix et ouvre la porte, j'entrerai chez lui, je souperai avec lui, et lui avec moi.
21 Celui qui vaincra, je le donnerai pour qu'il s'assoie avec moi sur mon trône, comme j'ai vaincu, et que je me suis assis avec mon Père sur son trône.
22Que celui qui a des oreilles entende ce que l'Esprit dit aux Églises !
Contexte historique, géographique et symbolique
Laodicée, située dans la région phrygienne d'Asie Mineure (aujourd'hui la Turquie), est devenue une ville prospère avec un arrière-plan historique et géographique fascinant. Fondée par Antiochos II au IIIe siècle av. J.-C., Laodicée est devenue un centre vital de commerce et de finance à l'époque romaine. Sa position stratégique à l'intersection d'importantes routes commerciales a contribué à son succès économique.
La ville excellait dans la production de laine noire, particulièrement réputée dans la fabrication de vêtements. Laodicée était également connue pour sa production de gouttes ophtalmiques, une substance médicinale utilisée pour traiter les affections oculaires. Cependant, malgré ses réalisations matérielles, la ville ne disposait pas de sa propre source d'eau. Au lieu de compter sur les sources locales, Laodicée recevait de l'eau chaude de Hiérapolis et de l'eau froide de Colosses par des systèmes d'aqueduc complexes. Ce contexte hydraulique fournit une toile de fond vitale pour comprendre les métaphores employées dans le message à l'Église.
L'allusion aux eaux chaudes de Laodicée n'était pas simplement descriptive, mais portait en elle un symbolisme spirituel. Hiérapolis, connue pour ses sources chaudes curatives, et Colosses, avec ses eaux fraîches et revitalisantes, étaient des villes voisines qui contribuaient au bien-être physique. Mais Laodicée, avec ses eaux chaudes, n'avait pas les bienfaits rafraîchissants ou thérapeutiques associés à la chaleur ou à la fraîcheur.
Jésus utilise cette métaphore pour illustrer la tiédeur spirituelle de l'église de Laodicée. De même que les eaux chaudes n'ont pas d'utilité et de but précis, une foi tiède manque de la vitalité et de la passion nécessaires au service de Dieu. La tiédeur spirituelle, comme les eaux chaudes, est insipide et stagnante, incapable de satisfaire les besoins spirituels et de contribuer à la santé de l'âme.
Laodicée n'était pas seulement économiquement prospère, mais aussi fière de sa richesse matérielle. La mention qui dit : « Je suis riche, et je suis riche, et je n'ai besoin de rien » (Apocalypse 3:17), met en évidence la complaisance et la confiance en soi que la prospérité matérielle avait engendrées dans l'Église.
Cette richesse matérielle, loin d'être une bénédiction, est devenue une barrière spirituelle. Laodicée, comme sa ville, risquait de devenir inutile et dépourvue de l'essentiel. L'auto-indulgence dans la richesse se manifestait par la nudité spirituelle, l'absence du vêtement blanc de la justice de Christ.
Laodicée, immergée dans sa prospérité matérielle et son confort, a dû faire face à une grave crise spirituelle. La tiédeur de sa foi et sa confiance dans la prospérité terrestre la rendaient vulnérable à l'admonestation divine. Le symbolisme de l'eau, de la prospérité matérielle et les métaphores utilisées par Jésus révèlent un message intense et urgent qui résonne à travers les siècles, appelant à la réflexion et à la repentance. Dans ce contexte historique, géographique et symbolique, le message à Laodicée prend une profondeur significative, nous rappelant que la prospérité matérielle ne garantit pas la richesse spirituelle, et qu'une foi tiède est aussi insatisfaisante que les eaux chaudes qui coulaient dans les tuyaux de cette ancienne ville.
Verset 14 :
14 Et il écrit à l'ange de l'Église de Laodicée : « Voici, dit l'Amen, le témoin fidèle et véritable, le commencement de la création de Dieu. »
Ce verset sert de préambule à la condamnation et à l'appel à l'église de Laodicée, et sa richesse scripturaire est profonde et significative. Le choix de trois titres majestueux révèle l'autorité, la fidélité et le rôle créateur de Jésus-Christ dans la relation avec son Église.
1. L'Amen : Dans la culture biblique, le terme « Amen » allait au-delà d'un simple mot de clôture. Ici, il est présenté comme un titre qui résume la vérité et la confirmation. Le Christ, comme l'Amen, est l'incarnation même de la vérité et de la certitude. Sa Parole est ferme, immuable et incassable. Dans un contexte où l'église de Laodicée s'accrochait à une fausse assurance, ce titre résonne comme un rappel que ce n'est qu'en Christ que nous trouvons des fondations solides et vraies.
2. Le témoin fidèle et véridique : Ce titre met en évidence la fidélité et la véracité du Christ en tant que témoin. L'église de Laodicée, qui se vantait de ses richesses, était aveuglée par sa propre réalité spirituelle. Cependant, le Christ, en tant que témoin fidèle et véritable, ne voit pas seulement les actions extérieures, mais pénètre dans les profondeurs du cœur humain. Son témoignage est infaillible, révélant non seulement ce qui est fait, mais aussi l'authenticité des motivations derrière les actions. Devant un public qui se trompe lui-même, le Christ apparaît comme le Témoin divin qui met à nu la vérité la plus profonde.
3. Le principe de la création de Dieu : Cette désignation souligne la divinité et la prééminence du Christ dans la création. Non seulement cela fait partie de la Création, mais c'est le Principe lui-même. Dans un contexte où l'Église de Laodicée s'est concentrée sur ses possessions terrestres, le Christ se révèle comme l'origine de toute la création. Son Autorité ne se limite pas au Spirituel, mais s'étend à la totalité de l'existence. Dans ce titre, Laodicée est appelée à reconnaître la souveraineté de Celui qui est le fondement et l'essence de la création.
Ce verset 14 jette les bases de la correction qui suit, rappelant à Laodicée que Christ est la Source de la Vérité, le Témoin de chaque cœur et le Principe de toute la création. Face à une telle révélation, l'Église ne peut pas persister dans sa tromperie et sa complaisance. C'est une invitation à revenir à l'essence même de la foi, en reconnaissant le Christ comme l'Amen, le Témoin fidèle et véritable, et le Principe de la Création de Dieu.
Verset 15 :
15Je connais tes oeuvres, que tu n'as ni froid ni bouillant, que tu as été froid ni bouillant .
Ce verset révèle la profonde compréhension de Christ de la réalité spirituelle de l'Église de Laodicée. La métaphore de la chaleur, du froid et de la chaleur devient un écho vibrant qui résonne dans les couloirs de cette carte, marquant la ligne de démarcation entre authenticité et médiocrité spirituelle.
1. Vous n'êtes ni froid ni chaud : Le terme « froid » et « chaud » ne fait pas seulement allusion à la température physique, mais fournit une image puissante d'états spirituels extrêmes. « Froid » pourrait représenter l'indifférence ou le manque d'engagement envers la foi, tandis que « chaud » symbolise la passion, la dévotion et la ferveur spirituelle. Le duel frappant entre ces deux conditions opposées souligne la polarité voulue par le Christ. La tiédeur, dans ce contexte, est présentée comme une position dangereuse et désagréable. Alors que le froid et la chaleur sont des expressions claires de l'identité spirituelle, la tiédeur s'estompe dans la médiocrité, manquant de la force transformatrice qui définit une foi authentique.
2. Plût à Dieu que vous eussiez froid ou chaud ! : L'exclamation passionnée du Christ révèle sa préférence pour la clarté dans la dévotion. La tiédeur, qui réside dans l'intervalle, éveille en Christ le désir d'un choix déterminé. L'indifférence ou l'ardeur spirituelle peuvent être abordées, confrontées et redirigées, mais la tiédeur représente une position plus difficile à transformer. Le Christ ne cherche pas une foi édulcorée ou un engagement sans enthousiasme. Leur désir est clair : une dévotion ardente ou une reconnaissance honnête de la nécessité d'un changement.
Ce verset éveille une profonde réflexion sur la nature de notre propre relation avec Dieu. Elle nous confronte à la réalité de nos œuvres et nous révèle que la tiédeur spirituelle ne passe pas inaperçue aux yeux du Christ. L'invitation à « souffler le chaud ou le froid » nous met au défi d'examiner la sincérité de notre foi, d'abandonner la complaisance et d'embrasser une relation qui reflète un engagement authentique et une passion inébranlable pour le Seigneur. En fin de compte, cet appel retentissant transcende le contexte de Laodicée pour interpeller chaque croyant, nous invitant à choisir la clarté dans notre dévotion et à rechercher une connexion plus profonde avec l'Amen divin qui nous appelle à un engagement authentique.
Verset 16 :
16 Mais parce que tu es tiède, et que tu n'as ni froid ni chaud, je te cracherai de ma bouche.
Ce verset, chargé d'images fortes et répugnantes, dépeint une scène frappante qui reflète l'aversion du Christ pour la tiédeur spirituelle. L'analogie avec les vomissements illustre non seulement la réaction de Dieu à la médiocrité, mais souligne également la gravité de la situation et les conséquences d'une foi tiède.
1. La tiédeur : un rejet spirituel : La tiédeur est présentée comme plus qu'une simple déception. Le manque d'engagement spirituel est si répugnant aux yeux du Christ que la comparaison avec le vomi met en évidence son rejet total. Cet acte d'expulsion symbolise la séparation radicale qui résulte d'une foi superficielle. L'Église de Laodicée, qui se laisse aller à sa perception erronée d'elle-même, est confrontée à la réalité d'être rejetée par le Sauveur même qui aspirait à une relation authentique.
2. La sévérité du mécontentement divin : Le choix de la métaphore du vomi traduit la gravité du mécontentement du Christ. Il ne s'agit pas d'une simple critique ; C'est une action qui suggère un dégoût et un mécontentement extrêmes. Dans un contexte où l'Église s'enorgueillissait de ses réalisations terrestres, cette déclaration du Christ sert de rappel inévitable que l'indulgence spirituelle provoque la répulsion divine. La tiédeur est inacceptable, et l'image des vomissements souligne l'urgence d'une transformation spirituelle radicale.
Ce verset nous invite à considérer la gravité de la tiédeur dans notre propre relation avec Dieu. Il nous met au défi d'examiner si notre foi est passionnée et engagée ou si nous nous sommes contentés d'une superficialité qui déclencherait le mécontentement du Christ lui-même. L'avertissement d'être « vomi de sa bouche » est un appel urgent à la réflexion et à la repentance. L'Église de Laodicée, dans sa tiédeur écœurante, sert de miroir dans lequel chaque croyant doit contempler la sincérité de sa propre dévotion, en se souvenant que le Sauveur aspire à une relation profonde et authentique qui ne se contente pas de la médiocrité.
Verset 17 :
17Car tu dis : Je suis riche, riche, et je n'ai besoin de rien, et tu ne sais pas que tu es malheureux, et misérable, et pauvre, et aveugle, et nu ;...
Ce verset démêle l'image trompeuse de l'Église de Laodicée qui, enveloppée dans ses réalisations matérielles, est confrontée à la réalité spirituelle de sa nudité et de sa pauvreté. L'ironie de ses affirmations contraste avec l'évaluation divine, révélant le décalage entre la perception humaine et la réalité spirituelle.
1. Fausse sécurité dans la richesse matérielle : Le verset commence par exposer l'arrogance de Laodicée en déclarant : « Je suis riche, et je suis riche, et je n'ai besoin de rien », cette auto-indulgence reflète la dépendance aux richesses matérielles, qui étaient une réalité évidente dans la ville prospère de Laodicée. Cependant, le Christ démantèle cette fausse sécurité en révélant que la vraie richesse ne se mesure pas en pièces de monnaie terrestres, mais dans la relation que l'on entretient avec Lui. L'Église, en se concentrant sur ses réalisations matérielles, a perdu de vue ses besoins spirituels.
2. La véritable condition spirituelle : Misérable, misérable, pauvre, aveugle et nu : La correction divine s'accompagne d'une liste choquante de descripteurs qui contrastent avec la richesse supposée de Laodicée. Le Christ proclame que, malgré sa prétention à l'autosuffisance, l'Église est « misérable, misérable, pauvre, aveugle et nue ». Chaque terme dépeint une image de l'état spirituel réel de Laodicée : son malheur révèle son manque de fortune éternelle, sa misère indique l'absence de vraie joie spirituelle, sa pauvreté expose le manque de trésors célestes, sa cécité met en évidence le manque de discernement spirituel, et sa nudité illustre l'absence de la justice de Christ qui couvre la faute.
Cette confrontation directe non seulement démantèle la confiance mal placée de Laodicée dans ses réalisations terrestres, mais révèle également le besoin pressant d'une transformation spirituelle. L'avertissement du Christ est un appel à reconnaître la véritable condition de l'âme et à se détourner de la complaisance qui obscurcit la vision spirituelle. La vraie richesse ne réside pas dans l'abondance matérielle, mais dans un lien profond et authentique avec le Sauveur. L'Église de Laodicée, comme tout croyant, est mise au défi de se débarrasser de l'illusion de l'autosuffisance et d'embrasser la vraie richesse que l'on ne trouve que dans une relation vivante avec l'Amen, le Témoin Fidèle et Véritable.
Verset 18 :
18Je t'exhorte, afin que tu achètes de moi de l'or affiné par le feu, afin que tu sois enrichi, et que tu sois vêtu de vêtements blancs, afin que la honte de ta nudité ne soit pas révélée, et que tu oins tes yeux de baume, afin que tu vois.
Ce verset révèle le Conseil Divin du Christ à l'Église de Laodicée, offrant une Solution Divine pour surmonter leur nudité spirituelle et leur appauvrissement. Les métaphores de l'or raffiné, des robes blanches et des pommades pour les yeux s'entremêlent pour brosser un tableau saisissant de la transformation que le Christ désire pour son peuple.
1. Acheter de l'or raffiné dans le feu : L'instruction d'acheter de l'or raffiné dans le feu contraste avec la confiance dans les richesses terrestres. Cet or raffiné symbolise la foi purifiée à travers les épreuves et les difficultés. Dans les Écritures, le feu représente la purification, et l'or raffiné est le symbole d'une foi qui a résisté à l'épreuve et qui en est ressortie plus forte et plus précieuse. Le Christ conseille à Laodicée d'acquérir une foi authentique qui ne peut venir que par le processus de purification, en abandonnant la superficialité et en embrassant une relation authentique avec Lui.
2. Vêtements blancs pour s'habiller : Les « vêtements blancs » sont un symbole récurrent dans la Bible qui représente la justice et la pureté que le Christ accorde à ceux qui se confient en lui. La nudité spirituelle de Laodicée, révélée dans le verset précédent, est abordée avec la Provision Divine des Vêtements Blancs. Ce symbolisme souligne la nécessité d'une justice du Christ qui couvre les fautes et transforme la honte en honneur. Les vêtements blancs offrent non seulement une protection et une couverture, mais symbolisent également le renouveau spirituel et la réconciliation avec Dieu.
3. N'ayez pas honte de votre nudité : L' image de la nudité et de la honte met en évidence la vulnérabilité spirituelle de Laodicée. Le Christ, dans ses conseils d'amour, cherche à protéger l'Église de la honte associée à sa nudité. La solution n'est pas simplement l'acquisition des richesses terrestres, mais la réception de la Providence divine qui couvre les déficiences et restaure la dignité spirituelle.
4. Oignez vos yeux avec des gouttes ophtalmiques pour que vous voyiez : Les « gouttes ophtalmiques » susmentionnées symbolisent le besoin de clarté spirituelle et de discernement. L'aveuglement spirituel de Laodicée doit être combattu par l'application du baume divin pour les yeux qui ouvre les yeux à la réalité spirituelle. Ce conseil souligne l'importance de voir la vérité de son état spirituel et de reconnaître la nécessité d'un changement.
Ce conseil divin révèle la compassion et la patience du Christ envers son Église. Plutôt que de se contenter de condamner, il propose des solutions pratiques et transformatrices. L'Église de Laodicée, et par extension chaque croyant, est appelée à échanger la superficialité contre l'authenticité, les richesses terrestres contre la richesse spirituelle, la honte contre la justice de Christ et l'aveuglement contre la clarté spirituelle. C'est un appel à l'achat divin qui ne peut être réalisé que par l'humble abandon et la dépendance continuelle de Celui qui offre tout ce qui est nécessaire à la restauration spirituelle.
Verset 19 :
19Je réprimande et je châtie tous ceux que j'aime, soyez donc jaloux et repentez-vous.
Ce verset résume la nature aimante et disciplinaire du Christ envers son église. L'exhortation divine est présentée comme un acte d'amour, soulignant la relation intime entre la réprimande et l'amour. De plus, l'appel à l'action, exprimé dans l'exhortation au zèle et à la repentance, révèle l'urgence d'une réponse adéquate à la Correction divine.
1. Je réprimande et châtie tout ce que j'aime : La déclaration d'ouverture révèle une vérité fondamentale sur le caractère de Dieu. La réprobation et la punition, loin d'être l'expression d'une colère incontrôlée, sont des actes d'amour. La discipline divine vise à corriger, modeler et restaurer ceux que Dieu aime. La nature même de l'Amour Divin pousse le Christ à intervenir quand Son peuple s'égare. Cette perspective remet en question la perception souvent erronée de la discipline comme une punition punitive et met l'accent sur son intention rédemptrice.
2. Soyez jaloux donc soyez jaloux : L'exhortation au zèle n'est pas une simple observation, mais un appel à l'action. Le zèle implique ici une ardeur et une passion pour la vérité et la fidélité à Dieu. L'Église de Laodicée est mise au défi d'éveiller un zèle spirituel qui avait peut-être diminué au milieu de sa complaisance. L'apathie spirituelle ne peut résister au feu d'un zèle authentique. Le Christ exhorte l'Église et chaque croyant à aspirer à une connexion passionnée avec Lui, en surmontant la médiocrité spirituelle avec une dévotion ardente.
3. Repentez-vous : L'appel à la repentance résonne tout au long des Écritures comme un appel constant de Dieu à son peuple. Ici, dans le contexte de Laodicée, la repentance est essentielle à la restauration. L'auto-indulgence et la dépendance à l'égard des richesses matérielles doivent être remplacées par un véritable changement de cœur. Le Christ ne se contente pas d'indiquer le problème, mais il offre la solution : la repentance. Cet acte implique un changement de direction, un renoncement à la complaisance et un retour à la passion et à la dévotion au Christ.
Ce verset 19 révèle l'équilibre divin entre l'amour et la discipline. Christ réprimande parce qu'il aime et châtie pour corriger. L'exhortation au zèle et au repentir est un appel à une transformation profonde et durable. L'Église de Laodicée, et chaque croyant, est mise au défi de voir la discipline divine non pas comme un signe de rejet, mais comme une expression d'amour qui cherche à restaurer la communion et la dévotion.
Verset 20 :
20Voici, je me tiens à la porte et je frappe ; si quelqu'un entend ma voix et ouvre la porte, j'entrerai chez lui, je souperai avec lui, et il soupera avec moi.
Ce verset présente une image poignante et pleine d'espoir de la patience et de la volonté divine de rétablir la communion avec ceux qui répondent à l'appel du Christ. La métaphore de la porte et l'appel à la communion intime révèlent la persévérance du Sauveur dans la recherche d'une relation profonde et significative avec son peuple.
1. Je me tiens à la porte et je frappe : L'image du Christ qui attend à la porte symbolise sa présence constante et sa volonté d'interagir avec ceux qui n'ont pas encore répondu à son appel. D'autre part, cette même Image du Seigneur représente l'expulsion du Christ de la vie de chaque personne et de l'Église. Malgré la tiédeur, la rébellion précédentes, le Christ est là, appelant avec patience et grâce. Cette peinture met en évidence la nature aimante et persistante de Dieu, qui cherche activement à restaurer la relation brisée.
2. Si quelqu'un entend ma voix et ouvre la porte : L'appel divin n'est pas seulement un monologue, c'est un dialogue qui exige une réponse consciente. La condition de la restauration spirituelle implique deux actions fondamentales : l'écoute et l'ouverture de la porte. L'appel du Christ ne force pas l'entrée, mais invite à une réponse volontaire. Ceux qui reconnaissent Sa voix et répondent avec un cœur ouvert feront l'expérience de l'apport divin.
3. J'entrerai en Lui, et Je dînerai avec Lui, et Lui avec Moi : La promesse de venir dîner ensemble symbolise la communion intime et restaurée entre Christ et l'individu repentant. L'image du partage d'un repas reflète l'intimité, l'amitié et la communion partagée. Le Christ offre non seulement le pardon et la réconciliation, mais aussi la promesse d'une relation étroite et significative. La métaphore de la Cène indique le point culminant de la restauration spirituelle, où le croyant se trouve en communion avec son Sauveur.
Ce verset révèle l'espérance au milieu de la correction et de la discipline. Malgré la sévérité des paroles ci-dessus, le Christ se présente comme le Sauveur qui persiste à chercher et à rétablir la relation avec son peuple. Si la porte est fermée, l'appel du Christ persiste. L'invitation à la communion intime résonne comme un appel à la réconciliation et à la restauration, nous rappelant que même dans nos moments de plus grand éloignement, le Christ continue à frapper à la porte de nos cœurs, attendant patiemment une réponse de repentance et de dévotion.
Verset 21 :
21À celui qui vaincra, je le donnerai pour qu'il s'assoie avec moi sur mon trône, comme j'ai vaincu, et que je me suis assis avec mon Père sur son trône.
Ce verset culmine avec une promesse glorieuse et encourageante à ceux qui surmontent la tiédeur spirituelle et répondent à l'appel du Christ. L'image du partage du Trône avec Lui symbolise non seulement la récompense pour les vainqueurs, mais reflète aussi la participation à la victoire du Christ et à Sa position divine.
1. À celui qui vainc : La promesse commence par la condition de la conquête. Ce concept de victoire implique de surmonter l'adversité spirituelle, la complaisance et toutes les barrières qui empêchent une relation plus profonde avec le Christ. La vie chrétienne est présentée comme un combat spirituel, et ceux qui persévèrent et vainquent sont reconnus comme vainqueurs.
2. Je lui donnerai pour qu'il s'assoie avec Moi sur Mon Trône : La récompense est extraordinaire : la participation au Trône du Christ. Cette image va au-delà de la simple concession d'un lieu ; cela implique la participation à la royauté et à l'autorité du Christ. C'est l'expression de l'intimité, de l'honneur et de l'union avec le Sauveur lui-même. La Promesse reflète le Désir Divin non seulement de pardonner et de restaurer, mais aussi d'élever le croyant à une position d'honneur et de gloire.
3. Tout comme j'ai vaincu et me suis assis avec mon Père sur son trône : La promesse est renforcée par le souvenir de la propre victoire de Christ et de sa position sur le trône du Père. Le lien entre la victoire du Christ et la promesse faite aux vainqueurs met en évidence la participation directe des croyants à l'œuvre rédemptrice du Christ. C'est une invitation à partager la gloire et l'exaltation que le Christ lui-même a vécues après sa victoire sur le péché et la mort.
Ce verset offre une perspective étonnante sur la récompense qui attend ceux qui, malgré les luttes et les chutes, persévèrent dans la foi. La promesse de partager le trône avec le Christ parle non seulement de la générosité de Dieu, mais aussi de la relation intime qui se développe entre le Sauveur et le croyant. C'est un rappel que notre fidélité sur la terre a des implications éternelles, et que la victoire en Christ nous conduit à participer à la plénitude de son Royaume.
Verset 22 :
22Que celui qui a des oreilles entende ce que l'Esprit dit aux Églises !
Ce dernier verset du message à Laodicée renforce l'urgence et l'importance de l'Exhortation divine. La répétition de cette phrase à la fin de chaque lettre aux Églises dans l'Apocalypse souligne l'universalité des messages et la pertinence continue pour l'Église à toutes les époques.
1. Celui qui a une oreille : L'expression « celui qui a une oreille » est présentée comme un appel à l'attention spirituelle. Il se réfère non seulement à la capacité physique d'entendre, mais aussi à la disposition spirituelle d'entendre et de comprendre la Voix de Dieu. Cet appel met en évidence la responsabilité individuelle de chaque croyant d'écouter et d'instruire le Divin et de répondre à la Voix de l'Esprit.
2. Écoutez ce que l'Esprit dit aux Églises : La répétition de cette phrase dans chaque lettre reflète la pertinence universelle des messages divins pour toutes les congrégations au fil du temps. La Voix de l'Esprit n'est pas limitée à une époque ou à une église spécifique, mais continue de résonner tout au long de l'histoire de l'Église dans son ensemble. Chaque message adressé aux Églises dans l'Apocalypse est donc un appel permanent à la fidélité, à l'obéissance et au renouveau spirituel.
Ce verset sert de rappel final et solennel que la Parole de Dieu, transmise par le Saint-Esprit, ne doit pas être ignorée ou négligée. L'invitation à « entendre » est plus qu'un acte physique ; c'est une disposition du cœur à recevoir, comprendre et obéir à la Révélation divine. L'appel résonne non seulement dans les oreilles physiques, mais aussi dans le cœur et l'âme de chaque croyant et de l'Église dans son ensemble. La Voix de l'Esprit continue de parler aujourd'hui, invitant à l'obéissance, au renouveau et à la dévotion passionnée au Christ. Ce verset conclut non seulement la lettre à Laodicée, mais persiste aussi comme une exhortation perpétuelle à toute l'Église à écouter et à répondre à la Voix Divine.
17 Et l'Esprit et l'Epouse disent : Viens, et celui qui écoute dira : Viens, et celui qui a soif, et celui qui veut, qu'il prenne l'eau de la vie pour rien.
[Révélation 22 :17]
Conclusion
Dans le voyage à travers les paroles poignantes adressées à l'Église de Laodicée, nous trouvons un avertissement divin qui résonne à travers les siècles : « Ni froid ni chaud ». Cette exhortation n'est pas simplement une réprimande d'une ancienne congrégation, mais un écho qui résonne dans le cœur de chaque croyant et de l'Église d'aujourd'hui.
Cette indication d'être « chaud ou froid » transcende la simple température spirituelle ; c'est une invitation à l'authenticité et à la passion dans notre relation avec Dieu. La tiédeur spirituelle, cette médiocrité dangereuse qui ne fait ni compromis ni rejet, se présente comme le plus grand obstacle à l'expérience de la plénitude de la communion avec le Christ.
L'image du Christ qui attend à la porte et frappe patiemment résonne comme un rappel que, même dans nos pires chutes et moments d'éloignement, il continue à frapper, attendant que nous ouvrions à nouveau la porte de nos cœurs.
La promesse faite à ceux qui surmontent la tiédeur est une lueur d'espoir et un appel à la victoire. Non seulement nous sommes appelés à vaincre, mais on nous offre l'étonnante possibilité de partager le Trône avec le Christ, de partager Sa Victoire et Sa Gloire Éternelles.
La dernière phrase, « Que celui qui a des oreilles entende ce que l'Esprit dit aux Églises », résonne comme un écho qui nous suit, nous rappelant que la voix de l'Esprit parle encore. N'ignorons pas l'avertissement de Dieu et ne sous-estimons pas l'appel à la dévotion passionnée.
La tiédeur n'a pas sa place dans le cheminement spirituel. Que chaque battement de notre cœur, chaque soupir de notre âme, répondent à l'appel divin : être ardents dans notre dévotion, authentiques dans notre don de soi et passionnés dans notre recherche de la présence de Celui qui nous appelle à un engagement qui transforme toute l'existence.
Que l'Église, aujourd'hui et toujours, ne se contente pas de la complaisance, mais cherche avec ferveur à être celle qui reflète la Chaleur divine dans un monde qui aspire à l'authenticité et à la vérité. Le choix est clair : chaud ou froid. Que notre réponse résonne d'un écho éternel qui proclame notre abandon à un amour qui ne s'abandonne jamais et à un Sauveur qui nous appelle toujours.
Que l'Amen, témoin fidèle et véritable, du principe de la création de Dieu ; Que le Seigneur Jésus-Christ continue à vous bénir aujourd'hui, demain et toujours ! Amen!
Introdução
Na tela insondável do Livro do Apocalipse, uma carta dirigida à igreja de Laodiceia permanece como um espelho de advertência a toda alma que busca a Verdade Divina. No coração da Anatólia, uma cidade próspera e autoindulgente enfrenta a firme condenação do próprio Cristo, que se apresenta como «Amém, testemunho fiel e verdadeiro, princípio da criação de Deus» (Apocalipse 3, 14). No entanto, a cidade que se gabava de riquezas materiais é acusada de não ser "nem fria nem quente" (Apocalipse 3:15), uma descrição vívida de seu estado espiritual morno que desencadeia a admoestação do Salvador.
Imagine o Drama Celestial como o Criador sinaliza claramente Seu desprezo pela fé apática. A igreja de Laodiceia, envolta em sua própria complacência, não compreendeu que sua morosidade espiritual tornava o próprio Cristo enjoado, levando-O a proclamar: "Quereis que fostes frios, ou quentes!" (Apocalipse 3:15). Estas palavras ressoam ao longo dos séculos, desafiando cada crente a avaliar o seu próprio fervor espiritual no meio de um mundo que tenta constantemente apagar a chama da paixão por Deus.
Ao desvendarmos os versículos que compõem esta Epístola Divina, entraremos nos corredores de Laodiceia, uma igreja cujas obras contrastam com sua autopercepção, uma congregação que desperta a admoestação do Salvador. Nesta busca profunda, descobriremos não apenas a dura repreensão de Cristo, mas também o convite esperançoso à restauração e a promessa de compartilhar em Seu Trono para aqueles que vencerem a morosidade espiritual. A Igreja de Laodiceia desafia-nos hoje a enfrentar corajosamente a realidade da nossa própria relação com Deus e a procurar uma paixão espiritual ardente que ressoe no próprio coração do Amém, do Fiel e do Verdadeiro Testemunho.
Apocalipse 3:14-22:
14 E escreve ao anjo da igreja em Laodiceia: Eis o Amém, a Testemunha Fiel e Verdadeira, o Princípio da criação de Deus:
15 Conheço as tuas obras, que não és frio nem quente, que foste frio ou quente.
16 Mas porque tu és morno, e nem frio nem quente, eu te cuspirei da minha boca.
17 Porque dizeis: Eu sou rico, e rico, e não tenho necessidade de nada; e não sabes que és miserável, e miserável, e pobre, e cego, e nu;
18 Eu te admoesta, para que compres de mim ouro refinado em fogo, para que te tornes rico, e seja revestido com vestes brancas, para que não se revele a vergonha da tua nudez, e unga os teus olhos com pomada, para que vejas.
19 Repreendo e castigo todos os que amo: portanto, sede ciumentos e arrependei-vos.
20 Eis que estou à porta e bato: se alguém ouvir a Minha Voz e abrir a porta, eu entrarei nele e me levantarei com ele, e ele comigo.
21 Quem vencer, eu o darei para sentar-se comigo no meu trono, assim como eu venci, e sentar-me com meu Pai no seu trono.
22 Aquele que tem ouvidos ouça o que o Espírito diz às igrejas.
Contexto Histórico, Geográfico e Simbólico
Laodiceia, localizada na região frígia da Ásia Menor (atual Turquia), emergiu como uma cidade próspera com um fascinante contexto histórico e geográfico. Fundada por Antíoco II no século III a.C., Laodiceia tornou-se um centro vital de comércio e finanças durante a época romana. Sua posição estratégica no cruzamento de importantes rotas comerciais contribuiu para seu sucesso econômico.
A cidade destacou-se na produção de lã negra, particularmente conhecida na fabricação de peças de vestuário. Laodicéia também era conhecida por sua produção de colírios, uma substância medicinal usada para tratar doenças oculares. No entanto, apesar de suas conquistas materiais, a cidade carecia de uma fonte de água própria. Em vez de depender de fontes locais, Laodicéia recebeu água quente de Hierápolis e água fria de Colossae através de intrincados sistemas de aquedutos. Esse contexto hidráulico fornece um pano de fundo vital para a compreensão das metáforas empregadas na mensagem à igreja.
A alusão às águas quentes de Laodiceia não era meramente descritiva, mas carregava consigo um simbolismo espiritual. Hierápolis, conhecida por suas fontes termais curativas, e Colossos, com suas águas frias e revitalizantes, eram cidades vizinhas que contribuíam para o bem-estar físico. Mas Laodiceia, com suas águas quentes, não tinha o resfriamento ou os benefícios terapêuticos associados ao calor ou frescor.
Jesus usa essa metáfora para ilustrar a morosidade espiritual da igreja em Laodiceia. Assim como as águas quentes careciam de utilidade e propósito definidos, uma fé morna carece da vitalidade e da paixão necessárias para o serviço de Deus. A morosidade espiritual, como as águas quentes, é insípida e estagnada, incapaz de satisfazer as necessidades espirituais e contribuir para a saúde da alma.
Laodicéia não era apenas economicamente próspera, mas também orgulhosa de sua riqueza material. A menção que diz : "Eu sou rico, e sou rico, e não tenho necessidade de nada" (Apocalipse 3:17), destaca a complacência e a autoconfiança que a prosperidade material gerou na igreja.
Essa riqueza material, longe de ser uma bênção, tornou-se uma barreira espiritual. Laodiceia, como sua cidade, corria o risco de se tornar inútil e desprovida de bens essenciais. A autoindulgência na riqueza manifestou-se como nudez espiritual, a falta da vestimenta branca da justiça de Cristo.
Laodiceia, imersa em sua prosperidade material e conforto, enfrentou uma grave crise espiritual. A morosidade de sua fé e sua confiança na prosperidade terrena a tornaram vulnerável à admoestação divina. O simbolismo da água, a prosperidade material e as metáforas utilizadas por Jesus revelam uma mensagem intensa e urgente que ressoa através dos séculos, apelando à reflexão e ao arrependimento. Neste contexto histórico, geográfico e simbólico, a mensagem a Laodiceia ganha profundidade significativa, lembrando-nos que a prosperidade material não garante riqueza espiritual, e que uma fé morna é tão insatisfatória quanto as águas quentes que corriam pelos canos desta antiga cidade.
Versículo 14:
14 E escreve ao anjo da igreja em Laodiceia: Eis o Amém, a Testemunha Fiel e Verdadeira, o Princípio da Criação de Deus.
Este versículo serve como preâmbulo para a condenação e chamado à igreja de Laodiceia, e sua riqueza bíblica é profunda e significativa. A escolha de três títulos majestosos revela a Autoridade, Fidelidade e Papel Criativo de Jesus Cristo no relacionamento com Sua igreja.
1. Amém: Na cultura bíblica, o termo "Amém" foi além de ser uma simples palavra de encerramento. Aqui, apresenta-se como um Título que encapsula verdade e confirmação. Cristo, como o Amém, é a própria personificação da verdade e da certeza. Sua Palavra é firme, imutável e inquebrável. Em um contexto em que a igreja de Laodiceia se apegou à falsa certeza, este título ressoa como um lembrete de que somente em Cristo encontramos fundamentos sólidos e verdadeiros.
2. O Testemunho Fiel e Verdadeiro: Este Título destaca a fidelidade e a veracidade de Cristo como testemunha. A igreja de Laodiceia, que se gabava de riquezas, estava cega para sua própria realidade espiritual. No entanto, Cristo, como Testemunha Fiel e Verdadeira, não só vê ações exteriores, mas penetra nas profundezas do coração humano. Seu Testemunho é infalível, revelando não apenas o que é feito, mas também a autenticidade das motivações por trás das ações. Diante de uma audiência autoenganadora, Cristo emerge como a Testemunha Divina que desnuda a verdade mais profunda.
3. O Princípio da Criação de Deus: Esta designação destaca a Divindade e a Preeminência de Cristo na Criação. Não só faz parte da Criação, mas é o próprio Princípio. Em um contexto em que a igreja de Laodiceia se concentrou em suas posses terrenas, Cristo se revela como a origem de toda a criação. Sua Autoridade não se limita ao Espiritual, mas se estende à totalidade da existência. Neste Título, Laodicéia é chamada a reconhecer a soberania daquele que é o fundamento e a essência da criação.
Este versículo 14 estabelece as bases para a correção que se segue, lembrando a Laodiceia que Cristo é a Fonte da Verdade, a Testemunha de todo coração e o Princípio de toda a criação. Diante de tal revelação, a igreja não pode persistir em seu engano e complacência. É um convite a voltar à própria essência da fé, reconhecendo Cristo como Amém, Testemunha Fiel e Verdadeira e Princípio da Criação de Deus.
Versículo 15:
15 Conheço as tuas obras, que não és frio nem quente, que foste frio ou quente.
Este versículo revela a profunda compreensão de Cristo da Realidade Espiritual da Igreja de Laodiceia. A metáfora do calor, do frio e do calor torna-se um eco vibrante que ressoa pelos corredores desta carta, marcando a linha divisória entre autenticidade e mediocridade espiritual.
1. Você não é frio nem quente: O termo "frio" e "quente" não apenas alude à temperatura física, mas fornece uma imagem poderosa de estados espirituais extremos. "Frio" pode representar indiferença ou falta de compromisso com a fé, enquanto "quente" simboliza paixão, devoção e fervor espiritual. A dupla marcante entre essas duas condições opostas ressalta a polaridade desejada por Cristo. A morosidade, nesse contexto, é apresentada como uma posição perigosa e desagradável. Enquanto o frio e o calor são expressões claras da identidade espiritual, a morosidade desvanece-se na mediocridade, sem a força transformadora que define uma fé autêntica.
2. Seria que você fosse frio ou quente!: a exclamação apaixonada de Cristo revela Sua preferência pela clareza na devoção. A morosidade, que reside no intervir, desperta em Cristo o anseio por uma escolha definitiva. A indiferença ou o ardor espiritual podem ser abordados, confrontados e redirecionados, mas a morosidade representa uma posição mais difícil de transformar. Cristo não busca uma fé diluída ou um compromisso inconsequente. Seu desejo é claro: uma devoção ardente ou um reconhecimento honesto da necessidade de mudança.
Este versículo desperta uma profunda reflexão sobre a natureza de nosso próprio relacionamento com Deus. Confronta-nos com a realidade das nossas obras e revela que a morosidade espiritual não passa despercebida aos Olhos de Cristo. O convite a ser "quente ou frio" nos desafia a examinar a sinceridade de nossa fé, a deixar de lado a complacência e a abraçar um relacionamento que reflita um compromisso genuíno e uma paixão inabalável pelo Senhor. Em última análise, este apelo retumbante transcende o contexto de Laodiceia para desafiar cada crente, convidando-nos a escolher a clareza em nossa devoção e a buscar uma conexão mais profunda com o Amém divino que nos chama ao compromisso autêntico.
Versículo 16:
16 Mas porque és morno, e nem frio nem quente, eu te cuspirei da minha boca.
Este versículo, carregado de imagens fortes e repulsivas, pinta uma cena impressionante que reflete a aversão de Cristo à morosidade espiritual. A analogia do vômito não apenas ilustra a reação de Deus à mediocridade, mas também enfatiza a gravidade da situação e as consequências da fé morna.
1. Lucas: Uma Rejeição Espiritual: A Lucasmorinidade é apresentada como mais do que apenas decepção. A falta de compromisso espiritual é tão repugnante aos Olhos de Cristo que a comparação com o vômito evidencia sua total rejeição. Este ato de expulsão simboliza a separação radical que resulta de uma fé superficial. A igreja de Laodiceia, entregue à sua autopercepção equivocada, é confrontada com a realidade de ser rejeitada pelo próprio Salvador que ansiava por um relacionamento genuíno.
2. A severidade do descontentamento divino: A escolha da metáfora do vômito transmite a gravidade do descontentamento de Cristo. Não é uma simples crítica; É uma ação que sugere extremo nojo e desagrado. Em um contexto em que a igreja se orgulhava de suas realizações terrenas, este pronunciamento de Cristo serve como um lembrete inescapável de que a indulgência espiritual provoca a repulsa divina. A morosidade é inaceitável, e a imagem do vômito destaca a urgência de uma transformação espiritual radical.
Este versículo nos convida a considerar a seriedade da morosidade em nosso próprio relacionamento com Deus. Ela nos desafia a examinar se nossa fé é apaixonada e comprometida ou se nos contentamos com uma superficialidade que desencadearia o desprazer do próprio Cristo. A advertência a ser "expelida de Sua boca" é um chamado urgente à reflexão e ao arrependimento. A Igreja de Laodiceia, em sua morosidade doentia, serve de espelho no qual cada crente deve contemplar a sinceridade de sua própria devoção, lembrando que o Salvador anseia por um relacionamento profundo e autêntico que não se contente com a mediocridade.
Versículo 17:
17 Porque tu dizes: Eu sou rico, e rico, e não tenho necessidade de nada; e não sabes que és miserável, e miserável, e pobre, e cego, e nu;...
Este versículo desvenda a autoimagem enganosa da Igreja de Laodiceia, que, embrulhada em suas realizações materiais, é confrontada com a realidade espiritual de sua nudez e pobreza. A ironia de suas afirmações contrasta com a Avaliação Divina, revelando a desconexão entre a percepção humana e a Realidade Espiritual.
1. Falsa segurança na riqueza material: O versículo começa expondo a arrogância laodiceana afirmando: "Eu sou rico, e sou rico, e não tenho necessidade de nada", essa autoindulgência reflete a dependência das riquezas materiais, que eram uma realidade evidente na próspera cidade de Laodiceia. No entanto, Cristo desmonta essa falsa segurança ao revelar que a verdadeira riqueza não é medida em moedas terrenas, mas no relacionamento com Ele. A igreja, ao se concentrar em suas realizações materiais, perdeu de vista sua necessidade espiritual.
2. A Verdadeira Condição Espiritual: Miserável, Miserável, Pobre, Cego e Nu: A correção divina vem com uma lista chocante de descritores que contrastam com a suposta riqueza de Laodiceia. Cristo proclama que, apesar de sua alegação de autossuficiência, a igreja é "miserável, miserável, pobre, cega e nua". Cada termo pinta um quadro da real condição espiritual de Laodiceia: seu infortúnio revela sua falta de fortuna eterna, sua miséria aponta para a ausência de verdadeira alegria espiritual, sua pobreza expõe a falta de tesouros celestiais, sua cegueira destaca a falta de discernimento espiritual e sua nudez ilustra a ausência da justiça que cobre a culpa de Cristo.
Esse confronto direto não apenas desmonta a confiança equivocada de Laodiceia em suas realizações terrenas, mas também revela a necessidade premente de transformação espiritual. A advertência de Cristo é um chamado a reconhecer a verdadeira condição da alma e a afastar-se da complacência que obscurece a visão espiritual. A verdadeira riqueza não está na abundância material, mas em uma conexão profunda e genuína com o Salvador. A Igreja de Laodiceia, como todo crente, é desafiada a abandonar a ilusão da autossuficiência e a abraçar a verdadeira riqueza que só se encontra numa relação viva com o Amém, o Fiel e o Verdadeiro Testemunho.
Versículo 18:
18 Eu te admoesta, para que compres de mim ouro refinado em fogo, para que te tornes rico, e seja revestido com vestes brancas, para que não se revele a vergonha da tua nudez; e ungir os teus olhos com pomada, para que vejas.
Este versículo revela o Conselho Divino de Cristo à Igreja de Laodiceia, oferecendo uma Solução Divina para superar sua nudez espiritual e empobrecimento. As metáforas de Ouro Refinado, Roupões Brancos e Pomadas de Olhos se entrelaçam para pintar um quadro impressionante da transformação que Cristo deseja para Seu povo.
1. Compre Ouro Refinado no Fogo: A instrução para comprar "Ouro refinado no Fogo" contrasta com a confiança nas riquezas terrenas. Este Ouro Refinado simboliza a fé purificada através de provações e dificuldades. Nas Escrituras, o fogo representa a purificação, e o ouro refinado é um símbolo de uma fé que resistiu à provação e emergiu mais forte e valiosa. Cristo aconselha Laodicéia a adquirir uma fé genuína que só pode vir através do processo de purificação, deixando de lado a superficialidade e abraçando uma relação autêntica com Ele.
2. Vestes brancas para se vestir: As "vestes brancas" são um símbolo recorrente na Bíblia que representa a justiça e a pureza que Cristo concede àqueles que confiam Nele. A nudez espiritual de Laodiceia, revelada no versículo anterior, é abordada com a Provisão Divina de Vestes Brancas. Esse simbolismo destaca a necessidade da justiça de Cristo que cobre as faltas e transforma a vergonha em honra. As vestes brancas não só oferecem proteção e cobertura, mas também simbolizam renovação espiritual e reconciliação com Deus.
3. Não se envergonhe de sua nudez: A imagem da nudez e da vergonha destaca a vulnerabilidade espiritual de Laodiceia. Cristo, em Seu conselho amoroso, procura proteger a igreja da vergonha associada à sua nudez. A solução não é simplesmente a aquisição de riquezas terrenas, mas o recebimento da Provisão Divina que cobre as deficiências e restaura a dignidade espiritual.
4. Unja seus olhos com colírios para que você veja: O mencionado "colírio" simboliza a necessidade de clareza espiritual e discernimento. A cegueira espiritual de Laodicéia deve ser abordada através da aplicação da Pomada Olho Divino que abre os olhos para a realidade espiritual. Esse conselho aponta para a importância de ver a verdade da própria condição espiritual e reconhecer a necessidade de mudança.
Este Conselho Divino revela a compaixão e a paciência de Cristo para com Sua igreja. Mais do que simplesmente condenar, oferece soluções práticas e transformadoras. A Igreja de Laodiceia, e por extensão cada crente, é chamada a trocar a superficialidade pela autenticidade, as riquezas terrenas pela riqueza espiritual, a vergonha pela justiça de Cristo e a cegueira pela clareza espiritual. É um chamado à compra Divina que só pode ser realizado através da entrega humilde e da dependência contínua daquele que oferece tudo o que é necessário para a restauração espiritual.
Versículo 19:
19 Repreendo e castigo todos os que amo: portanto, sede ciumentos e arrependei-vos.
Este versículo encapsula a Natureza Amorosa e Disciplinar de Cristo em relação à Sua igreja. A admoestação Divina é apresentada como um Ato de Amor, destacando a íntima relação entre repreensão e amor. Além disso, o chamado à ação, expresso na exortação ao zelo e ao arrependimento, revela a urgência de uma resposta adequada à Correção Divina.
1. Eu repreendo e castigo tudo o que amo: A declaração de abertura revela uma verdade fundamental sobre o caráter de Deus. Reprovação e castigo, longe de serem expressões de raiva descontrolada, são Atos de Amor. A Disciplina Divina visa corrigir, moldar e restaurar aqueles a quem Deus ama. A própria natureza do Amor Divino impele Cristo a intervir quando Seu povo se desvia. Essa perspectiva desafia a percepção, muitas vezes errônea, da disciplina como punição e enfatiza sua intenção redentora.
2. Seja ciumento, portanto, seja ciumento: A exortação a ser zeloso não é uma simples observação, mas um chamado à ação. O zelo aqui implica um ardor e paixão pela verdade e fidelidade a Deus. A Igreja de Laodiceia é desafiada a despertar um zelo espiritual que talvez tenha diminuído em meio à sua complacência. A apatia espiritual não resiste ao fogo do zelo genuíno. Cristo exorta a igreja e cada crente a ansiar por uma conexão apaixonada com Ele, superando a mediocridade espiritual com ardente devoção.
3. Arrepender-se: O chamado ao arrependimento ressoa em toda a Escritura como um chamado constante de Deus ao Seu povo. Aqui, no contexto de Laodiceia, o arrependimento é essencial para a restauração. A autoindulgência e a confiança nas riquezas materiais devem ser substituídas por uma verdadeira mudança de coração. Cristo não apenas aponta o problema, mas oferece a solução: o arrependimento. Este ato implica uma mudança de direção, uma renúncia à complacência e um retorno à paixão e à devoção a Cristo.
Este versículo 19 revela o Equilíbrio Divino entre Amor e Disciplina. Cristo repreende porque ama e castiga para corrigir. A exortação ao zelo e ao arrependimento é um chamado à transformação profunda e duradoura. A Igreja de Laodiceia, e cada crente, é desafiado a ver a Disciplina Divina não como um sinal de rejeição, mas como uma expressão de amor que busca restaurar a comunhão e a devoção.
Versículo 20:
20 Eis que estou à porta e bato: se alguém ouvir a Minha Voz e abrir a porta, eu entrarei nele e levantarei com ele, e ele se levantará Comigo.
Este versículo apresenta um quadro comovente e esperançoso da paciência e da Disposição Divina para restaurar a comunhão com aqueles que respondem ao chamado de Cristo. A metáfora da porta e o chamado à comunhão íntima revelam a persistência do Salvador em buscar um relacionamento profundo e significativo com Seu povo.
1. Eu Estou à Porta e Eu Bato: A Imagem de Cristo esperando na porta simboliza Sua presença constante e Sua disposição de interagir com aqueles que ainda não responderam ao Seu chamado. Por outro lado, esta mesma Imagem do Senhor representa a expulsão de Cristo da vida de cada pessoa e da igreja. Apesar da morosidade anterior, da rebelião, Cristo está lá, chamando com paciência e graça. Esta pintura destaca a natureza amorosa e persistente de Deus, que busca ativamente restaurar o relacionamento quebrado.
2. Se alguém ouve minha voz e abre a porta: O chamado divino não é apenas um monólogo, é um diálogo que requer uma resposta consciente. A condição para a restauração espiritual envolve duas ações fundamentais: escutar e abrir a porta. O chamado de Cristo não força a entrada, mas convida a uma resposta voluntária. Aqueles que reconhecem Sua voz e respondem com um coração aberto experimentarão a contribuição Divina.
3. Entrarei Nele, e jantarei com Ele, e Ele Comigo: A promessa de entrar e jantar juntos simboliza a comunhão íntima e restaurada entre Cristo e o indivíduo arrependido. A imagem de compartilhar uma refeição reflete intimidade, amizade e comunhão compartilhada. Cristo oferece não apenas perdão e reconciliação, mas também a promessa de um relacionamento próximo e significativo. A metáfora da ceia indica o ápice da restauração espiritual, onde o crente se encontra em comunhão com seu Salvador.
Este versículo revela esperança em meio à correção e à disciplina. Apesar da severidade das palavras acima, Cristo se apresenta como o Salvador que persiste em buscar e restaurar o relacionamento com Seu povo. Se a porta está fechada, o chamado de Cristo persiste. O convite à comunhão íntima ressoa como um chamado à reconciliação e à restauração, lembrando-nos que, mesmo nos momentos de maior afastamento, Cristo continua a bater à porta dos nossos corações, esperando pacientemente uma resposta de arrependimento e devoção.
Versículo 21:
21 Àquele que vencer, eu o darei para sentar-se comigo no meu trono, assim como eu venci, e me sentei com meu Pai em seu trono.
Este versículo culmina com uma promessa gloriosa e encorajadora para aqueles que superam a morosidade espiritual e respondem ao chamado de Cristo. A imagem de compartilhar o Trono com Ele não apenas simboliza a recompensa para os vencedores, mas também reflete a participação na própria vitória de Cristo e Sua Posição Divina.
1. Àquele que conquista: A promessa começa com a condição de conquistar. Esse conceito de vitória envolve a superação da adversidade espiritual, da complacência e de quaisquer barreiras que impeçam um relacionamento mais profundo com Cristo. A vida cristã é apresentada como uma batalha espiritual, e aqueles que perseveram e vencem são reconhecidos como vencedores.
2. Eu o darei para sentar-se Comigo em meu Trono: A recompensa é extraordinária: a participação no Trono de Cristo. Essa imagem vai além da simples concessão de um lugar; envolve a participação na realeza e na autoridade de Cristo. É uma expressão de intimidade, honra e união com o próprio Salvador. A Promessa reflete o Desejo Divino de não apenas perdoar e restaurar, mas elevar o crente a uma posição de honra e glória.
3. Assim como Eu Conquistei e Sentei-me com Meu Pai em Seu Trono: A Promessa é reforçada ao lembrar a própria Vitória de Cristo e Sua Posição no Trono do Pai. A conexão entre a vitória de Cristo e a promessa aos vencedores destaca a participação direta dos crentes na obra redentora de Cristo. É um convite a participar da glória e exaltação que o próprio Cristo experimentou após Sua Vitória sobre o pecado e a morte.
Este versículo oferece uma perspectiva surpreendente sobre a recompensa que espera aqueles que, apesar das lutas e quedas, perseveram na fé. A promessa de compartilhar o trono com Cristo fala não apenas da generosidade de Deus, mas também do relacionamento íntimo que se desenvolve entre o Salvador e o crente. É um lembrete de que nossa fidelidade na Terra tem implicações eternas, e a vitória em Cristo nos leva a participar da plenitude de Seu Reino.
Versículo 22:
22 Aquele que tem ouvidos ouça o que o Espírito diz às igrejas.
Este último versículo da mensagem a Laodiceia reforça a urgência e a importância da Exortação Divina. A repetição desta frase no final de cada carta às igrejas no Apocalipse realça a universalidade das mensagens e a relevância contínua para a Igreja em todos os tempos.
1. Aquele que tem ouvido: A frase "aquele que tem ouvido" é apresentada como um chamado à atenção espiritual. Refere-se não apenas à capacidade física de ouvir, mas à disposição espiritual de ouvir e compreender a Voz de Deus. Este chamado destaca a responsabilidade individual de cada crente de ouvir e instruir o Divino e responder à Voz do Espírito.
2. Ouça o que o Espírito Diz às Igrejas: A repetição desta frase em cada letra reflete a relevância universal das mensagens Divinas para todas as congregações ao longo do tempo. A Voz do Espírito não se limita a um tempo ou igreja específica, mas continua a ressoar ao longo da história da Igreja em geral. Toda mensagem dirigida às igrejas no Apocalipse é, portanto, um chamado contínuo à fidelidade, obediência e renovação espiritual.
Este versículo serve como um lembrete final e solene de que a Palavra de Deus, transmitida pelo Espírito Santo, não deve ser ignorada ou negligenciada. O convite a "ouvir" é mais do que um ato físico; é uma disposição do coração para receber, compreender e obedecer à Revelação Divina. O chamado ressoa não apenas nos ouvidos físicos, mas no coração e na alma de cada crente e da Igreja como um todo. A Voz do Espírito continua a falar hoje, convidando à obediência, à renovação e à devoção apaixonada a Cristo. Este versículo não apenas conclui a carta a Laodiceia, mas também persiste como uma exortação perene a toda a Igreja para que preste atenção e responda à Voz Divina.
17 E o Espírito e a Noiva dizem: Vinde: E quem ouve dirá: Vem, e vem o que tem sede, e o que quiser, tome a água da vida por nada.
[Apocalipse 22:17]
Conclusão
No caminho pelas palavras pungentes dirigidas à igreja de Laodiceia, encontramos uma advertência divina que ressoa através dos séculos: "Nem frio nem calor". Esta exortação não é simplesmente uma repreensão de uma antiga congregação, mas um eco que reverbera no coração de cada crente e da Igreja de hoje.
Essa indicação de ser "quente ou frio" transcende a mera temperatura espiritual; é um convite à autenticidade e à paixão na nossa relação com Deus. A morosidade espiritual, essa perigosa mediocridade que não compromete nem rejeita, apresenta-se como o maior obstáculo à vivência da plenitude da comunhão com Cristo.
A imagem de Cristo esperando à porta e batendo pacientemente ressoa como um lembrete de que, mesmo em nossas piores quedas e momentos de distanciamento, Ele continua batendo, esperando que abramos a porta de nossos corações novamente.
A promessa aos que superam a morosidade é um vislumbre de esperança e um chamado à vitória. Não apenas somos chamados a vencer, mas nos é oferecida a incrível possibilidade de compartilhar o Trono com Cristo, de participar de Sua Eterna Vitória e Glória.
A frase final, "Aquele que tem ouvido, ouça o que o Espírito diz às igrejas", ressoa como um eco que nos segue, lembrando-nos que a voz do Espírito ainda está falando. Não ignoremos a advertência de Deus nem subestimemos o chamado à devoção apaixonada.
A morosidade não tem lugar na jornada espiritual. Que cada batida do nosso coração, cada suspiro da nossa alma, responda ao chamado divino: sermos ardentes na nossa devoção, autênticos na nossa doação e apaixonados na busca da presença d'Aquele que nos chama a um compromisso que transforma toda a existência.
Que a Igreja, hoje e sempre, não se contente com a complacência, mas procure fervorosamente ser aquela que reflete o calor divino num mundo que anseia por autenticidade e verdade. A escolha é clara: quente ou frio. Que nossa resposta ressoe com um eco eterno que proclama nossa entrega a um amor que nunca se rende e a um Salvador que sempre chama.
Que o Amém, o testemunho fiel e verdadeiro, o princípio da criação de Deus; Que o Senhor Jesus Cristo continue a abençoá-lo hoje, amanhã e sempre! Amém!
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