Introducción

Hermano y Hermana, cuando pensamos en el fin del mundo, nuestra mente suele volar hacia imágenes apocalípticas: catástrofes naturales, destrucción global, los ángeles segadores y el regreso de Cristo en Gloria. Y es cierto, la Biblia nos enseña que llegará un día en que este mundo tal como lo conocemos llegará a su fin para dar paso a un cielo nuevo y una tierra nueva. Pero en este estudio, no vamos a enfocarnos en ese evento final y global. En lugar de eso, vamos a mirar el fin del mundo desde una perspectiva mucho más íntima, personal e individual.

Hoy quiero hablarte de un fin del mundo que es aún más urgente y trascendental para ti, porque es el fin del mundo en tu vida personal. Se trata de ese momento crucial en el que decides morir al mundo, a sus placeres y tentaciones, para poder vivir plenamente para Cristo. Este fin del mundo no se trata de un evento catastrófico allá afuera, sino de una transformación profunda que ocurre aquí, en tu corazón, cuando decides renunciar a lo temporal y abrazar lo eterno.

El fin del mundo en este contexto es el fin de tu antigua vida pecaminosa, una vida que estaba enraizada en los deseos de la carne, en las metas pasajeras y en las promesas vacías de este mundo. Es el momento en que decides dejar atrás todo lo que te ha mantenido lejos de Dios, para abrazar la vida nueva que Cristo te ofrece. Es un llamado a morir al pecado y a las influencias de este sistema corrupto, y a resucitar en una vida de obediencia y comunión con el Señor.

Este episodio es una invitación a examinar nuestro propio corazón y a considerar la importancia de ponerle fin a nuestra relación con el mundo. Porque aunque el fin del mundo global llegará un día, cada uno de nosotros debemos enfrentar nuestro propio fin antes de ese momento: el fin de vivir para nosotros mismos, y el inicio de una vida completamente rendida a Cristo. ¿Estás listo para experimentar tu propio fin del mundo? Hoy puede ser el día en que todo cambie para ti.

1 Juan 2:15-17:

15No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo. Si alguno ama al mundo, el amor del Padre no está en él.

16Porque todo lo que hay en el mundo, la concupiscencia de la carne, y la concupiscencia de los ojos, y la soberbia de la vida, no es del Padre, mas es del mundo.

17Y el mundo se pasa, y su concupiscencia; mas el que hace la voluntad de Dios, permanece para siempre.

EL MUNDO EN CONTRAPOSICIÓN A CRISTO

El mundo y Cristo se presentan en la Escritura como dos caminos irreconciliables, dos modos de vida en completo conflicto. En la Biblia, el mundo no se refiere únicamente a la creación física, sino al sistema de valores y deseos que se oponen a Dios. Es una red de influencias, tentaciones y placeres que buscan alejarnos de la Verdad y la Vida en Cristo. El mundo, en su esencia, está diseñado para mantenernos enfocados en lo temporal y en lo que satisface nuestra carne, mientras que Cristo nos llama a lo Eterno, a una Vida que trasciende lo visible y se enfoca en el Reino de Dios.

Romanos 12:2:

2Y no os conforméis a este siglo; mas reformaos por la renovación de vuestro entendimiento, para que experimentéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta.

Este versículo establece una clara separación entre el Creyente y el mundo. Pablo nos advierte que no debemos conformarnos a este siglo, es decir, no debemos adoptar la mentalidad, los valores y los deseos de esta era. Conformarse al mundo es aceptar sus estándares como la norma, vivir para lo que el mundo considera éxito: la riqueza, el poder, la fama, el placer. Sin embargo, Pablo nos invita a una “renovación de nuestro entendimiento”. Esta transformación mental es radical, porque no se trata solo de cambiar de opinión o mejorar nuestras actitudes; es un llamado a una renovación completa de nuestra manera de ver la vida.

El mundo ofrece un sinfín de distracciones para mantenernos alejados de esta renovación. Las modas, las ideologías y las filosofías mundanas prometen una satisfacción inmediata, pero pasajera. Alguien que está conformado a este mundo buscará el éxito material, los placeres de la carne, y la aprobación social. Sin embargo, en Cristo, encontramos que nuestra verdadera satisfacción y propósito no dependen de lo temporal, sino de hacer la Voluntad de Dios. Al renovar nuestro entendimiento, comenzamos a ver con los Ojos de la Eternidad, priorizando lo que agrada a Dios sobre los placeres fugaces del mundo.

Gálatas 6:14:

14Mas lejos esté de mí gloriarme, sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo, por el cual el mundo me es crucificado á mí, y yo al mundo.

Este poderoso versículo nos introduce a la idea de la crucifixión mutua entre el Creyente y el mundo. Pablo declara que, a través de la cruz de Cristo, ha muerto al mundo, y el mundo ha muerto para él. Aquí no solo se refiere a una renuncia mental o emocional, sino a una muerte espiritual hacia todo lo que el mundo tiene para ofrecer. Esto es radical porque implica que el creyente ya no tiene ningún lazo, deseo o apego por lo que el mundo ofrece.

Pablo utiliza el simbolismo de la cruz, que representa sufrimiento, muerte y renuncia, para describir su relación con el mundo. Para él, todo lo que el mundo considera valioso – poder, prestigio, placer – ha perdido todo su atractivo. A través de Cristo, el sistema del mundo es crucificado, es decir, es visto como muerto, inútil y sin valor real. Esto significa que el verdadero creyente, al vivir para Cristo, ha renunciado voluntariamente a todo lo que el mundo considera digno de buscar.

El mundo, con sus placeres y atracciones, busca continuamente seducir al creyente. Nos ofrece una vida de comodidad, éxito y placer, pero todas estas cosas son temporales y conducen al vacío espiritual. La crucifixión al mundo significa que hemos sido liberados de su dominio. Ahora, ya no somos esclavos de las opiniones, las tentaciones y las pasiones de este siglo. Vivimos para Cristo, y en esa nueva vida encontramos un gozo y una satisfacción mucho más profundos y duraderos que cualquier cosa que el mundo pueda ofrecernos.

Santiago 4:4:

4Adúlteros y adúlteras, ¿no sabéis que la amistad del mundo es enemistad con Dios? Cualquiera pues que quisiere ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios.

Este versículo nos plantea una advertencia muy seria. Santiago utiliza un lenguaje fuerte y directo al llamar “adúlteros” a aquellos que buscan la amistad con el mundo. El término “adúlteros” se refiere aquí a la traición espiritual. Cuando el creyente intenta mantener una relación amistosa con el mundo, está traicionando su pacto con Dios. En términos bíblicos, la Iglesia es la Esposa de Cristo, y cualquier coqueteo con el sistema del mundo es visto como adulterio espiritual.

Santiago deja en claro que no hay neutralidad. No se puede ser amigo del mundo y al mismo tiempo ser fiel a Dios. El sistema de valores y deseos del mundo está en directa oposición a la Voluntad de Dios, y abrazar esos valores nos convierte en enemigos de Dios. Esto es impactante porque nos recuerda que cada decisión que tomamos nos está alineando ya sea con Dios o con el mundo. No podemos vivir divididos entre dos lealtades.

Ser amigo del mundo significa participar en sus obras, aceptar sus estándares y buscar lo que el mundo considera valioso. Pero el creyente ha sido llamado a una vida de separación y santidad. Somos llamados a ser “luz del mundo” (Mateo 5:14), lo que implica ser diferentes, ser un reflejo del carácter de Cristo en medio de una sociedad que está en oscuridad.

El mundo, en su esencia, es incompatible con Cristo. Mientras que el mundo exalta lo temporal, Cristo nos llama a lo Eterno. Mientras el mundo busca satisfacer los deseos de la carne, Cristo nos invita a crucificarlos. Esta contraposición es clara: vivir para el mundo significa alejarse de Dios, pero vivir para Cristo significa renunciar al mundo. Como creyentes, somos llamados a morir al mundo y vivir únicamente para Cristo. Esta es la revelación más profunda: el fin del mundo no solo se trata de un evento futuro, sino de un cambio radical en nuestras vidas, cuando decidimos crucificar el mundo para experimentar la vida verdadera en Cristo.

¿Estás dispuesto a dejar que el mundo muera para ti, para que puedas vivir en plenitud para Cristo?

El Día del Fin del Mundo Como Muerte a los Placeres Mundanos

El verdadero fin del mundo para el cristiano no es solo un evento profético en el futuro, sino una transformación radical que ocurre cuando decidimos morir a los placeres mundanos y vivir solamente para Cristo. Este “fin” comienza en el corazón, en el momento en que rechazamos los deseos carnales y los valores corruptos del mundo para abrazar la Vida Eterna y el propósito de Dios. Morir a los placeres mundanos es esencial para experimentar el Poder de la Resurrección y la Vida Nueva en Cristo. Así, el “Día del Fin del Mundo” se convierte en el día en que dejamos atrás todo lo que el mundo valora, y nos rendimos completamente a Cristo.

Colosenses 3:5-6:

5Amortiguad, pues, vuestros miembros que están sobre la tierra: fornicación, inmundicia, molicie, mala concupiscencia, y avaricia, que es idolatría:

6Por las cuales cosas la ira de Dios viene sobre los hijos de rebelión.

El apóstol Pablo nos llama a amortiguar, o sea, a dar muerte a los deseos y placeres que nos atan a este mundo. Esta amortiguación no es opcional para el cristiano, sino una parte central del proceso de santificación. Aquí, Pablo nos lista algunos de los principales “miembros” de la vida carnal que deben ser crucificados: la fornicación, la inmundicia, las pasiones desordenadas, los malos deseos y la avaricia. Estos son elementos que dominan el sistema del mundo y, al seguirlos, nos alejamos de la Voluntad de Dios.

La palabra “amortiguar” es un llamado radical. No se trata de simplemente suprimir o controlar estos deseos, sino de destruirlos completamente. Es un proceso intencional y continuo de renunciar a cualquier cosa que no esté alineada con el carácter de Cristo. Este proceso es, en efecto, el fin del mundo para nuestra vida anterior. El fin de las pasiones mundanas es el principio de una vida completamente renovada en Cristo, donde Él se convierte en el centro de todo lo que somos y hacemos.

Morir a los placeres mundanos implica un sacrificio. No es fácil, ya que el mundo constantemente nos bombardea con tentaciones. Las pasiones desordenadas y los malos deseos parecen prometer satisfacción, pero en realidad nos esclavizan. A través de esta amortiguación, somos liberados de su poder, permitiendo que Cristo reine en nuestras vidas.

Mateo 16:24-25:

24Entonces Jesús dijo á sus discípulos: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese á sí mismo, y tome su cruz, y sígame.

25Porque cualquiera que quisiere salvar su vida, la perderá, y cualquiera que perdiere su vida por causa de mí, la hallará.

Jesús nos presenta una paradoja profunda: si queremos salvar nuestra vida, debemos estar dispuestos a perderla. Esta declaración revela la verdadera naturaleza del fin del mundo espiritual. Tomar la cruz es un llamado a la muerte: a la muerte de nuestros deseos, ambiciones y placeres personales. Es un símbolo de renuncia total, donde dejamos de vivir para nosotros mismos y comenzamos a vivir para Cristo.

El acto de “negarse a sí mismo” significa que ya no buscamos satisfacer los deseos de la carne, sino que buscamos agradar únicamente a Dios. Esto implica un cambio completo de prioridades. Antes, vivíamos para nuestros propios intereses, para el reconocimiento, la comodidad o el éxito material, pero ahora, al tomar la cruz, estamos dispuestos a sacrificar todo eso por el bien del Reino de Dios.

El “Día del Fin del Mundo” ocurre cuando voluntariamente decidimos perder nuestra vida mundana, renunciando a todo lo que este mundo considera valioso, para encontrar la verdadera vida en Cristo. Este proceso de “perder la vida” no es un sacrificio vacío, porque lo que ganamos en Cristo es infinitamente más valioso. La vida en el Espíritu es rica en paz, gozo y propósito, cosas que el mundo jamás podrá ofrecerte. En ese sentido, el día que nos entregamos completamente a Cristo es el día en que el mundo, tal como lo conocíamos, llega a su fin.

1 Pedro 4:1-2:

1PUES que Cristo ha padecido por nosotros en la carne, vosotros también estad armados del mismo pensamiento: que el que ha padecido en la carne, cesó de pecado;

2Para que ya el tiempo que queda en carne, viva, no á las concupiscencias de los hombres, sino á la voluntad de Dios.

Pedro nos llama a armarnos con el mismo pensamiento de Cristo, quien padeció en la carne para cumplir la Voluntad del Padre. El fin del mundo para el cristiano ocurre cuando decidimos que ya no viviremos para los placeres carnales, sino para cumplir la Voluntad de Dios. Este pasaje nos recuerda que el sufrimiento en la carne no es en vano, sino que tiene un propósito: liberarnos del pecado y alinear nuestra vida con el Propósito Divino.

La “muerte” de la que Pedro habla no es solo física, sino espiritual. Es la muerte a los deseos y concupiscencias que nos han mantenido atados al mundo. Morir a estos placeres implica sufrir en la carne, ya que nuestra naturaleza caída desea lo que es contrario a la Voluntad de Dios. Sin embargo, al armarnos con el Pensamiento de Cristo, estamos dispuestos a soportar el sufrimiento temporal, sabiendo que nos lleva a la libertad del pecado y a la Vida Eterna.

Este es el verdadero fin del mundo en la vida del Creyente: un fin de las pasiones terrenales para vivir conforme a la Voluntad de Dios. Ya no vivimos para lo que nos gratifica momentáneamente, sino para lo que agrada al Padre. Este fin nos introduce a una vida superior, una vida de comunión y santidad que el mundo no puede entender ni ofrecer.

Tito 2:11-12:

11Porque la gracia de Dios que trae salvación á todos los hombres, se manifestó.

12Enseñándonos que, renunciando á la impiedad y á los deseos mundanos, vivamos en este siglo templada, y justa, y píamente,…

La Gracia de Dios, que trae salvación, no solo nos redime del pecado, sino que nos enseña a renunciar a los deseos mundanos. Esto nos muestra que la Gracia no es una licencia para seguir viviendo como el mundo, sino que es el Poder para vivir de manera santa en medio de un mundo corrupto. El “Día del Fin del Mundo” ocurre cuando, por la Gracia de Dios, renunciamos a los deseos y placeres que antes nos dominaban.

Vivir una vida “templada, y justa, y píamente” es un llamado a una vida diferente, una vida que se destaca del sistema del mundo. Este versículo nos recuerda que, aunque todavía estamos en el mundo, no somos del mundo. El mundo vive bajo el dominio de los deseos y placeres temporales, pero nosotros hemos sido llamados a una vida que refleja el carácter de Dios. La Gracia nos capacita para vivir de manera sobria, es decir, con una mente clara y enfocada en lo eterno. Vivir justamente implica que nuestras acciones reflejan la justicia de Dios, y vivir piadosamente significa que toda nuestra vida está dedicada a agradar a nuestro Padre celestial.

El verdadero “Día del Fin del Mundo” para el cristiano es el momento en que decidimos crucificar los deseos y placeres mundanos. Esta decisión es una de las más trascendentales que tomaremos en nuestra vida espiritual. No es solo una renuncia simbólica, sino una entrega total de nuestras vidas a Cristo. Morir a los placeres del mundo puede parecer doloroso y sacrificial, pero es la única manera de experimentar la plenitud de la vida en Cristo.

El mundo nos ofrece una falsa sensación de satisfacción a través de sus placeres temporales, pero el cristiano sabe que estos son efímeros y vacíos. La verdadera vida, la Vida Eterna y abundante, se encuentra solo cuando morimos al mundo y vivimos para Cristo. El “Día del Fin del Mundo” no es una fecha lejana que debemos temer, sino una experiencia diaria de morir al yo y a los placeres mundanos, para vivir en el poder de la resurrección de Cristo.

Este día puede ser hoy. ¿Estás listo para que el mundo llegue a su fin en tu vida? ¿Estás dispuesto a crucificar los placeres y deseos temporales para abrazar la Vida Eterna que solo Cristo puede ofrecer? Si es así, hoy puede ser tu “Día del Fin del Mundo”.

La Urgencia Del Fin Y La Preparación Espiritual

La urgencia del fin del mundo no es algo que simplemente se relaciona con la Venida de Cristo o con eventos apocalípticos futuros, sino que es una realidad diaria que exige nuestra preparación espiritual constante. El fin puede llegar de manera personal en cualquier momento, ya sea por el retorno de Cristo o por nuestra propia muerte, y es por esto que debemos estar espiritualmente listos. Morir a los placeres del mundo y vivir exclusivamente para Cristo es el verdadero acto de preparación para el fin. Si estamos espiritualmente preparados, el fin del mundo no nos tomará por sorpresa, sino que será un momento de encuentro glorioso con el Señor.

Mateo 24:44:

44Por tanto, también vosotros estad apercibidos; porque el Hijo del hombre ha de venir á la hora que no pensáis.

Jesús nos advierte claramente que Su Venida será repentina e inesperada. Esto no es solo un llamado a esperar pasivamente el evento, sino un llamado a estar siempre listos, siempre preparados. La urgencia no está en intentar adivinar cuándo sucederá el fin, sino en vivir cada día como si fuera el último. El enfoque aquí es claro: si sabemos que Cristo puede regresar en cualquier momento, o que nuestro tiempo en la tierra puede terminar repentinamente, entonces nuestra vida debe estar en constante estado de preparación.

La preparación espiritual no es algo que se pueda posponer. Muchos piensan que pueden disfrutar de los placeres del mundo y, más adelante, cuando se acerque el fin, se reconciliarán con Dios. Pero Jesús nos recuerda que no sabemos ni el día ni la hora. Por lo tanto, la urgencia es absoluta. Cada día que vivimos sin estar preparados espiritualmente es un riesgo enorme. Esto nos lleva a la convicción de que vivir en los placeres del mundo es una distracción peligrosa, ya que el verdadero fin del mundo puede llegar en cualquier momento, y la Eternidad depende de nuestra preparación actual.

1 Tesalonicenses 5:2-6:

2Porque vosotros sabéis bien, que el día del Señor vendrá así como ladrón de noche,

3Que cuando dirán, Paz y seguridad, entonces vendrá sobre ellos destrucción de repente, como los dolores á la mujer preñada; y no escaparán.

4Mas vosotros, hermanos, no estáis en tinieblas, para que aquel día os sobrecoja como ladrón;

5Porque todos vosotros sois hijos de luz, é hijos del día; no somos de la noche, ni de las tinieblas.

6Por tanto, no durmamos como los demás; antes velemos y seamos sobrios.

Aquí, Pablo enfatiza el elemento sorpresa del “Día del Señor”. Para los que viven en tinieblas, aquellos que están sumergidos en los placeres del mundo y que no están espiritualmente preparados, el fin será como la llegada de un ladrón en la noche: inesperado y devastador. Sin embargo, los cristianos, como hijos de luz, no deben ser sorprendidos por este Día. Esto significa que debemos estar en una postura de vigilancia continua, viviendo en la luz de la verdad, lejos de las distracciones y placeres temporales que el mundo ofrece.

Pablo nos advierte contra el peligro de “dormir” espiritualmente. Dormir, en este contexto, se refiere a estar espiritualmente desprevenidos o inactivos, lo que sucede cuando nuestras prioridades están arraigadas en el mundo. El mundo nos induce al sueño espiritual a través de sus promesas vacías de “paz y seguridad”. Sin embargo, estos placeres y promesas son ilusorios. Nos anestesian, alejándonos de la verdadera vida en Cristo y dejándonos vulnerables ante la llegada repentina del fin.

Por eso, la urgencia es clara: no debemos dormir espiritualmente, sino velar y ser sobrios. Esto implica vivir de manera consciente y disciplinada, enfocándonos en las cosas de arriba (Colosenses 3:2), manteniéndonos en oración, obedeciendo la Palabra de Dios y alejándonos de las influencias mundanas que nos apartan de nuestro verdadero propósito. Si nos dormimos espiritualmente, nos arriesgamos a perder lo más valioso: la Vida Eterna con Cristo.

2 Pedro 3:10-12 :

10Mas el día del Señor vendrá como ladrón en la noche; en el cual los cielos pasarán con grande estruendo, y los elementos ardiendo serán deshechos, y la tierra y las obras que en ella están serán quemadas.

11Pues como todas estas cosas han de ser deshechas, ¿qué tales conviene que vosotros seáis en santas y pías conversaciones,

12 Esperando y apresurándoos para la venida del día de Dios, en el cual los cielos siendo encendidos serán deshechos, y los elementos siendo abrasados, se fundirán?

Pedro nos presenta una visión aterradora y poderosa del fin de los tiempos: el mundo y todo lo que hay en él será destruido por fuego. Sin embargo, esta descripción no está destinada solo a asustarnos, sino a despertarnos a una verdad esencial: todo lo que el mundo valora será destruido, y solo lo que hemos hecho para Cristo perdurará. Si sabemos que el destino del mundo es su destrucción total, ¿cómo no deberíamos estar urgentemente enfocados en vivir en santidad y devoción a Dios?

Pedro nos insta a vivir en una “santa y piadosa manera de vivir”. La urgencia de esta exhortación es evidente. No podemos perder tiempo viviendo para los placeres temporales cuando sabemos que todo lo terrenal será deshecho. Vivir piadosamente significa que cada decisión que tomamos, cada acción que realizamos, está en línea con la Voluntad de Dios. No podemos darnos el lujo de comprometernos con el mundo cuando sabemos que el fin está tan cerca.

La preparación espiritual no es solo para evitar la destrucción, sino para estar en una postura de esperanza y expectativa para la Venida de Cristo. Los Creyentes que están preparados no temen el fin, sino que lo anticipan con gozo, sabiendo que el Día del Señor traerá la Consumación de nuestra salvación. Pero esta anticipación solo es posible si hemos renunciado a los placeres del mundo y estamos totalmente dedicados a vivir para Cristo.

Lucas 21:34-36:

34Y mirad por vosotros, que vuestros corazones no sean cargados de glotonería y embriaguez, y de los cuidados de esta vida, y venga de repente sobre vosotros aquel día.

35Porque como un lazo vendrá sobre todos los que habitan sobre la faz de toda la tierra.

36Velad pues, orando en todo tiempo, que seáis tenidos por dignos de evitar todas estas cosas que han de venir, y de estar en pie delante del Hijo del hombre.

Jesús nos advierte sobre los peligros de estar cargados de los placeres y preocupaciones de este mundo. La glotonería, la embriaguez y los “cuidados de esta vida” representan los excesos y las preocupaciones que nos atan a lo terrenal. Si nuestro corazón está enfocado en estas cosas, seremos sorprendidos por el fin. El peligro de vivir una vida dominada por los placeres mundanos es que nos distraen de la realidad espiritual, haciéndonos insensibles a la urgencia del momento.

Aquí, Jesús nos manda a velar y orar en todo tiempo, para que seamos hallados dignos de escapar de las tribulaciones que vendrán y estar de pie ante el Hijo del Hombre. Velar implica estar espiritualmente despiertos y alertas, reconociendo que el fin puede llegar en cualquier momento. No podemos permitir que las distracciones del mundo nos aparten de nuestra preparación espiritual. Orar constantemente es esencial para mantener una relación íntima con Dios, fortaleciendo nuestra fe y manteniendo nuestras prioridades espirituales en orden.

La urgencia del fin del mundo es una realidad que debe transformar cómo vivimos cada día. No sabemos cuándo será el fin, pero sabemos que está más cerca de lo que pensamos. Cada día que pasamos sumergidos en los placeres del mundo es un día perdido en nuestra preparación espiritual. Jesús nos llama a estar preparados, a velar, a orar, y a vivir en santidad y justicia. Esta preparación es más que una simple espera pasiva; es una vida activa de entrega, sacrificio y devoción a Dios.

Si el fin del mundo llegara hoy, ¿estarías preparado para encontrarte con Cristo? No se trata solo de evitar el castigo o la destrucción, sino de estar en la posición de recibir la recompensa eterna de estar con nuestro Salvador para siempre. El llamado es urgente: abandona los placeres temporales que el mundo ofrece, y vive cada día en preparación espiritual para el encuentro con el Señor.

Hoy puede ser el día del fin del mundo en tu vida, el día en que renuncias a todo lo que te distrae de tu verdadera vocación, y comienzas a vivir exclusivamente para Cristo. ¿Estás listo para tomar esta decisión?

EL FIN DEL MUNDO ES EL INICIO DE UNA VIDA NUEVA EN CRISTO

El concepto del fin del mundo puede parecer algo aterrador, pero para los que están en Cristo, no es el fin en absoluto. Al contrario, es el comienzo de una nueva vida, una vida que no está sujeta a los placeres efímeros de este mundo, sino que está anclada en la Eternidad con Dios. El fin del mundo, entendido en un sentido espiritual, marca el punto en que abandonamos nuestra antigua manera de vivir y nos rendimos completamente a la vida nueva que Cristo nos ofrece. Esta transformación es esencial para entender lo que realmente significa vivir en el Reino de Dios.

2 Corintios 5:17:

17De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es: las cosas viejas pasaron; he aquí todas son hechas nuevas.

El apóstol Pablo nos da una profunda revelación de lo que sucede cuando nos unimos a Cristo: nuestras vidas cambian radicalmente. Las “cosas viejas”, es decir, nuestros deseos carnales, las tentaciones del mundo y nuestra manera egoísta de vivir, se quedan atrás. En Cristo, hemos experimentado una muerte simbólica al mundo, un “fin” de la vida que llevábamos, y en su lugar hemos recibido una nueva vida. Esta es la verdadera revelación del fin del mundo, una transformación interna que afecta todas las áreas de nuestra existencia.

Cuando morimos a los placeres del mundo, ese es el verdadero fin de “nuestro” mundo tal como lo conocíamos. Pero, paradójicamente, ese fin abre las puertas a una nueva dimensión de vida en Cristo. Aquí es donde empieza la libertad verdadera. Ya no somos esclavos del pecado, de los deseos carnales o de las expectativas del mundo. Al vivir para Cristo, experimentamos una renovación espiritual que nos libera del ciclo de destrucción que el mundo ofrece.

Romanos 6:4:

4Porque somos sepultados juntamente con él á muerte por el bautismo; para que como Cristo resucitó de los muertos por la gloria del Padre, así también nosotros andemos en novedad de vida.

El bautismo es un símbolo poderoso de esta transición. Cuando somos sumergidos en las aguas bautismales, estamos declarando públicamente que hemos muerto a nuestra vida pasada, que el fin del mundo ha llegado para nosotros en un sentido espiritual. Pero al emerger de esas aguas, estamos resucitando a una nueva vida en Cristo, y vida caracterizada por la “novedad de vida”. Este es un cambio radical, porque ya no vivimos bajo los parámetros del mundo, sino bajo la guía y dirección del Espíritu Santo.

El fin del mundo es, entonces, una puerta que nos introduce a una vida donde el pasado ya no tiene poder sobre nosotros. Esto significa que los errores, los pecados, y los hábitos destructivos ya no definen quiénes somos. En Cristo, somos nuevas criaturas, con una nueva identidad y un nuevo propósito. El fin del mundo es, en realidad, el fin de la esclavitud y el inicio de la libertad en Cristo.

Gálatas 2:20:

20Con Cristo estoy juntamente crucificado, y vivo, no ya yo, mas vive Cristo en mí: y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó, y se entregó á sí mismo por mí.

Esta declaración de Pablo encapsula perfectamente lo que significa que el fin de nuestra vida en el mundo es el comienzo de una vida nueva en Cristo. Al ser crucificados con Cristo, morimos a nuestros deseos egoístas, al pecado y a las tentaciones que nos mantenían alejados de Dios. Ya no somos nosotros quienes vivimos, sino que es Cristo quien vive en nosotros. Esta verdad es transformadora, porque nos enseña que el fin del mundo es el fin de una vida vivida en nuestra propia fuerza, y el comienzo de una vida vivida en el poder de Cristo.

Cristo no solo nos da una nueva vida, sino que también nos da el poder para vivir esa vida. No estamos solos en este viaje de transformación; el Espíritu Santo nos guía, nos capacita y nos sostiene. Así como Cristo resucitó de los muertos y venció la muerte, nosotros también hemos vencido espiritualmente el poder de la muerte y del pecado en nuestras vidas. Nuestra vida nueva no es simplemente una mejora de la anterior, sino una vida completamente diferente, vivida en comunión con Dios y alineada con Su Voluntad.

Colosenses 3:1-3:

1SI habéis pues resucitado con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado á la diestra de Dios.

2Poned la mira en las cosas de arriba, no en las de la tierra.

3Porque muertos sois, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios.

Pablo nos enseña que, después del fin del mundo, nuestros intereses y prioridades cambian radicalmente. Ya no buscamos las cosas de la tierra, las cuales son temporales y perecederas. Ahora buscamos las cosas de arriba, las realidades espirituales y eternas que están en Cristo. Vivir en esta nueva vida significa que nuestras metas, deseos y esfuerzos están alineados con el Reino de Dios, no con los sistemas y valores del mundo. Hemos muerto al viejo yo, y nuestra nueva vida está escondida en Cristo, asegurada y protegida en Él.

Efesios 4:22-24:

22A que dejéis, cuanto á la pasada manera de vivir; el viejo hombre que está viciado conforme á los deseos de error;

23Y á renovarnos en el espíritu de vuestra mente,

24Y vestir el nuevo hombre que es criado conforme á Dios en justicia y en santidad de verdad.

El llamado a “vestir al nuevo hombre” es una de las imágenes más claras de lo que significa vivir esta nueva vida en Cristo. Al dejar atrás el viejo hombre, lleno de deseos erróneos y corruptos, nos despojamos del sistema de valores del mundo. Este fin del mundo es un proceso en el que Dios transforma nuestras mentes y nuestros corazones, haciéndonos cada vez más semejantes a Cristo. Es un proceso de renovación continuo, que involucra un cambio en nuestras actitudes, pensamientos y acciones, todo en conformidad con la justicia y santidad que Dios demanda.

El fin del mundo no es el fin de nuestra existencia, sino el fin de una vida en esclavitud al pecado y a los placeres mundanos. Es el punto de transición en el que decidimos, bajo la Gracia de Dios, dejar de vivir para nosotros mismos y comenzamos a vivir para Cristo. Este es el verdadero renacimiento, el verdadero comienzo de una nueva vida. Una vida que ya no está enfocada en lo que el mundo tiene para ofrecer, sino en lo que Dios ha preparado para nosotros en Cristo Jesús.

Cuando llegamos a este fin del mundo, nuestras prioridades cambian completamente. Ya no buscamos lo temporal, lo efímero, sino lo eterno. La verdadera vida comienza cuando dejamos que Cristo tome el control de nuestras decisiones, nuestras metas y nuestros deseos. Vivimos una vida de libertad, porque ya no estamos atados al pecado. Vivimos una vida de paz, porque sabemos que estamos alineados con el Propósito de Dios. Y lo más importante, vivimos una vida de esperanza, sabiendo que este fin del mundo nos prepara para un encuentro Glorioso con Cristo, no en juicio, sino en recompensa.

Este es el llamado urgente para cada Creyente: dejar que el fin del mundo suceda en nuestro corazón, morir a los placeres temporales y empezar a vivir la vida nueva y abundante que Cristo nos ofrece. ¿Estás listo para comenzar esta vida nueva en Cristo? Hoy puede ser el día en que experimentes ese fin del mundo y entres en una vida plena, libre y transformada por el Poder del Evangelio.

Conclusión

El fin del mundo puede ser visto como un evento distante o una catástrofe global que sucederá algún día, pero para aquellos que están en Cristo, ese fin es algo mucho más profundo y personal. No se trata de un final catastrófico, sino de un llamado a morir a los placeres temporales y mundanos, para resucitar a una vida nueva, una vida en comunión con Dios. Cada día que vivimos para nosotros mismos, alimentando los deseos de la carne, nos alejamos del Propósito Eterno de Dios. Pero cuando tomamos la decisión consciente de poner fin a esa vida controlada por el mundo, experimentamos un renacer glorioso en Cristo, lleno de paz, propósito y esperanza.

Este fin personal es más que una simple reforma de nuestros hábitos; es una transformación completa, donde nuestra mente, corazón y espíritu son renovados por el Poder del Espíritu Santo. Es el fin de vivir según las expectativas del mundo y el inicio de una vida alineada con los principios eternos del Reino de Dios. Este fin marca el comienzo de una vida en la que ya no somos esclavos del pecado, sino Hijos de la libertad en Cristo.

El fin del mundo en nuestras vidas significa que hemos dejado de vivir para los placeres y las metas temporales y hemos comenzado a vivir con una Visión Celestial, enfocada en lo que realmente importa: nuestra relación con Cristo, nuestra santificación, y nuestra preparación para encontrarnos con Él cara a cara. Este es el verdadero propósito del Creyente, y la verdadera razón por la cual debemos abrazar el fin del mundo en nuestros corazones.

Hoy, se nos presenta una decisión: ¿Continuaremos viviendo conforme al mundo, o moriremos a nosotros mismos para vivir plenamente en Cristo? Este es el desafío y la urgencia que el Espíritu Santo nos lanza hoy. ¿Estás dispuesto a que el fin de tu mundo suceda para dar inicio a una vida nueva y eterna en Cristo?

Oración

Padre Celestial, venimos ante Ti reconociendo que el verdadero fin del mundo comienza en nuestros corazones. Te pedimos perdón por las veces que hemos permitido que los placeres mundanos, las ambiciones terrenales y el pecado nos alejen de Ti. Hoy, Señor, reconocemos la urgencia de morir a estas cosas, para que podamos vivir completamente para Ti.

Te entregamos nuestras vidas, nuestras mentes, nuestros corazones y nuestros deseos. Queremos que el fin de este mundo ocurra en nosotros, que lo viejo pase y lo nuevo venga. Espíritu Santo, guíanos en este proceso de transformación. Renueva nuestra mente, cambia nuestros deseos y capacítanos para vivir una vida que te agrade.

Padre, declaramos que ya no vivimos para nosotros mismos, sino para Ti. Ayúdanos a fijar nuestros ojos en las cosas de arriba y no en las cosas de la tierra. Que cada día sea una oportunidad para experimentar una muerte a los placeres temporales, y un resucitar a la vida abundante y eterna que Tú nos ofreces en Cristo Jesús.

Hoy, Señor, te pedimos que pongas en nosotros un corazón lleno de esperanza y expectación por el encuentro que tendremos Contigo, no en temor, sino en gozo. Que nuestras vidas sean una ofrenda viva, santa y agradable a Ti. Ayúdanos a caminar en novedad de vida, siendo testigos fieles de Tu Poder transformador.

Te damos gracias, Señor, porque en Cristo no hay condenación, sino redención y vida nueva. Que este sea el día en que experimentemos el verdadero fin del mundo en nuestras vidas, para vivir eternamente contigo. Te lo pedimos en el Poderoso Nombre del Señor Jesucristo, nuestro Salvador. ¡Amén!

Introduction

Brother and Sister, when we think of the end of the world, our minds often fly to apocalyptic images: natural disasters, global destruction, the reaping angels, and the return of Christ in Glory. And true, the Bible teaches us that there will come a day when this world as we know it will come to an end to make way for a new heaven and a new earth. But in this study, we're not going to focus on that final, overarching event. Instead, we're going to look at the end of the world from a much more intimate, personal, and individual perspective.

Today I want to talk to you about an end of the world that is even more urgent and transcendental for you, because it is the end of the world in your personal life. It is that crucial moment in which you decide to die to the world, to its pleasures and temptations, in order to live fully for Christ. This end of the world is not about a catastrophic event out there, but about a profound transformation that occurs here, in your heart, when you decide to renounce the temporal and embrace the eternal.

The end of the world in this context is the end of your old sinful life, a life that was rooted in the desires of the flesh, in the passing goals, and in the empty promises of this world. It is the moment when you decide to leave behind everything that has kept you away from God, to embrace the new life that Christ offers you. It is a call to die to sin and the influences of this corrupt system, and to rise again in a life of obedience and fellowship with the Lord.

This episode is an invitation to examine our own hearts and consider the importance of ending our relationship with the world. For although the end of the global world will come one day, each of us must face our own end before that time: the end of living for ourselves, and the beginning of a life fully surrendered to Christ. Are you ready to experience your own end of the world? Today may be the day when everything changes for you.

1 John 2:15-17:

15 Do not love the world, nor the things that are in the world. If anyone loves the world, the Father's love is not in him.

16 For all that is in the world, the lust of the flesh, and the lust of the eyes, and the pride of life, is not of the Father, but is of the world.

17 And the world passes away, and its lust; but he who does the will of God abides forever.

THE WORLD IN OPPOSITION TO CHRIST

The world and Christ are presented in Scripture as two irreconcilable paths, two ways of life in complete conflict. In the Bible, the world does not refer only to physical creation, but to the system of values and desires that oppose God. It is a network of influences, temptations, and pleasures that seek to lead us away from the Truth and Life in Christ. The world, at its core, is designed to keep us focused on the temporal and what satisfies our flesh, while Christ calls us to the Eternal, to a Life that transcends the visible and focuses on the Kingdom of God.

Romans 12:2:

2 And do not be conformed to this world; but be reformed by the renewing of your mind, that you may experience what is the good and acceptable and perfect will of God.

This verse establishes a clear separation between the Believer and the world. Paul warns us not to conform to this age—that is, we must not adopt the mindset, values, and desires of this age. To conform to the world is to accept its standards as the norm, to live for what the world considers success: wealth, power, fame, pleasure. However, Paul invites us to a "renewing of our mind." This mental transformation is radical, because it is not just about changing our minds or improving our attitudes; it is a call to a complete renewal of our way of seeing life.

The world offers endless distractions to keep us away from this renewal. Fashions, ideologies, and worldly philosophies promise immediate but fleeting gratification. Someone who is conformed to this world will seek material success, the pleasures of the flesh, and social approval. However, in Christ, we find that our true satisfaction and purpose do not depend on the temporal, but on doing God's Will. As we renew our understanding, we begin to see with the Eyes of Eternity, prioritizing what pleases God over the fleeting pleasures of the world.

Galatians 6:14:

14 Far be it from me to boast, except in the cross of our Lord Jesus Christ, by whom the world is crucified to me, and I to the world.

This powerful verse introduces us to the idea of mutual crucifixion between the Believer and the world. Paul declares that, through the cross of Christ, he has died to the world, and the world has died to him. Here it does not only refer to a mental or emotional renunciation, but a spiritual death towards all that the world has to offer. This is radical because it implies that the believer no longer has any ties, desires, or attachments to what the world offers.

Paul uses the symbolism of the cross, which represents suffering, death, and renunciation, to describe his relationship with the world. For him, everything that the world considers valuable – power, prestige, pleasure – has lost all its appeal. Through Christ, the world's system is crucified, that is, it is seen as dead, useless, and of no real value. This means that the true believer, in living for Christ, has willingly given up everything the world deems worthy of pursuit.

The world, with its pleasures and attractions, continually seeks to seduce the believer. It offers us a life of comfort, success, and pleasure, but all of these things are temporary and lead to spiritual emptiness. Crucifixion to the world means that we have been delivered from its dominion. Now, we are no longer slaves to the opinions, temptations, and passions of this age. We live for Christ, and in that new life we find joy and satisfaction far deeper and more lasting than anything the world can offer us.

James 4:4:

4 Adulterers, do you not know that the friendship of the world is enmity with God? Whoever, therefore, wishes to be a friend of the world, is an enemy of God.

This verse gives us a very serious warning. James uses strong, direct language in calling  those who seek friendship with the world "adulterers." The term "adulterers" here refers to spiritual betrayal. When the believer tries to maintain a friendly relationship with the world, he is betraying his covenant with God. In biblical terms, the Church is the Bride of Christ, and any flirtation with the world's system is seen as spiritual adultery.

Santiago makes it clear that there is no neutrality. You cannot be a friend of the world and at the same time be faithful to God. The world's system of values and desires is in direct opposition to God's Will, and embracing those values makes us God's enemies. This is impactful because it reminds us that every decision we make is aligning us with either God or the world. We cannot live divided between two loyalties.

To be a friend of the world means to participate in its works, to accept its standards, and to seek what the world considers valuable. But the believer has been called to a life of separation and holiness. We are called to be "light of the world" (Matthew 5:14), which means being different, being a reflection of Christ's character in the midst of a society that is in darkness.

The world, in its essence, is incompatible with Christ. While the world exalts the temporal, Christ calls us to the Eternal. As the world seeks to satisfy the desires of the flesh, Christ invites us to crucify them. This contrast is clear: to live for the world means to distance oneself from God, but to live for Christ means to renounce the world. As believers, we are called to die to the world and live for Christ alone. This is the most profound revelation: the end of the world is not just about a future event, but about a radical change in our lives, when we decide to crucify the world to experience true life in Christ.

Are you willing to let the world die for you, so that you can live fully for Christ?

The Day of the End of the World as Death to Worldly Pleasures

The true end of the world for the Christian is not just a prophetic event in the future, but a radical transformation that occurs when we decide to die to worldly pleasures and live for Christ alone. This "end" begins in the heart, the moment we reject the fleshly desires and corrupt values of the world to embrace Eternal Life and God's purpose. Dying to worldly pleasures is essential to experiencing the Power of the Resurrection and New Life in Christ. Thus, "End of the World Day" becomes the day when we leave behind everything the world values, and surrender completely to Christ.

Colossians 3:5-6:

5 Therefore deaden your members which are on the earth: fornication, uncleanness, foolishness, wickedness, evil lust, and covetousness, which is idolatry.

6 For these things the wrath of God cometh upon the sons of transgression.

The apostle Paul calls us to deaden, that is, to put to death the desires and pleasures that bind us to this world. This deadening is not optional for the Christian, but a central part of the sanctification process. Here, Paul lists some of the major "members" of carnal life that must be crucified: fornication, uncleanness, disordered passions, evil desires, and covetousness. These are elements that dominate the world's system, and by following them, we drift away from God's Will.

The word "buffer" is a radical call. It is not simply a matter of suppressing or controlling these desires, but of destroying them completely. It is an intentional and ongoing process of renouncing anything that is not aligned with the character of Christ. This process is, in effect, the end of the world for our previous life. The end of worldly passions is the beginning of a completely renewed life in Christ, where He becomes the center of all that we are and do.

Dying to worldly pleasures involves sacrifice. It is not easy, as the world constantly bombards us with temptations. Disordered passions and evil desires seem to promise satisfaction, but in reality they enslave us. Through this buffering, we are freed from His power, allowing Christ to reign in our lives.

Matthew 16:24-25:

24 Then Jesus said to his disciples, "If anyone wants to come after me, let him deny himself and take up his cross and follow me."

25 For whoever wants to save his life will lose it, and whoever loses his life for my sake will find it.

Jesus presents us with a profound paradox: if we want to save our lives, we must be willing to lose them. This statement reveals the true nature of the end of the spiritual world. Taking up the cross is a call to death: to the death of our personal desires, ambitions, and pleasures. It is a symbol of total renunciation, where we stop living for ourselves and begin to live for Christ.

The act of "self-denial" means that we no longer seek to satisfy the desires of the flesh, but seek to please God alone. This implies a complete change of priorities. Before, we lived for our own interests, for recognition, comfort, or material success, but now, as we take up the cross, we are willing to sacrifice all of that for the sake of God's Kingdom.

"End of the World Day" occurs when we willingly decide to lose our worldly life, renouncing everything this world holds valuable, in order to find true life in Christ. This process of "losing one's life" is not an empty sacrifice, because what we gain in Christ is infinitely more valuable. Life in the Spirit is rich in peace, joy, and purpose—things the world can never offer you. In that sense, the day we give ourselves completely to Christ is the day when the world, as we knew it, comes to an end.

1 Peter 4:1-2:

1 For Christ has suffered for us in the flesh, you also should be armed with the same mind, that he who has suffered in the flesh has ceased from sin;

2 That the time that remains in the flesh may live, not to the lusts of men, but to the will of God.

Peter calls us to arm ourselves with the same thought of Christ, who suffered in the flesh to fulfill the Father's Will. The end of the world for the Christian occurs when we decide that we will no longer live for carnal pleasures, but to fulfill the Will of God. This passage reminds us that suffering in the flesh is not in vain, but has a purpose: to free us from sin and align our lives with the Divine Purpose.

The "death" Peter speaks of is not only physical, but spiritual. It is death to the desires and lusts that have kept us tied to the world. Dying to these pleasures involves suffering in the flesh, since our fallen nature desires that which is contrary to the Will of God. However, by arming ourselves with the Thought of Christ, we are willing to endure temporal suffering, knowing that it leads us to freedom from sin and Eternal Life.

This is the true end of the world in the life of the Believer: an end of earthly passions to live according to the Will of God. We no longer live for what gratifies us momentarily, but for what pleases the Father. This end introduces us to a higher life, a life of communion and holiness that the world cannot understand or offer.

Titus 2:11-12:

11 For the grace of God, which brings salvation to all men, has been revealed.

12 Teaching us that, renouncing ungodliness and worldly desires, we should live in this world temperately, and justly, and piously,...

God's Grace, which brings salvation, not only redeems us from sin, but teaches us to renounce worldly desires. This shows us that Grace is not a license to continue living like the world, but it is the Power to live in a holy way in the midst of a corrupt world. The "Day of the End of the World" occurs when, by the Grace of God, we renounce the desires and pleasures that once dominated us.

Living a life "temperate, and just, and godly" is a call to a different life, a life that stands out from the world's system. This verse reminds us that although we are still in the world, we are not of the world. The world lives under the dominion of temporal desires and pleasures, but we have been called to a life that reflects God's character. Grace enables us to live soberly, that is, with a clear mind and focus on the eternal. Living righteously implies that our actions reflect God's justice, and living godly means that our entire lives are dedicated to pleasing our heavenly Father.

The true "Day of the End of the World" for the Christian is the moment when we decide to crucify worldly desires and pleasures. This decision is one of the most transcendental that we will make in our spiritual life. It is not just a symbolic renunciation, but a total surrender of our lives to Christ. Dying to the pleasures of the world may seem painful and sacrificial, but it is the only way to experience the fullness of life in Christ.

The world offers us a false sense of satisfaction through its temporal pleasures, but the Christian knows that these are ephemeral and empty. True life, Eternal and abundant Life, is found only when we die to the world and live for Christ. "End of the World Day" is not a distant date to be feared, but a daily experience of dying to self and worldly pleasures, to live in the power of Christ's resurrection.

This day can be today. Are you ready for the world to come to an end in your life? Are you willing to crucify temporal pleasures and desires to embrace the Eternal Life that only Christ can offer? If so, today may be your "End of the World Day."

The Urgency of the End and Spiritual Preparation

The urgency of the end of the world is not something that simply relates to the Coming of Christ or to future apocalyptic events, but it is a daily reality that demands our constant spiritual preparation. The end can come in a personal way at any time, either by Christ's return or by our own death, and this is why we must be spiritually ready. Dying to the pleasures of the world and living exclusively for Christ is the true act of preparation for the end. If we are spiritually prepared, the end of the world will not take us by surprise, but will be a moment of glorious encounter with the Lord.

Matthew 24:44:

44 Therefore you also must be on your guard, for the Son of Man will come at an hour you do not expect.

Jesus clearly warns us that His coming will be sudden and unexpected. This is not just a call to passively wait for the event, but a call to always be ready, always prepared. The urgency is not in trying to guess when the end will happen, but in living each day as if it were the last. The focus here is clear: if we know that Christ can return at any time, or that our time on earth can suddenly end, then our life must be in a constant state of preparation.

Spiritual preparation is not something that can be postponed. Many think that they can enjoy the pleasures of the world and, later, when the end approaches, they will be reconciled to God. But Jesus reminds us that we know neither the day nor the hour. Therefore, the urgency is absolute. Every day we live without being spiritually prepared is a huge risk. This leads us to the conviction that living in the pleasures of the world is a dangerous distraction, since the true end of the world can come at any moment, and Eternity depends on our current preparation.

1 Thessalonians 5:2-6:

2 For you know well that the day of the Lord will come like a thief by night,

3 When they say, Peace and security, then destruction will come upon them suddenly, like pains to a pregnant woman; and they will not escape.

4 But you, brethren, are not in darkness, so that that day should overtake you like a thief;

5 For you are all children of light, children of the day; we are not of the night or of darkness.

6 Therefore let us not sleep like others; but let us be vigilant and sober.

Here, Paul emphasizes the element of surprise of the "Day of the Lord." For those who live in darkness, those who are immersed in the pleasures of the world and who are not spiritually prepared, the end will be like the arrival of a thief in the night: unexpected and devastating. However, Christians, as children of light, should not be surprised by this Day. This means that we must be in a posture of continual vigilance, living in the light of truth, away from the temporary distractions and pleasures that the world offers.

Paul warns us against the danger of "sleeping" spiritually. Sleep, in this context, refers to being spiritually unprepared or inactive, which happens when our priorities are ingrained in the world. The world induces us into spiritual sleep through its empty promises of "peace and security." However, these pleasures and promises are illusory. They anesthetize us, taking us away from true life in Christ and leaving us vulnerable to the sudden arrival of the end.

Therefore, the urgency is clear: we must not sleep spiritually, but watch and be sober. This involves living consciously and disciplinedly, focusing on the things above (Colossians 3:2), staying in prayer, obeying God's Word, and turning away from worldly influences that lead us away from our true purpose. If we fall asleep spiritually, we risk losing what is most precious: Eternal Life with Christ.

2 Peter 3:10-12 :

10 But the day of the Lord will come like a thief in the night; in which the heavens shall pass away with a great noise, and the elements shall be destroyed burning, and the earth and the works that are in it shall be burned.

11 For since all these things are to be dissolved, how well should you be in holy and pious conversations?

12 Waiting and hastening for the coming of the day of God, in which the heavens being on fire will be melted, and the elements being burned, will melt away?

Peter presents us with a terrifying and powerful vision of the end times: the world and everything in it will be destroyed by fire. However, this description is not meant only to scare us, but to awaken us to an essential truth: everything the world values will be destroyed, and only what we have done for Christ will endure. If we know that the destiny of the world is its total destruction, how should we not be urgently focused on living in holiness and devotion to God?

Peter urges us to live in a "holy and godly way of life." The urgency of this exhortation is evident. We cannot waste time living for temporal pleasures when we know that all earthly things will be undone. Living godly means that every decision we make, every action we take, is in line with God's Will. We cannot afford to engage with the world when we know the end is so near.

Spiritual preparation is not just to avoid destruction, but to be in a posture of hope and expectation for the coming of Christ. Believers who are prepared do not fear the end, but look forward to it with joy, knowing that the Day of the Lord will bring the consummation of our salvation. But this anticipation is only possible if we have renounced the pleasures of the world and are totally dedicated to living for Christ.

Luke 21:34-36:

34 And take heed to yourselves, lest your hearts be weighed down with gluttony and drunkenness, and with the cares of this life, and that day come upon you suddenly.

35 For he will come like a snare upon all who dwell on the face of the whole earth.

36 Therefore be vigilant, praying at all times, that you may be counted worthy to avoid all these things that are to come, and to stand before the Son of Man.

Jesus warns us about the dangers of being burdened with the pleasures and worries of this world. Gluttony, drunkenness and the "cares of this life" represent the excesses and worries that bind us to the earthly. If our heart is focused on these things, we will be surprised by the end. The danger of living a life dominated by worldly pleasures is that they distract us from spiritual reality, making us insensitive to the urgency of the moment.

Here, Jesus commands us to watch and pray at all times, that we may be found worthy to escape the tribulations that are to come and stand before the Son of Man. Watching involves being spiritually awake and alert, recognizing that the end can come at any time. We cannot allow the distractions of the world to keep us from our spiritual preparation. Praying constantly is essential to maintaining an intimate relationship with God, strengthening our faith and keeping our spiritual priorities in order.

The urgency of the end of the world is a reality that must transform how we live every day. We don't know when the end will be, but we know it's closer than we think. Every day we spend immersed in the pleasures of the world is a day lost in our spiritual preparation. Jesus calls us to be prepared, to watch, to pray, and to live in holiness and righteousness. This preparation is more than just passive waiting; it is an active life of surrender, sacrifice and devotion to God.

If the end of the world came today, would you be prepared to meet Christ? It's not just about avoiding punishment or destruction, but about being in a position to receive the eternal reward of being with our Savior forever. The call is urgent: abandon the temporal pleasures that the world offers, and live each day in spiritual preparation for the encounter with the Lord.

Today may be the day of the end of the world in your life, the day when you renounce everything that distracts you from your true vocation, and begin to live exclusively for Christ. Are you ready to make this decision?

THE END OF THE WORLD IS THE BEGINNING OF A NEW LIFE IN CHRIST

The concept of the end of the world may seem scary, but for those in Christ, it is not the end at all. On the contrary, it is the beginning of a new life, a life that is not subject to the ephemeral pleasures of this world, but is anchored in Eternity with God. The end of the world, understood in a spiritual sense, marks the point at which we abandon our old way of life and surrender completely to the new life that Christ offers us. This transformation is essential to understanding what it really means to live in the Kingdom of God.

2 Corinthians 5:17:

17 Therefore if anyone is in Christ, he is a new creation: old things have passed away; behold, all things have become new.

The apostle Paul gives us a profound revelation of what happens when we unite ourselves to Christ: our lives change radically. The "old things," that is, our fleshly desires, the temptations of the world, and our selfish way of living, are left behind. In Christ, we have experienced a symbolic death to the world, an "end" of the life we were leading, and in its place we have received a new life. This is the true revelation of the end of the world, an inner transformation that affects all areas of our existence.

When we die to the pleasures of the world, that is the true end of "our" world as we knew it. But, paradoxically, this end opens the doors to a new dimension of life in Christ. This is where true freedom begins. We are no longer slaves to sin, fleshly desires, or the expectations of the world. As we live for Christ, we experience a spiritual renewal that frees us from the cycle of destruction that the world offers.

Romans 6:4:

4 For we are buried with him through baptism into death, so that as Christ was raised from the dead by the glory of the Father, so we also may walk in newness of life.

Baptism is a powerful symbol of this transition. When we are immersed in the baptismal waters, we are publicly declaring that we have died to our past life, that the end of the world has come for us in a spiritual sense. But as we emerge from those waters, we are rising to a new life in Christ, and a life characterized by "newness of life." This is a radical change, because we no longer live under the parameters of the world, but under the guidance and direction of the Holy Spirit.

The end of the world is, then, a door that introduces us to a life where the past no longer has power over us. This means that mistakes, sins, and destructive habits no longer define who we are. In Christ, we are new creatures, with a new identity and a new purpose. The end of the world is, in reality, the end of slavery and the beginning of freedom in Christ.

Galatians 2:20:

20 I am crucified with Christ, and I live, not I, but Christ lives in me: and what I now live in the flesh, I live in faith in the Son of God, who loved me and gave himself for me.

This statement by Paul perfectly encapsulates what it means that the end of our life in the world is the beginning of a new life in Christ. By being crucified with Christ, we die to our selfish desires, sin, and temptations that kept us away from God. It is no longer we who live, but it is Christ who lives in us. This truth is transformative, because it teaches us that the end of the world is the end of a life lived in our own strength, and the beginning of a life lived in the power of Christ.

Christ not only gives us new life, but He also gives us the power to live that life. We are not alone in this journey of transformation; the Holy Spirit guides, empowers, and sustains us. Just as Christ rose from the dead and conquered death, we too have spiritually overcome the power of death and sin in our lives. Our new life is not simply an improvement on the old one, but a completely different life, lived in communion with God and aligned with His Will.

Colossians 3:1-3:

1 If you have been raised with Christ, seek the things above, where Christ is seated at the right hand of God.

2 Set your mind on things above, not on things on earth.

3 For you are dead, and your life is hidden with Christ in God.

Paul teaches us that, after the end of the world, our interests and priorities change radically. We no longer seek the things of the earth, which are temporary and perishable. Now we seek the things above, the spiritual and eternal realities that are in Christ. Living in this new life means that our goals, desires, and efforts are aligned with the Kingdom of God, not with the world's systems and values. We have died to the old self, and our new life is hidden in Christ, secured and protected in Him.

Ephesians 4:22-24:

22 To give up the old man who is corrupted according to the desires of error;

23 And to renew us in the spirit of your mind,

24 And to put on the new man who is brought up after God in righteousness and holiness of truth.

The call to "clothe the new man" is one of the clearest images of what it means to live this new life in Christ. By leaving behind the old man, full of erroneous and corrupt desires, we shed the world's value system. This end of the world is a process in which God transforms our minds and our hearts, making us ever more Christlike. It is a process of ongoing renewal, involving a change in our attitudes, thoughts, and actions, all in conformity with the justice and holiness that God demands.

The end of the world is not the end of our existence, but the end of a life in bondage to sin and worldly pleasures. It is the transition point at which we decide, under God's Grace, to stop living for ourselves and begin to live for Christ. This is true rebirth, the true beginning of a new life. A life that is no longer focused on what the world has to offer, but on what God has prepared for us in Christ Jesus.

When we reach this end of the world, our priorities change completely. We no longer seek the temporal, the ephemeral, but the eternal. True life begins when we let Christ take control of our decisions, our goals, and our desires. We live a life of freedom, because we are no longer bound to sin. We live a life of peace, because we know that we are aligned with God's Purpose. And most importantly, we live a life of hope, knowing that this end of the world prepares us for a Glorious encounter with Christ, not in judgment, but in reward.

This is the urgent call for every Believer: to let the end of the world happen in our hearts, to die to temporal pleasures, and to begin living the new and abundant life that Christ offers us. Are you ready to begin this new life in Christ? Today may be the day when you experience that end of the world and enter into a life that is full, free, and transformed by the Power of the Gospel.

Conclusion

The end of the world may be seen as a distant event or a global catastrophe that will happen someday, but for those who are in Christ, that end is something much deeper and more personal. It is not a catastrophic end, but a call to die to temporal and worldly pleasures, to rise to new life, a life in communion with God. Every day we live for ourselves, feeding the desires of the flesh, we drift away from God's Eternal Purpose. But when we make a conscious decision to end that world-controlled life, we experience a glorious rebirth in Christ, filled with peace, purpose, and hope.

This personal end is more than a simple reform of our habits; it is a complete transformation, where our mind, heart, and spirit are renewed by the Power of the Holy Spirit. It is the end of living according to the expectations of the world and the beginning of a life aligned with the eternal principles of the Kingdom of God. This end marks the beginning of a life in which we are no longer slaves to sin, but Children of freedom in Christ.

The end of the world in our lives means that we have stopped living for temporal pleasures and goals and have begun to live with a Heavenly Vision, focused on what really matters: our relationship with Christ, our sanctification, and our preparation to meet Him face to face. This is the true purpose of the Believer, and the real reason why we must embrace the end of the world in our hearts.

Today, we are presented with a choice: Will we continue to live according to the world, or will we die to ourselves to live fully in Christ? This is the challenge and urgency that the Holy Spirit throws at us today. Are you willing to let the end of your world happen to usher in a new and eternal life in Christ?

Prayer

Heavenly Father, we come before You recognizing that the true end of the world begins in our hearts. We ask your forgiveness for the times we have allowed worldly pleasures, earthly ambitions, and sin to keep us away from you. Today, Lord, we recognize the urgency of dying to these things, so that we can live completely for You.

We give you our lives, our minds, our hearts, and our desires. We want the end of this world to happen in us, for the old to pass away and the new to come. Holy Spirit, guide us in this process of transformation. Renew our minds, change our desires, and enable us to live a life that pleases you.

Father, we declare that we no longer live for ourselves, but for You. Help us to fix our eyes on the things above and not on the things of the earth. May each day be an opportunity to experience a death to temporal pleasures, and a resurrection to the abundant and eternal life that You offer us in Christ Jesus.

Today, Lord, we ask You to put in us a heart full of hope and expectation for the encounter we will have with You, not in fear, but in joy. May our lives be a living, holy, and pleasing offering to You. Help us to walk in newness of life, being faithful witnesses of Your transforming Power.

We thank you, Lord, that in Christ there is no condemnation, but redemption and new life. May this be the day when we experience the true end of the world in our lives, to live eternally with you. We ask this in the Mighty Name of the Lord Jesus Christ, our Savior. Amen!

Introduction

Frère et sœur, quand nous pensons à la fin du monde, notre esprit s'envole souvent vers des images apocalyptiques : les catastrophes naturelles, la destruction mondiale, les anges moissonneurs et le retour du Christ dans la gloire. Et c'est vrai, la Bible nous enseigne qu'il viendra un jour où ce monde tel que nous le connaissons connaîtra sa fin pour faire place à un nouveau ciel et à une nouvelle terre. Mais dans cette étude, nous n'allons pas nous concentrer sur cet événement final et global. Au lieu de cela, nous allons regarder la fin du monde d'un point de vue beaucoup plus intime, personnel et individuel.

Aujourd'hui, je veux vous parler d'une fin du monde qui est encore plus urgente et transcendantale pour vous, parce que c'est la fin du monde dans votre vie personnelle. C'est ce moment crucial où vous décidez de mourir au monde, à ses plaisirs et à ses tentations, afin de vivre pleinement pour le Christ. Cette fin du monde n'est pas celle d'un événement catastrophique là-bas, mais d'une transformation profonde qui se produit ici, dans votre cœur, lorsque vous décidez de renoncer au temporel et d'embrasser l'éternel.

La fin du monde dans ce contexte est la fin de votre ancienne vie pécheresse, une vie qui était enracinée dans les désirs de la chair, dans les objectifs passagers et dans les promesses vides de ce monde. C'est le moment où vous décidez de laisser derrière vous tout ce qui vous a éloigné de Dieu, pour embrasser la vie nouvelle que le Christ vous offre. C'est un appel à mourir au péché et aux influences de ce système corrompu, et à ressusciter dans une vie d'obéissance et de communion avec le Seigneur.

Cet épisode est une invitation à examiner nos propres cœurs et à considérer l'importance de mettre fin à notre relation avec le monde. Car bien que la fin du monde global arrive un jour, chacun de nous doit faire face à sa propre fin avant ce temps-là : la fin de vivre pour nous-mêmes et le début d'une vie pleinement abandonnée au Christ. Êtes-vous prêt à vivre votre propre fin du monde ? Aujourd'hui est peut-être le jour où tout change pour vous.

1 Jean 2:15-17 :

15 N'aimez pas le monde, ni les choses qui sont dans le monde. Si quelqu'un aime le monde, l'amour du Père n'est pas en lui.

16 Car tout ce qui est dans le monde, la convoitise de la chair, la convoitise des yeux et l'orgueil de la vie, ne vient pas du Père, mais du monde.

17 Et le monde passe, et sa convoitise ; mais celui qui fait la volonté de Dieu demeure éternellement.

LE MONDE EN OPPOSITION AU CHRIST

Le monde et le Christ sont présentés dans l'Écriture comme deux chemins irréconciliables, deux modes de vie en totale confrontation. Dans la Bible, le monde ne se réfère pas seulement à la création physique, mais au système de valeurs et de désirs qui s'opposent à Dieu. C'est un réseau d'influences, de tentations et de plaisirs qui cherchent à nous éloigner de la Vérité et de la Vie en Christ. Le monde, en son cœur, est conçu pour nous garder concentrés sur le temporel et sur ce qui satisfait notre chair, tandis que le Christ nous appelle à l'Éternel, à une Vie qui transcende le visible et se concentre sur le Royaume de Dieu.

Romains 12:2 :

2 Et ne vous conformez pas à ce monde ; mais soyez réformés par le renouvellement de votre intelligence, afin que vous puissiez faire l'expérience de ce qui est la volonté bonne, agréable et parfaite de Dieu.

Ce verset établit une séparation claire entre le croyant et le monde. Paul nous avertit de ne pas nous conformer à cette ère, c'est-à-dire que nous ne devons pas adopter l'état d'esprit, les valeurs et les désirs de cette ère. Se conformer au monde, c'est accepter ses normes comme la norme, vivre pour ce que le monde considère comme le succès : la richesse, le pouvoir, la gloire, le plaisir. Cependant, Paul nous invite à un « renouvellement de notre esprit ». Cette transformation mentale est radicale, car il ne s'agit pas seulement de changer notre esprit ou d'améliorer nos attitudes ; C'est un appel à un renouvellement complet de notre façon de voir la vie.

Le monde offre des distractions sans fin pour nous tenir à l'écart de ce renouveau. Les modes, les idéologies et les philosophies du monde promettent une satisfaction immédiate mais éphémère. Quelqu'un qui est conforme à ce monde recherchera le succès matériel, les plaisirs de la chair et l'approbation sociale. Cependant, en Christ, nous découvrons que notre véritable satisfaction et notre but ne dépendent pas du temporel, mais de l'accomplissement de la volonté de Dieu. En renouvelant notre compréhension, nous commençons à voir avec les yeux de l'éternité, en donnant la priorité à ce qui plaît à Dieu plutôt qu'aux plaisirs éphémères du monde.

Galates 6:14 :

14 Loin de moi l'idée de me glorifier, si ce n'est dans la croix de notre Seigneur Jésus-Christ, par qui le monde a été crucifié pour moi, et moi pour le monde.

Ce verset puissant nous introduit à l'idée de la crucifixion mutuelle entre le croyant et le monde. Paul déclare que, par la croix du Christ, il est mort au monde, et que le monde lui est mort. Ici, il ne s'agit pas seulement d'un renoncement mental ou émotionnel, mais d'une mort spirituelle envers tout ce que le monde a à offrir. C'est radical parce que cela implique que le croyant n'a plus de liens, de désirs ou d'attachements à ce que le monde offre.

Paul utilise le symbolisme de la croix, qui représente la souffrance, la mort et le renoncement, pour décrire sa relation avec le monde. Pour lui, tout ce que le monde considère comme précieux – pouvoir, prestige, plaisir – a perdu tout son attrait. Par le Christ, le système du monde est crucifié, c'est-à-dire qu'il est considéré comme mort, inutile et sans valeur réelle. Cela signifie que le vrai croyant, en vivant pour Christ, a volontairement renoncé à tout ce que le monde juge digne d'être poursuivi.

Le monde, avec ses plaisirs et ses attraits, cherche continuellement à séduire le croyant. Il nous offre une vie de confort, de succès et de plaisir, mais toutes ces choses sont temporaires et mènent à la vacuité spirituelle. La crucifixion au monde signifie que nous avons été délivrés de sa domination. Maintenant, nous ne sommes plus esclaves des opinions, des tentations et des passions de notre époque. Nous vivons pour Christ, et dans cette nouvelle vie, nous trouvons la joie et la satisfaction bien plus profondes et plus durables que tout ce que le monde peut nous offrir.

Jacques 4:4 :

4 Adultères, ne savez-vous pas que l'amitié du monde est inimitié envers Dieu ? Quiconque veut donc être un ami du monde est un ennemi de Dieu.

Ce verset nous donne un avertissement très sérieux. Jacques utilise un langage fort et direct en appelant  ceux qui cherchent l'amitié avec le monde des « adultères ». Le terme « adultères » fait ici référence à la trahison spirituelle. Lorsque le croyant essaie de maintenir une relation amicale avec le monde, il trahit son alliance avec Dieu. En termes bibliques, l'Église est l'Épouse du Christ, et tout flirt avec le système du monde est considéré comme un adultère spirituel.

Santiago indique clairement qu'il n'y a pas de neutralité. Vous ne pouvez pas être un ami du monde et en même temps être fidèle à Dieu. Le système de valeurs et de désirs du monde est en opposition directe avec la volonté de Dieu, et l'adoption de ces valeurs fait de nous des ennemis de Dieu. Cela a un impact car cela nous rappelle que chaque décision que nous prenons nous aligne sur Dieu ou sur le monde. Nous ne pouvons pas vivre divisés entre deux loyautés.

Être un ami du monde signifie participer à ses œuvres, accepter ses normes et rechercher ce que le monde considère comme précieux. Mais le croyant a été appelé à une vie de séparation et de sainteté. Nous sommes appelés à être « lumière du monde » (Matthieu 5:14), ce qui signifie être différents, être le reflet du caractère du Christ au milieu d'une société qui est dans les ténèbres.

Le monde, dans son essence, est incompatible avec le Christ. Alors que le monde exalte le temporel, le Christ nous appelle à l'Éternel. Alors que le monde cherche à satisfaire les désirs de la chair, le Christ nous invite à les crucifier. Ce contraste est clair : vivre pour le monde signifie s'éloigner de Dieu, mais vivre pour le Christ signifie renoncer au monde. En tant que croyants, nous sommes appelés à mourir au monde et à vivre pour Christ seul. C'est la révélation la plus profonde : la fin du monde n'est pas seulement un événement futur, mais un changement radical dans nos vies, lorsque nous décidons de crucifier le monde pour faire l'expérience de la vraie vie dans le Christ.

Êtes-vous prêt à laisser le monde mourir pour vous, afin que vous puissiez vivre pleinement pour Christ ?

Le jour de la fin du monde comme mort aux plaisirs mondains

La véritable fin du monde pour le chrétien n'est pas seulement un événement prophétique dans l'avenir, mais une transformation radicale qui se produit lorsque nous décidons de mourir aux plaisirs du monde et de vivre pour le Christ seul. Cette « fin » commence dans le cœur, au moment où nous rejetons les désirs charnels et les valeurs corrompues du monde pour embrasser la Vie Éternelle et le dessein de Dieu. Mourir aux plaisirs du monde est essentiel pour faire l'expérience de la puissance de la résurrection et de la vie nouvelle en Christ. Ainsi, le « Jour de la Fin du Monde » devient le jour où nous laissons derrière nous tout ce que le monde valorise et où nous nous abandonnons complètement au Christ.

Colossiens 3:5-6 :

5 C'est pourquoi, étouffez vos membres qui sont sur la terre : la fornication, l'impureté, la folie, la méchanceté, la mauvaise convoitise, et la convoitise, qui est l'idolâtrie.

6 C'est pour cela que la colère de Dieu s'abat sur les fils de la transgression.

L'apôtre Paul nous appelle à nous endormir, c'est-à-dire à mettre à mort les désirs et les plaisirs qui nous lient à ce monde. Cet abrutissement n'est pas facultatif pour le chrétien, mais un élément central du processus de sanctification. Ici, Paul énumère quelques-uns des principaux « membres » de la vie charnelle qui doivent être crucifiés : la fornication, l'impureté, les passions désordonnées, les mauvais désirs et la convoitise. Ce sont des éléments qui dominent le système du monde, et en les suivant, nous nous éloignons de la volonté de Dieu.

Le mot « tampon » est un appel radical. Il ne s'agit pas simplement de supprimer ou de contrôler ces désirs, mais de les détruire complètement. Il s'agit d'un processus intentionnel et continu de renonciation à tout ce qui n'est pas aligné avec le caractère du Christ. Ce processus est, en effet, la fin du monde pour notre vie d'avant. La fin des passions mondaines est le début d'une vie complètement renouvelée dans le Christ, où Il devient le centre de tout ce que nous sommes et faisons.

Mourir aux plaisirs mondains implique des sacrifices. Ce n'est pas facile, car le monde nous bombarde constamment de tentations. Les passions désordonnées et les mauvais désirs semblent promettre satisfaction, mais en réalité ils nous asservissent. Grâce à cette mise en tampon, nous sommes libérés de sa puissance, permettant au Christ de régner dans nos vies.

Matthieu 16:24-25 :

24 Alors Jésus dit à ses disciples : Si quelqu'un veut venir après moi, qu'il renonce à lui-même, qu'il se charge de sa croix et qu'il me suive.

25 Car celui qui veut sauver sa vie la perdra, et celui qui perdra sa vie à cause de moi la trouvera.

Jésus nous présente un profond paradoxe : si nous voulons sauver nos vies, nous devons être prêts à les perdre. Cette déclaration révèle la vraie nature de la fin du monde spirituel. Prendre la croix est un appel à la mort : à la mort de nos désirs, de nos ambitions et de nos plaisirs personnels. C'est un symbole de renoncement total, où nous cessons de vivre pour nous-mêmes et commençons à vivre pour le Christ.

L'acte de « renoncement à soi-même » signifie que nous ne cherchons plus à satisfaire les désirs de la chair, mais que nous cherchons à plaire à Dieu seul. Cela implique un changement complet de priorités. Avant, nous vivions pour nos propres intérêts, pour la reconnaissance, le réconfort ou le succès matériel, mais maintenant, alors que nous prenons la croix, nous sommes prêts à sacrifier tout cela pour le Royaume de Dieu.

La « Journée de la Fin du Monde » se produit lorsque nous décidons volontairement de perdre notre vie terrestre, en renonçant à tout ce que ce monde a de précieux, afin de trouver la vraie vie dans le Christ. Ce processus de « perdre la vie » n'est pas un sacrifice en l'air, car ce que nous gagnons en Christ est infiniment plus précieux. La vie dans l'Esprit est riche de paix, de joie et de but, des choses que le monde ne pourra jamais vous offrir. En ce sens, le jour où nous nous donnons entièrement au Christ est le jour où le monde, tel que nous le connaissions, arrive à sa fin.

1 Pierre 4:1-2 :

1 Car Christ a souffert pour nous dans la chair, vous aussi devez être armés de la même pensée, que celui qui a souffert dans la chair a cessé de pécher ;

2 Afin que le temps qui reste dans la chair vive, non selon les convoitises des hommes, mais selon la volonté de Dieu.

Pierre nous appelle à nous armer de la même pensée du Christ, qui a souffert dans la chair pour accomplir la volonté du Père. La fin du monde pour le chrétien se produit lorsque nous décidons que nous ne vivrons plus pour les plaisirs charnels, mais pour accomplir la volonté de Dieu. Ce passage nous rappelle que la souffrance dans la chair n'est pas vaine, mais qu'elle a un but : nous libérer du péché et aligner notre vie sur le but divin.

La « mort » dont parle Pierre n'est pas seulement physique, mais spirituelle. C'est la mort des désirs et des convoitises qui nous ont maintenus liés au monde. Mourir à ces plaisirs implique de souffrir dans la chair, car notre nature déchue désire ce qui est contraire à la Volonté de Dieu. Cependant, en nous armant de la Pensée du Christ, nous sommes prêts à endurer la souffrance temporelle, sachant qu'elle nous conduit à la libération du péché et à la Vie éternelle.

C'est la vraie fin du monde dans la vie du croyant : la fin des passions terrestres pour vivre selon la volonté de Dieu. Nous ne vivons plus pour ce qui nous satisfait momentanément, mais pour ce qui plaît au Père. Cette fin nous introduit à une vie supérieure, une vie de communion et de sainteté que le monde ne peut ni comprendre ni offrir.

Tite 2:11-12 :

11 Car la grâce de Dieu, qui apporte le salut à tous les hommes, a été révélée.

12 Il nous enseigne que, renonçant à l'impiété et aux désirs du monde, nous devons vivre dans ce monde avec modération, justice et piété,...

La grâce de Dieu, qui apporte le salut, non seulement nous rachète du péché, mais nous enseigne à renoncer aux désirs du monde. Cela nous montre que la Grâce n'est pas une licence pour continuer à vivre comme le monde, mais c'est la Puissance de vivre d'une manière sainte au milieu d'un monde corrompu. Le « Jour de la Fin du Monde » se produit lorsque, par la grâce de Dieu, nous renonçons aux désirs et aux plaisirs qui nous dominaient autrefois.

Vivre une vie « tempérée, juste et pieuse » est un appel à une vie différente, une vie qui se démarque du système mondial. Ce verset nous rappelle que, bien que nous soyons toujours dans le monde, nous ne sommes pas du monde. Le monde vit sous la domination des désirs et des plaisirs temporels, mais nous avons été appelés à une vie qui reflète le caractère de Dieu. La grâce nous permet de vivre sobrement, c'est-à-dire avec un esprit clair et une concentration sur l'éternel. Vivre dans la justice implique que nos actions reflètent la justice de Dieu, et vivre selon la justice signifie que toute notre vie est consacrée à plaire à notre Père céleste.

Le véritable « Jour de la Fin du Monde » pour le chrétien est le moment où nous décidons de crucifier les désirs et les plaisirs du monde. Cette décision est l'une des plus transcendantales que nous prendrons dans notre vie spirituelle. Il ne s'agit pas seulement d'un renoncement symbolique, mais d'un abandon total de notre vie au Christ. Mourir aux plaisirs du monde peut sembler douloureux et sacrificiel, mais c'est la seule façon de faire l'expérience de la plénitude de la vie en Christ.

Le monde nous offre un faux sentiment de satisfaction à travers ses plaisirs temporels, mais le chrétien sait que ceux-ci sont éphémères et vides. La vraie vie, la vie éternelle et abondante, ne se trouve que lorsque nous mourons au monde et vivons pour Christ. La « Journée de la fin du monde » n'est pas une date lointaine à craindre, mais une expérience quotidienne de la mort à soi-même et aux plaisirs du monde, pour vivre dans la puissance de la résurrection du Christ.

Ce jour peut être aujourd'hui. Êtes-vous prêt à ce que le monde prenne fin dans votre vie ? Êtes-vous prêt à crucifier les plaisirs temporels et les désirs d'embrasser la vie éternelle que seul le Christ peut offrir ? Si c'est le cas, aujourd'hui est peut-être votre « Jour de la fin du monde ».

L'urgence de la fin et la préparation spirituelle

L'urgence de la fin du monde n'est pas quelque chose qui se rapporte simplement à la venue du Christ ou à des événements apocalyptiques futurs, mais c'est une réalité quotidienne qui exige notre préparation spirituelle constante. La fin peut venir d'une manière personnelle à tout moment, soit par le retour du Christ, soit par notre propre mort, et c'est pourquoi nous devons être spirituellement prêts. Mourir aux plaisirs du monde et vivre exclusivement pour le Christ est le véritable acte de préparation à la fin. Si nous sommes spirituellement préparés, la fin du monde ne nous prendra pas par surprise, mais sera un moment de rencontre glorieuse avec le Seigneur.

Matthieu 24:44 :

44 C'est pourquoi vous aussi, vous devez être sur vos gardes, car le Fils de l'homme viendra à une heure que vous n'attendez pas.

Jésus nous avertit clairement que sa venue sera soudaine et inattendue. Il ne s'agit pas seulement d'un appel à attendre passivement l'événement, mais d'un appel à être toujours prêt, toujours préparé. L'urgence n'est pas d'essayer de deviner quand la fin se produira, mais de vivre chaque jour comme si c'était le dernier. L'objectif ici est clair : si nous savons que le Christ peut revenir à tout moment, ou que notre temps sur terre peut se terminer soudainement, alors notre vie doit être dans un état constant de préparation.

La préparation spirituelle n'est pas quelque chose qui peut être différé. Beaucoup pensent qu'ils peuvent jouir des plaisirs du monde et, plus tard, quand la fin approche, ils seront réconciliés avec Dieu. Mais Jésus nous rappelle que nous ne connaissons ni le jour ni l'heure. Par conséquent, l'urgence est absolue. Chaque jour que nous vivons sans être spirituellement préparé est un risque énorme. Cela nous conduit à la conviction que vivre dans les plaisirs du monde est une distraction dangereuse, car la vraie fin du monde peut survenir à tout moment, et l'éternité dépend de notre préparation actuelle.

1 Thessaloniciens 5:2-6 :

2 Car vous savez bien que le jour de l'Éternel viendra comme un voleur de nuit,

3 Quand ils diront : Paix et sécurité, la ruine viendra sur eux à l'improviste, comme des douleurs pour une femme enceinte, et ils n'échapperont pas.

4 Mais vous, frères, vous n'êtes pas dans les ténèbres, pour que ce jour-là vous surprenne comme un voleur ;

5 Car vous êtes tous enfants de lumière, enfants du jour, nous ne sommes ni de la nuit ni des ténèbres.

6 Ne dormons donc pas comme les autres ; Mais soyons vigilants et sobres.

Ici, Paul met l'accent sur l'élément de surprise du « Jour du Seigneur ». Pour ceux qui vivent dans les ténèbres, ceux qui sont plongés dans les plaisirs du monde et qui ne sont pas préparés spirituellement, la fin sera comme l'arrivée d'un voleur dans la nuit : inattendue et dévastatrice. Cependant, les chrétiens, en tant qu'enfants de lumière, ne devraient pas être surpris par cette journée. Cela signifie que nous devons être dans une posture de vigilance continuelle, vivre dans la lumière de la vérité, loin des distractions et des plaisirs temporaires que le monde offre.

Paul nous met en garde contre le danger de « dormir » spirituellement. Le sommeil, dans ce contexte, fait référence au fait d'être spirituellement non préparé ou inactif, ce qui se produit lorsque nos priorités sont enracinées dans le monde. Le monde nous induit dans le sommeil spirituel par ses promesses vides de « paix et de sécurité ». Cependant, ces plaisirs et ces promesses sont illusoires. Ils nous anesthésient, nous éloignent de la vraie vie en Christ et nous rendent vulnérables à l'arrivée soudaine de la fin.

Par conséquent, l'urgence est claire : nous ne devons pas dormir spirituellement, mais veiller et être sobres. Cela implique de vivre consciemment et disciplinément, de se concentrer sur les choses d'en haut (Colossiens 3:2), de rester dans la prière, d'obéir à la Parole de Dieu et de se détourner des influences du monde qui nous éloignent de notre véritable but. Si nous nous endormons spirituellement, nous risquons de perdre ce qu'il y a de plus précieux : la vie éternelle avec Christ.

2 Pierre 3:10-12 :

10 Mais le jour de l'Éternel viendra comme un voleur dans la nuit ; où les cieux passeront avec un grand bruit, et les éléments seront détruits en brûlant, et la terre et les œuvres qui s'y trouvent seront brûlées.

11 Car, puisque toutes ces choses doivent être dissoutes, combien seriez-vous habile dans les conversations saintes et pieuses ?

12 Attendant et se hâtant l'avènement du jour de Dieu, où les cieux seront en feu et où les éléments qui seront brûlés fondront ?

Pierre nous présente une vision terrifiante et puissante de la fin des temps : le monde et tout ce qu'il contient seront détruits par le feu. Cependant, cette description n'a pas seulement pour but de nous effrayer, mais de nous éveiller à une vérité essentielle : tout ce que le monde valorise sera détruit, et seul ce que nous avons fait pour Christ durera. Si nous savons que le destin du monde est sa destruction totale, comment ne devrions-nous pas nous concentrer d'urgence sur une vie de sainteté et de dévotion à Dieu ?

Pierre nous exhorte à vivre selon une « voie sainte et pieuse ». L'urgence de cette exhortation est évidente. Nous ne pouvons pas perdre du temps à vivre pour les plaisirs temporels alors que nous savons que toutes les choses terrestres seront défaites. Vivre pieusement signifie que chaque décision que nous prenons, chaque action que nous entreprenons, est conforme à la volonté de Dieu. Nous ne pouvons pas nous permettre de nous engager avec le monde alors que nous savons que la fin est si proche.

La préparation spirituelle ne consiste pas seulement à éviter la destruction, mais à être dans une posture d'espérance et d'attente pour la venue du Christ. Les croyants qui sont préparés ne craignent pas la fin, mais l'attendent avec joie, sachant que le Jour du Seigneur apportera la consommation de notre salut. Mais cette anticipation n'est possible que si nous avons renoncé aux plaisirs du monde et que nous nous consacrons totalement à vivre pour le Christ.

Luc 21:34-36 :

34 Et prenez garde à vous-mêmes, de peur que vos cœurs ne soient alourdis par la gourmandise et l'ivrognerie, et par les soucis de cette vie, et que ce jour-là ne vienne sur vous tout à coup.

35 Car il viendra comme un piège sur tous les habitants de la face de toute la terre.

36 C'est pourquoi, soyez vigilants, priant en tout temps, afin que vous soyez jugés dignes d'éviter toutes ces choses à venir, et de vous tenir devant le Fils de l'homme.

Jésus nous met en garde contre les dangers d'être accablés par les plaisirs et les soucis de ce monde. La gourmandise, l'ivresse et les « soucis de cette vie » représentent les excès et les soucis qui nous lient au terrestre. Si notre cœur est concentré sur ces choses, nous serons surpris à la fin. Le danger de vivre une vie dominée par les plaisirs mondains est qu'ils nous distraient de la réalité spirituelle, nous rendant insensibles à l'urgence du moment.

Ici, Jésus nous commande de veiller et de prier en tout temps, afin que nous soyons trouvés dignes d'échapper aux tribulations qui doivent venir et de nous tenir devant le Fils de l'homme. Observer implique d'être spirituellement éveillé et alerte, en reconnaissant que la fin peut arriver à tout moment. Nous ne pouvons pas laisser les distractions du monde nous empêcher de nous préparer spirituellement. Prier constamment est essentiel pour maintenir une relation intime avec Dieu, fortifier notre foi et garder nos priorités spirituelles en ordre.

L'urgence de la fin du monde est une réalité qui doit transformer notre façon de vivre au quotidien. Nous ne savons pas quand la fin sera, mais nous savons que c'est plus proche que nous ne le pensons. Chaque jour que nous passons immergés dans les plaisirs du monde est un jour perdu dans notre préparation spirituelle. Jésus nous appelle à être préparés, à veiller, à prier et à vivre dans la sainteté et la justice. Cette préparation est plus qu'une simple attente passive ; c'est une vie active d'abandon, de sacrifice et de dévotion à Dieu.

Si la fin du monde arrivait aujourd'hui, seriez-vous prêt à rencontrer le Christ ? Il ne s'agit pas seulement d'éviter le châtiment ou la destruction, mais d'être en mesure de recevoir la récompense éternelle d'être avec notre Sauveur pour toujours. L'appel est urgent : abandonnez les plaisirs temporels que le monde offre, et vivez chaque jour dans la préparation spirituelle à la rencontre avec le Seigneur.

Aujourd'hui peut être le jour de la fin du monde dans votre vie, le jour où vous renoncez à tout ce qui vous détourne de votre véritable vocation et commencez à vivre exclusivement pour le Christ. Êtes-vous prêt à prendre cette décision ?

LA FIN DU MONDE EST LE DÉBUT D'UNE NOUVELLE VIE DANS LE CHRIST

Le concept de la fin du monde peut sembler effrayant, mais pour ceux qui sont en Christ, ce n'est pas du tout la fin. Au contraire, c'est le début d'une nouvelle vie, une vie qui n'est pas soumise aux plaisirs éphémères de ce monde, mais qui est ancrée dans l'Éternité avec Dieu. La fin du monde, entendue dans un sens spirituel, marque le moment où nous abandonnons notre ancien mode de vie et nous abandonnons totalement à la vie nouvelle que le Christ nous offre. Cette transformation est essentielle pour comprendre ce que signifie vraiment vivre dans le Royaume de Dieu.

2 Corinthiens 5:17 :

17 Si donc quelqu'un est en Christ, c'est une nouvelle création : les choses anciennes ont passé ; voici, toutes choses sont devenues nouvelles.

L'apôtre Paul nous donne une révélation profonde de ce qui se passe lorsque nous nous unissons au Christ : notre vie change radicalement. Les « vieilles choses », c'est-à-dire nos désirs charnels, les tentations du monde et notre mode de vie égoïste, sont laissés pour compte. Dans le Christ, nous avons fait l'expérience d'une mort symbolique pour le monde, d'une « fin » de la vie que nous menions, et à sa place, nous avons reçu une vie nouvelle. C'est la véritable révélation de la fin du monde, une transformation intérieure qui affecte tous les domaines de notre existence.

Lorsque nous mourons aux plaisirs du monde, c'est la vraie fin de « notre » monde tel que nous le connaissions. Mais, paradoxalement, cette fin ouvre les portes d'une nouvelle dimension de la vie dans le Christ. C'est là que commence la vraie liberté. Nous ne sommes plus esclaves du péché, des désirs charnels ou des attentes du monde. En vivant pour le Christ, nous faisons l'expérience d'un renouveau spirituel qui nous libère du cycle de destruction que le monde offre.

Romains 6:4 :

4 Car nous sommes ensevelis avec lui par le baptême dans la mort, afin que, comme le Christ est ressuscité des morts par la gloire du Père, nous aussi nous marchions en nouveauté de vie.

Le baptême est un symbole puissant de cette transition. Lorsque nous sommes immergés dans les eaux baptismales, nous déclarons publiquement que nous sommes morts à notre vie passée, que la fin du monde est arrivée pour nous dans un sens spirituel. Mais en sortant de ces eaux, nous nous élevons vers une nouvelle vie en Christ, et une vie caractérisée par la « nouveauté de vie ». Il s'agit d'un changement radical, car nous ne vivons plus sous les paramètres du monde, mais sous la direction et la direction du Saint-Esprit.

La fin du monde est donc une porte qui nous introduit dans une vie où le passé n'a plus de pouvoir sur nous. Cela signifie que les erreurs, les péchés et les habitudes destructrices ne définissent plus qui nous sommes. En Christ, nous sommes de nouvelles créatures, avec une nouvelle identité et un nouveau but. La fin du monde est, en réalité, la fin de l'esclavage et le début de la liberté en Christ.

Galates 2:20 :

20 Je suis crucifié avec Christ, et je vis, non pas moi, mais Christ vit en moi, et ce que je vis maintenant dans la chair, je le vis dans la foi au Fils de Dieu, qui m'a aimé et s'est livré lui-même pour moi.

Cette déclaration de Paul résume parfaitement ce que signifie le fait que la fin de notre vie dans le monde est le début d'une nouvelle vie en Christ. En étant crucifiés avec Christ, nous mourons à nos désirs égoïstes, au péché et aux tentations qui nous ont éloignés de Dieu. Ce n'est plus nous qui vivons, c'est le Christ qui vit en nous. Cette vérité est transformatrice, parce qu'elle nous enseigne que la fin du monde est la fin d'une vie vécue par nos propres forces, et le début d'une vie vécue dans la puissance du Christ.

Non seulement le Christ nous donne une nouvelle vie, mais il nous donne aussi le pouvoir de vivre cette vie. Nous ne sommes pas seuls dans ce voyage de transformation ; le Saint-Esprit nous guide, nous renforce et nous soutient. Tout comme le Christ est ressuscité des morts et a vaincu la mort, nous aussi avons spirituellement surmonté la puissance de la mort et du péché dans nos vies. Notre nouvelle vie n'est pas simplement une amélioration de l'ancienne, mais une vie complètement différente, vécue en communion avec Dieu et alignée avec Sa Volonté.

Colossiens 3:1-3 :

1 Si tu as été ressuscité avec Christ, cherche ce qui est en haut, là où Christ est assis à la droite de Dieu.

2 Fixez-vous sur les choses d'en haut, et non sur les choses de la terre.

3 Car tu es mort, et ta vie est cachée avec Christ en Dieu.

Paul nous enseigne qu'après la fin du monde, nos intérêts et nos priorités changent radicalement. Nous ne recherchons plus les choses de la terre, qui sont temporaires et périssables. Maintenant, nous cherchons les choses d'en haut, les réalités spirituelles et éternelles qui sont en Christ. Vivre dans cette nouvelle vie signifie que nos objectifs, nos désirs et nos efforts sont alignés sur le Royaume de Dieu, et non sur les systèmes et les valeurs du monde. Nous sommes morts à l'ancien moi, et notre nouvelle vie est cachée en Christ, sécurisée et protégée en Lui.

Éphésiens 4:22-24 :

22 Pour livrer le vieil homme qui est corrompu selon les désirs de l'égarement ;

23 Et pour nous renouveler dans l'esprit de ton esprit,

24 Et pour revêtir l'homme nouveau, qui est élevé selon Dieu dans la justice et la sainteté de la vérité.

L'appel à « revêtir l'homme nouveau » est l'une des images les plus claires de ce que signifie vivre cette nouvelle vie en Christ. En laissant derrière nous le vieil homme, plein de désirs erronés et corrompus, nous nous débarrassons du système de valeurs du monde. Cette fin du monde est un processus par lequel Dieu transforme notre esprit et notre cœur, nous rendant toujours plus semblables au Christ. Il s'agit d'un processus de renouvellement continu, impliquant un changement dans nos attitudes, nos pensées et nos actions, le tout en conformité avec la justice et la sainteté que Dieu exige.

La fin du monde n'est pas la fin de notre existence, mais la fin d'une vie esclave du péché et des plaisirs mondains. C'est le point de transition où nous décidons, sous la grâce de Dieu, de cesser de vivre pour nous-mêmes et de commencer à vivre pour Christ. C'est la vraie renaissance, le vrai début d'une nouvelle vie. Une vie qui n'est plus centrée sur ce que le monde a à offrir, mais sur ce que Dieu a préparé pour nous en Jésus-Christ.

Lorsque nous atteignons cette fin du monde, nos priorités changent complètement. Nous ne recherchons plus le temporel, l'éphémère, mais l'éternel. La vraie vie commence lorsque nous laissons le Christ prendre le contrôle de nos décisions, de nos objectifs et de nos désirs. Nous vivons une vie de liberté, parce que nous ne sommes plus liés au péché. Nous vivons une vie de paix, parce que nous savons que nous sommes alignés avec le dessein de Dieu. Et surtout, nous vivons une vie d'espérance, sachant que cette fin du monde nous prépare à une rencontre glorieuse avec le Christ, non pas dans le jugement, mais dans la récompense.

C'est l'appel urgent pour chaque croyant : laisser la fin du monde se produire dans nos cœurs, mourir aux plaisirs temporels et commencer à vivre la vie nouvelle et abondante que le Christ nous offre. Êtes-vous prêt à commencer cette nouvelle vie en Christ ? Aujourd'hui est peut-être le jour où vous ferez l'expérience de cette fin du monde et entrerez dans une vie pleine, libre et transformée par la puissance de l'Évangile.

Conclusion

La fin du monde peut être considérée comme un événement lointain ou une catastrophe mondiale qui se produira un jour, mais pour ceux qui sont en Christ, cette fin est quelque chose de beaucoup plus profond et plus personnel. Ce n'est pas une fin catastrophique, mais un appel à mourir aux plaisirs temporels et mondains, à ressusciter à une vie nouvelle, une vie en communion avec Dieu. Chaque jour où nous vivons pour nous-mêmes, nourrissant les désirs de la chair, nous nous éloignons du dessein éternel de Dieu. Mais lorsque nous prenons la décision consciente de mettre fin à cette vie contrôlée par le monde, nous faisons l'expérience d'une renaissance glorieuse en Christ, remplie de paix, de but et d'espoir.

Cette fin personnelle est plus qu'une simple réforme de nos habitudes ; c'est une transformation complète, où notre esprit, notre cœur et notre esprit sont renouvelés par la puissance du Saint-Esprit. C'est la fin de vivre selon les attentes du monde et le début d'une vie alignée avec les principes éternels du Royaume de Dieu. Cette fin marque le début d'une vie dans laquelle nous ne sommes plus esclaves du péché, mais des enfants de la liberté dans le Christ.

La fin du monde dans nos vies signifie que nous avons cessé de vivre pour des plaisirs et des objectifs temporels et que nous avons commencé à vivre avec une vision céleste, centrée sur ce qui compte vraiment : notre relation avec le Christ, notre sanctification et notre préparation à le rencontrer face à face. C'est le véritable but du croyant, et la vraie raison pour laquelle nous devons embrasser la fin du monde dans nos cœurs.

Aujourd'hui, nous sommes confrontés à un choix : allons-nous continuer à vivre selon le monde, ou allons-nous mourir à nous-mêmes pour vivre pleinement en Christ ? C'est le défi et l'urgence que l'Esprit Saint nous lance aujourd'hui. Êtes-vous prêt à laisser la fin de votre monde se produire pour inaugurer une vie nouvelle et éternelle en Christ ?

Prière

Père céleste, nous venons devant toi en reconnaissant que la vraie fin du monde commence dans notre cœur. Nous te demandons pardon pour les moments où nous avons permis aux plaisirs mondains, aux ambitions terrestres et au péché de nous éloigner de toi. Aujourd'hui, Seigneur, nous reconnaissons l'urgence de mourir à ces choses, afin que nous puissions vivre pleinement pour Toi.

Nous vous donnons nos vies, nos esprits, nos cœurs et nos désirs. Nous voulons que la fin de ce monde se produise en nous, que l'ancien passe et que le nouveau arrive. Esprit Saint, guide-nous dans ce processus de transformation. Renouvelle nos esprits, change nos désirs et permets-nous de vivre une vie qui te plaît.

Père, nous déclarons que nous ne vivons plus pour nous-mêmes, mais pour Toi. Aide-nous à fixer nos yeux sur les choses d'en haut et non sur les choses de la terre. Que chaque jour soit l'occasion de faire l'expérience d'une mort aux plaisirs temporels, et d'une résurrection à la vie abondante et éternelle que Tu nous offres dans le Christ Jésus.

Aujourd'hui, Seigneur, nous te demandons de mettre en nous un cœur plein d'espérance et d'attente pour la rencontre que nous aurons avec toi, non pas dans la peur, mais dans la joie. Que nos vies soient pour Toi une offrande vivante, sainte et agréable. Aide-nous à marcher dans la nouveauté de la vie, en étant des témoins fidèles de ta puissance transformatrice.

Nous te rendons, Seigneur, de ce qu'il n'y a pas de condamnation dans le Christ, mais la rédemption et la vie nouvelle. Que ce soit le jour où nous faisons l'expérience de la vraie fin du monde dans nos vies, pour vivre éternellement avec vous. Nous le demandons au Nom puissant du Seigneur Jésus-Christ, notre Sauveur. Amen!

Introdução

Irmão e irmã, quando pensamos no fim do mundo, nossas mentes muitas vezes voam para imagens apocalípticas: desastres naturais, destruição global, os anjos ceifadores e o retorno de Cristo em glória. E é verdade que a Bíblia nos ensina que chegará um dia em que este mundo como o conhecemos chegará ao fim para dar lugar a um novo céu e uma nova terra. Mas neste estudo, não vamos nos concentrar nesse evento final e abrangente. Em vez disso, vamos olhar para o fim do mundo de uma perspectiva muito mais íntima, pessoal e individual.

Hoje quero falar-vos de um fim do mundo que é ainda mais urgente e transcendental para vós, porque é o fim do mundo na vossa vida pessoal. É aquele momento crucial em que você decide morrer para o mundo, para seus prazeres e tentações, a fim de viver plenamente para Cristo. Este fim do mundo não é sobre um evento catastrófico lá fora, mas sobre uma profunda transformação que ocorre aqui, em seu coração, quando você decide renunciar ao temporal e abraçar o eterno.

O fim do mundo neste contexto é o fim de sua velha vida pecaminosa, uma vida que estava enraizada nos desejos da carne, nas metas passageiras e nas promessas vazias deste mundo. É o momento em que você decide deixar para trás tudo o que o afastou de Deus, para abraçar a nova vida que Cristo lhe oferece. É um chamado para morrer para o pecado e as influências deste sistema corrupto, e para ressuscitar em uma vida de obediência e comunhão com o Senhor.

Este episódio é um convite para examinar nossos próprios corações e considerar a importância de terminar nosso relacionamento com o mundo. Pois, embora o fim do mundo global chegue um dia, cada um de nós deve enfrentar seu próprio fim antes desse tempo: o fim de viver para si mesmo e o início de uma vida totalmente entregue a Cristo. Você está pronto para experimentar seu próprio fim do mundo? Hoje pode ser o dia em que tudo muda para você.

1 João 2:15-17:

15 Não ameis o mundo, nem o que há no mundo. Se alguém ama o mundo, o amor do Pai não está nele.

16 Porque tudo o que há no mundo, a concupiscência da carne, a concupiscência dos olhos e a soberba da vida, não é do Pai, mas do mundo.

17 E passa o mundo e a sua concupiscência; mas aquele que faz a vontade de Deus permanece para sempre.

O MUNDO EM OPOSIÇÃO A CRISTO

O mundo e Cristo são apresentados nas Escrituras como dois caminhos irreconciliáveis, dois modos de vida em completo conflito. Na Bíblia, o mundo não se refere apenas à criação física, mas ao sistema de valores e desejos que se opõem a Deus. É uma rede de influências, tentações e prazeres que procuram nos afastar da Verdade e da Vida em Cristo. O mundo, em sua essência, é projetado para nos manter focados no temporal e no que satisfaz nossa carne, enquanto Cristo nos chama para o Eterno, para uma Vida que transcende o visível e se concentra no Reino de Deus.

Romanos 12:2:

2 E não vos conformeis com este mundo; mas seja reformado pela renovação de sua mente, para que você possa experimentar qual é a boa, agradável e perfeita vontade de Deus.

Este versículo estabelece uma separação clara entre o crente e o mundo. Paulo nos adverte a não nos conformarmos com esta era - isto é, não devemos adotar a mentalidade, os valores e os desejos desta era. Conformar-se com o mundo é aceitar seus padrões como norma, viver para o que o mundo considera sucesso: riqueza, poder, fama, prazer. No entanto, Paulo nos convida a uma "renovação de nossa mente". Essa transformação mental é radical, porque não se trata apenas de mudar de ideia ou melhorar nossas atitudes; é um apelo a uma renovação completa do nosso modo de ver a vida.

O mundo oferece distrações infinitas para nos manter longe dessa renovação. Modas, ideologias e filosofias mundanas prometem gratificação imediata, mas fugaz. Alguém que está conformado com este mundo buscará o sucesso material, os prazeres da carne e a aprovação social. No entanto, em Cristo, descobrimos que nossa verdadeira satisfação e propósito não dependem do temporal, mas de fazer a Vontade de Deus. À medida que renovamos nosso entendimento, começamos a ver com os Olhos da Eternidade, priorizando o que agrada a Deus sobre os prazeres fugazes do mundo.

Gálatas 6:14:

14 Longe de mim gloriar-me, senão na cruz de nosso Senhor Jesus Cristo, pela qual o mundo está crucificado para mim, e eu para o mundo.

Este poderoso versículo nos apresenta a ideia de crucificação mútua entre o crente e o mundo. Paulo declara que, pela cruz de Cristo, ele morreu para o mundo, e o mundo morreu para ele. Aqui não se refere apenas a uma renúncia mental ou emocional, mas a uma morte espiritual em relação a tudo o que o mundo tem a oferecer. Isso é radical porque implica que o crente não tem mais laços, desejos ou apegos ao que o mundo oferece.

Paulo usa o simbolismo da cruz, que representa sofrimento, morte e renúncia, para descrever seu relacionamento com o mundo. Para ele, tudo o que o mundo considera valioso – poder, prestígio, prazer – perdeu todo o seu apelo. Por meio de Cristo, o sistema do mundo é crucificado, ou seja, é visto como morto, inútil e sem valor real. Isso significa que o verdadeiro crente, ao viver para Cristo, desistiu voluntariamente de tudo o que o mundo considera digno de busca.

O mundo, com seus prazeres e atrações, procura continuamente seduzir o crente. Oferece-nos uma vida de conforto, sucesso e prazer, mas todas essas coisas são temporárias e levam ao vazio espiritual. A crucificação para o mundo significa que fomos libertos de seu domínio. Agora, não somos mais escravos das opiniões, tentações e paixões desta época. Vivemos para Cristo e, nessa nova vida, encontramos alegria e satisfação muito mais profundas e duradouras do que qualquer coisa que o mundo possa nos oferecer.

Tiago 4:4:

4 Adúlteros, não sabeis que a amizade do mundo é inimizade com Deus? Quem, portanto, deseja ser amigo do mundo, é inimigo de Deus.

Este versículo nos dá uma advertência muito séria. Tiago usa uma linguagem forte e direta ao chamar  aqueles que buscam amizade com o mundo de "adúlteros". O termo "adúlteros" aqui se refere à traição espiritual. Quando o crente tenta manter um relacionamento amigável com o mundo, ele está traindo sua aliança com Deus. Em termos bíblicos, a Igreja é a Noiva de Cristo, e qualquer flerte com o sistema do mundo é visto como adultério espiritual.

Santiago deixa claro que não há neutralidade. Você não pode ser amigo do mundo e, ao mesmo tempo, ser fiel a Deus. O sistema de valores e desejos do mundo está em oposição direta à Vontade de Deus, e abraçar esses valores nos torna inimigos de Deus. Isso é impactante porque nos lembra que cada decisão que tomamos está nos alinhando com Deus ou com o mundo. Não podemos viver divididos entre duas lealdades.

Ser amigo do mundo significa participar de suas obras, aceitar seus padrões e buscar o que o mundo considera valioso. Mas o crente foi chamado a uma vida de separação e santidade. Somos chamados a ser "luz do mundo" (Mateus 5:14), o que significa ser diferente, ser um reflexo do caráter de Cristo em meio a uma sociedade que está nas trevas.

O mundo, em sua essência, é incompatível com Cristo. Enquanto o mundo exalta o temporal, Cristo nos chama para o Eterno. Enquanto o mundo procura satisfazer os desejos da carne, Cristo nos convida a crucificá-los. Este contraste é claro: viver para o mundo significa afastar-se de Deus, mas viver para Cristo significa renunciar ao mundo. Como crentes, somos chamados a morrer para o mundo e viver somente para Cristo. Esta é a revelação mais profunda: o fim do mundo não é apenas sobre um evento futuro, mas sobre uma mudança radical em nossas vidas, quando decidimos crucificar o mundo para experimentar a verdadeira vida em Cristo.

Você está disposto a deixar o mundo morrer por você, para que você possa viver plenamente para Cristo?

O Dia do Fim do Mundo como Morte aos Prazeres Mundanos

O verdadeiro fim do mundo para o cristão não é apenas um evento profético no futuro, mas uma transformação radical que ocorre quando decidimos morrer para os prazeres mundanos e viver somente para Cristo. Este "fim" começa no coração, no momento em que rejeitamos os desejos carnais e os valores corruptos do mundo para abraçar a Vida Eterna e o propósito de Deus. Morrer para os prazeres mundanos é essencial para experimentar o Poder da Ressurreição e da Nova Vida em Cristo. Assim, o "Dia do Fim do Mundo" torna-se o dia em que deixamos para trás tudo o que o mundo valoriza e nos rendemos completamente a Cristo.

Colossenses 3:5-6:

5 Portanto, amortecei os vossos membros que estão sobre a terra: prostituição, impureza, loucura, maldade, maldade e avareza, que é idolatria.

6 Por estas coisas vem a ira de Deus sobre os filhos da transgressão.

O apóstolo Paulo nos chama a amortecer, isto é, a mortificar os desejos e prazeres que nos ligam a este mundo. Esse amortecimento não é opcional para o cristão, mas uma parte central do processo de santificação. Aqui, Paulo lista alguns dos principais "membros" da vida carnal que devem ser crucificados:, impureza, paixões desordenadas, maus desejos e cobiça. Esses são elementos que dominam o sistema do mundo e, ao segui-los, nos afastamos da Vontade de Deus.

A palavra "buffer" é um apelo radical. Não é simplesmente uma questão de suprimir ou controlar esses desejos, mas de destruí-los completamente. É um processo intencional e contínuo de renunciar a qualquer coisa que não esteja alinhada com o caráter de Cristo. Este processo é, na verdade, o fim do mundo para nossa vida anterior. O fim das paixões mundanas é o início de uma vida completamente renovada em Cristo, onde Ele se torna o centro de tudo o que somos e fazemos.

Morrer para os prazeres mundanos envolve sacrifício. Não é fácil, pois o mundo constantemente nos bombardeia com tentações. Paixões desordenadas e desejos malignos parecem prometer satisfação, mas na realidade nos escravizam. Por meio desse amortecimento, somos libertados de Seu poder, permitindo que Cristo reine em nossas vidas.

Mateus 16:24-25:

24 Então Jesus disse aos seus discípulos: "Se alguém quer vir após mim, negue-se a si mesmo, tome a sua cruz e siga-me".

25 Pois quem quiser salvar a sua vida, perdê-la-á, e quem perder a sua vida por minha causa, achá-la-á.

Jesus nos apresenta um profundo paradoxo: se quisermos salvar nossas vidas, devemos estar dispostos a perdê-las. Esta declaração revela a verdadeira natureza do fim do mundo espiritual. Tomar a cruz é um chamado à morte: à morte de nossos desejos, ambições e prazeres pessoais. É um símbolo de renúncia total, onde deixamos de viver para nós mesmos e começamos a viver para Cristo.

O ato de "abnegação" significa que não buscamos mais satisfazer os desejos da carne, mas buscamos agradar somente a Deus. Isto implica uma mudança total de prioridades. Antes, vivíamos para nossos próprios interesses, para reconhecimento, conforto ou sucesso material, mas agora, ao tomarmos a cruz, estamos dispostos a sacrificar tudo isso por causa do Reino de Deus.

O "Dia do Fim do Mundo" ocorre quando decidimos voluntariamente perder nossa vida mundana, renunciando a tudo o que este mundo tem de valioso, a fim de encontrar a verdadeira vida em Cristo. Este processo de "perder a vida" não é um sacrifício vazio, porque o que ganhamos em Cristo é infinitamente mais valioso. A vida no Espírito é rica em paz, alegria e propósito - coisas que o mundo nunca pode oferecer a você. Nesse sentido, o dia em que nos entregamos completamente a Cristo é o dia em que o mundo, como o conhecíamos, chega ao fim.

1 Pedro 4:1-2:

1 Porque Cristo padeceu por nós na carne, vós também deveis estar armados do mesmo modo de que aquele que padeceu na carne cessou do pecado;

2 para que o tempo que permanece na carne viva, não para as concupiscências dos homens, mas para a vontade de Deus.

Pedro nos chama a nos armar com o mesmo pensamento de Cristo, que sofreu na carne para cumprir a Vontade do Pai. O fim do mundo para o cristão ocorre quando decidimos que não viveremos mais para os prazeres carnais, mas para cumprir a Vontade de Deus. Esta passagem nos lembra que o sofrimento na carne não é em vão, mas tem um propósito: libertar-nos do pecado e alinhar nossas vidas com o Propósito Divino.

A "morte" de que Pedro fala não é apenas física, mas espiritual. É a morte dos desejos e luxúrias que nos mantiveram ligados ao mundo. Morrer para esses prazeres envolve sofrimento na carne, uma vez que nossa natureza caída deseja o que é contrário à Vontade de Deus. No entanto, ao nos armar com o Pensamento de Cristo, estamos dispostos a suportar o sofrimento temporal, sabendo que ele nos leva à libertação do pecado e à Vida Eterna.

Este é o verdadeiro fim do mundo na vida do crente: o fim das paixões terrenas para viver de acordo com a Vontade de Deus. Não vivemos mais para o que nos gratifica momentaneamente, mas para o que agrada ao Pai. Este fim introduz-nos numa vida superior, uma vida de comunhão e de santidade que o mundo não pode compreender nem oferecer.

Tito 2:11-12:

11 Porque a graça de Deus, que traz salvação a todos os homens, foi revelada.

12 Ensinando-nos que, renunciando à impiedade e aos desejos mundanos, devemos viver neste mundo com temperança, justiça e piedade,...

A graça de Deus, que traz salvação, não apenas nos redime do pecado, mas nos ensina a renunciar aos desejos mundanos. Isso nos mostra que a Graça não é uma licença para continuar vivendo como o mundo, mas é o Poder de viver de maneira santa em meio a um mundo corrupto. O "Dia do Fim do Mundo" ocorre quando, pela Graça de Deus, renunciamos aos desejos e prazeres que uma vez nos dominaram.

Viver uma vida "temperante, justa e piedosa" é um chamado para uma vida diferente, uma vida que se destaca do sistema do mundo. Este versículo nos lembra que, embora ainda estejamos no mundo, não somos do mundo. O mundo vive sob o domínio dos desejos e prazeres temporais, mas fomos chamados a uma vida que reflete o caráter de Deus. A graça nos permite viver com sobriedade, isto é, com uma mente clara e foco no eterno. Viver em retidão implica que nossas ações refletem a justiça de Deus, e viver piedosamente significa que toda a nossa vida é dedicada a agradar nosso Pai celestial.

O verdadeiro "Dia do Fim do Mundo" para o cristão é o momento em que decidimos crucificar os desejos e prazeres mundanos. Esta decisão é uma das mais transcendentais que tomaremos em nossa vida espiritual. Não é apenas uma renúncia simbólica, mas uma entrega total de nossas vidas a Cristo. Morrer para os prazeres do mundo pode parecer doloroso e sacrificial, mas é a única maneira de experimentar a plenitude da vida em Cristo.

O mundo nos oferece uma falsa sensação de satisfação por meio de seus prazeres temporais, mas o cristão sabe que eles são efêmeros e vazios. A verdadeira vida, a Vida Eterna e abundante, é encontrada somente quando morremos para o mundo e vivemos para Cristo. O "Dia do Fim do Mundo" não é uma data distante a ser temida, mas uma experiência diária de morrer para si mesmo e para os prazeres mundanos, para viver no poder da ressurreição de Cristo.

Este dia pode ser hoje. Você está pronto para o fim do mundo em sua vida? Você está disposto a crucificar prazeres e desejos temporais para abraçar a Vida Eterna que só Cristo pode oferecer? Se assim for, hoje pode ser o seu "Dia do Fim do Mundo".

A Urgência do Fim e a Preparação Espiritual

A urgência do fim do mundo não é algo que se relaciona simplesmente com a Vinda de Cristo ou com futuros eventos apocalípticos, mas é uma realidade cotidiana que exige nossa constante preparação espiritual. O fim pode vir de maneira pessoal a qualquer momento, seja pelo retorno de Cristo ou por nossa própria morte, e é por isso que devemos estar espiritualmente prontos. Morrer para os prazeres do mundo e viver exclusivamente para Cristo é o verdadeiro ato de preparação para o fim. Se estivermos espiritualmente preparados, o fim do mundo não nos surpreenderá, mas será um momento de encontro glorioso com o Senhor.

Mateus 24:44:

44 Portanto, vocês também devem estar atentos, pois o Filho do Homem virá em uma hora que vocês não esperam.

Jesus nos adverte claramente que Sua vinda será repentina e inesperada. Este não é apenas um chamado para esperar passivamente pelo evento, mas um chamado para estar sempre pronto, sempre preparado. A urgência não está em tentar adivinhar quando o fim acontecerá, mas em viver cada dia como se fosse o último. O foco aqui é claro: se sabemos que Cristo pode retornar a qualquer momento, ou que nosso tempo na terra pode terminar repentinamente, então nossa vida deve estar em constante estado de preparação.

A preparação espiritual não é algo que pode ser adiado. Muitos pensam que podem desfrutar dos prazeres do mundo e, mais tarde, quando o fim se aproximar, se reconciliarão com Deus. Mas Jesus nos lembra que não sabemos nem o dia nem a hora. Portanto, a urgência é absoluta. Cada dia que vivemos sem estar espiritualmente preparados é um risco enorme. Isso nos leva à convicção de que viver nos prazeres do mundo é uma distração perigosa, já que o verdadeiro fim do mundo pode chegar a qualquer momento, e a Eternidade depende de nossa preparação atual.

1 Tessalonicenses 5:2-6:

2 Pois bem sabeis que o dia do Senhor virá de noite como um ladrão,

3 Quando disserem: Paz e segurança, então de repente lhes sobrevirá a destruição, como dores para a mulher grávida; e não escaparão.

4 Mas vós, irmãos, não estais em trevas, para que aquele dia vos surpreenda como um ladrão;

5 Porque todos vós sois filhos da luz, filhos do dia; nós não somos da noite nem das trevas.

6 Portanto, não durmamos como os outros; mas sejamos vigilantes e sóbrios.

Aqui, Paulo enfatiza o elemento surpresa do "Dia do Senhor". Para aqueles que vivem nas trevas, aqueles que estão imersos nos prazeres do mundo e que não estão preparados espiritualmente, o fim será como a chegada de um ladrão na noite: inesperado e devastador. No entanto, os cristãos, como filhos da luz, não devem se surpreender com este Dia. Isso significa que devemos estar em uma postura de vigilância contínua, vivendo à luz da verdade, longe das distrações e prazeres temporários que o mundo oferece.

Paulo nos adverte contra o perigo de "dormir" espiritualmente. O sono, neste contexto, refere-se a estar espiritualmente despreparado ou inativo, o que acontece quando nossas prioridades estão enraizadas no mundo. O mundo nos induz ao sono espiritual por meio de suas promessas vazias de "paz e segurança". No entanto, esses prazeres e promessas são ilusórios. Eles nos anestesiam, afastando-nos da verdadeira vida em Cristo e deixando-nos vulneráveis à chegada repentina do fim.

Portanto, a urgência é clara: não devemos dormir espiritualmente, mas vigiar e ser sóbrios. Isso envolve viver consciente e disciplinadamente, concentrando-se nas coisas do alto (Colossenses 3:2), permanecendo em oração, obedecendo à Palavra de Deus e afastando-se das influências mundanas que nos afastam de nosso verdadeiro propósito. Se adormecermos espiritualmente, corremos o risco de perder o que é mais precioso: a Vida Eterna com Cristo.

2 Pedro 3:10-12 :

10 Mas o dia do Senhor virá como um ladrão de noite; no qual os céus passarão com grande estrondo, e os elementos serão destruídos em chamas, e a terra e as obras que nela há serão queimadas.

11 Pois, uma vez que todas essas coisas devem ser dissolvidas, quão bem você deve estar em conversas santas e piedosas?

12 Esperando e apressando-se para a vinda do dia de Deus, em que os céus, incendiados, se derreterão, e os elementos, queimados, se derreterão?

Pedro nos apresenta uma visão aterrorizante e poderosa do fim dos tempos: o mundo e tudo nele serão destruídos pelo fogo. No entanto, essa descrição não pretende apenas nos assustar, mas nos despertar para uma verdade essencial: tudo o que o mundo valoriza será destruído e somente o que fizemos por Cristo perdurará. Se sabemos que o destino do mundo é sua destruição total, como não devemos nos concentrar urgentemente em viver em santidade e devoção a Deus?

Pedro nos exorta a viver em um "caminho santo e piedoso de A urgência desta exortação é evidente. Não podemos perder tempo vivendo para prazeres temporais quando sabemos que todas as coisas terrenas serão desfeitas. Viver piedosamente significa que cada decisão que tomamos, cada ação que tomamos, está alinhada com a Vontade de Deus. Não podemos nos dar ao luxo de nos envolver com o mundo quando sabemos que o fim está tão próximo.

A preparação espiritual não é apenas evitar a destruição, mas estar em uma postura de esperança e expectativa pela vinda de Cristo. Os crentes que estão preparados não temem o fim, mas esperam por ele com alegria, sabendo que o Dia do Senhor trará a consumação de nossa salvação. Mas essa antecipação só é possível se renunciarmos aos prazeres do mundo e nos dedicarmos totalmente a viver para Cristo.

Lucas 21:34-36:

34 E guardai-vos de vós mesmos, para que o vosso coração não se sobrecarregue com a glutonaria, e a embriaguez, e com os cuidados desta vida, e aquele dia vos sobrevenha de repente.

35 Pois ele virá como um laço sobre todos os que habitam na face de toda a terra.

36 Portanto, vigiai, orando em todo o tempo, para que sejais havidos por dignos de evitar todas estas coisas que hão de vir, e de estar em pé diante do Filho do homem.

Jesus nos adverte sobre os perigos de sermos sobrecarregados com os prazeres e preocupações deste mundo. A gula, a embriaguez e os "cuidados desta vida" representam os excessos e preocupações que nos ligam ao terreno. Se nosso coração estiver focado nessas coisas, ficaremos surpresos no final. O perigo de viver uma vida dominada pelos prazeres mundanos é que eles nos distraem da realidade espiritual, tornando-nos insensíveis à urgência do momento.

Aqui, Jesus nos ordena a vigiar e orar em todos os momentos, para que possamos ser considerados dignos de escapar das tribulações que estão por vir e estar diante do Filho do Homem. Observar envolve estar espiritualmente desperto e alerta, reconhecendo que o fim pode vir a qualquer momento. Não podemos permitir que as distrações do mundo nos impeçam de nossa preparação espiritual. Orar constantemente é essencial para manter um relacionamento íntimo com Deus, fortalecer nossa fé e manter nossas prioridades espirituais em ordem.

A urgência do fim do mundo é uma realidade que deve transformar a forma como vivemos todos os dias. Não sabemos quando será o fim, mas sabemos que está mais perto do que pensamos. Cada dia que passamos imersos nos prazeres do mundo é um dia perdido em nossa preparação espiritual. Jesus nos chama para estarmos preparados, vigiar, orar e viver em santidade e justiça. Essa preparação é mais do que apenas uma espera passiva; é uma vida ativa de entrega, sacrifício e devoção a Deus.

Se o fim do mundo chegasse hoje, você estaria preparado para encontrar Cristo? Não se trata apenas de evitar punição ou destruição, mas de estar em posição de receber a recompensa eterna de estar com nosso Salvador para sempre. O chamado é urgente: abandonar os prazeres temporais que o mundo oferece e viver cada dia em preparação espiritual para o encontro com o Senhor.

Hoje pode ser o dia do fim do mundo em sua vida, o dia em que você renuncia a tudo o que o distrai de sua verdadeira vocação e começa a viver exclusivamente para Cristo. Você está pronto para tomar essa decisão?

O FIM DO MUNDO É O INÍCIO DE UMA NOVA VIDA EM CRISTO

O conceito do fim do mundo pode parecer assustador, mas para aqueles que estão em Cristo, não é o fim. Pelo contrário, é o início de uma nova vida, uma vida que não está sujeita aos prazeres efêmeros deste mundo, mas está ancorada na Eternidade com Deus. O fim do mundo, entendido em sentido espiritual, marca o ponto em que abandonamos nosso antigo modo de vida e nos entregamos completamente à nova vida que Cristo nos oferece. Essa transformação é essencial para entender o que realmente significa viver no Reino de Deus.

2 Coríntios 5:17:

17 Portanto , se alguém está em Cristo, nova criatura é; as coisas velhas já passaram; eis que tudo se fez novo.

O apóstolo Paulo nos dá uma revelação profunda do que acontece quando nos unimos a Cristo: nossas vidas mudam radicalmente. As "coisas velhas", isto é, nossos desejos carnais, as tentações do mundo e nosso modo egoísta de vida, são deixados para trás. Em Cristo, experimentamos uma morte simbólica para o mundo, um "fim" da vida que estávamos levando, e em seu lugar recebemos uma nova vida. Esta é a verdadeira revelação do fim do mundo, uma transformação interior que afeta todas as áreas de nossa existência.

Quando morremos para os prazeres do mundo, esse é o verdadeiro fim do "nosso" mundo como o conhecíamos. Mas, paradoxalmente, esse fim abre as portas para uma nova dimensão da vida em Cristo. É aqui que começa a verdadeira liberdade. Não somos mais escravos do pecado, dos desejos carnais ou das expectativas do mundo. Ao vivermos para Cristo, experimentamos uma renovação espiritual que nos liberta do ciclo de destruição que o mundo oferece.

Romanos 6:4:

4 Porque fomos sepultados com ele pelo batismo na morte, para que, assim como Cristo ressuscitou dentre os mortos pela glória do Pai, assim andemos nós também em novidade de vida.

O batismo é um símbolo poderoso dessa transição. Quando estamos imersos nas águas batismais, estamos declarando publicamente que morremos para nossa vida passada, que o fim do mundo chegou para nós em um sentido espiritual. Mas, ao emergirmos dessas águas, estamos nos levantando para uma nova vida em Cristo e uma vida caracterizada por "novidade de vida". Esta é uma mudança radical, porque não vivemos mais sob os parâmetros do mundo, mas sob a orientação e direção do Espírito Santo.

O fim do mundo é, então, uma porta que nos introduz a uma vida onde o passado não tem mais poder sobre nós. Isso significa que erros, pecados e hábitos destrutivos não definem mais quem somos. Em Cristo, somos novas criaturas, com uma nova identidade e um novo propósito. O fim do mundo é, na realidade, o fim da escravidão e o início da liberdade em Cristo.

Gálatas 2:20:

20 Já estou crucificado com Cristo, e vivo, não eu, mas Cristo vive em mim; e o que agora vivo na carne, vivo-o na fé no Filho de Deus, que me amou e se entregou a si mesmo por mim.

Esta declaração de Paulo resume perfeitamente o que significa que o fim de nossa vida no mundo é o começo de uma nova vida em Cristo. Ao sermos crucificados com Cristo, morremos para nossos desejos egoístas, pecado e tentações que nos mantiveram longe de Deus. Já não somos nós que vivemos, mas é Cristo que vive em nós. Essa verdade é transformadora, porque nos ensina que o fim do mundo é o fim de uma vida vivida em nossas próprias forças e o início de uma vida vivida no poder de Cristo.

Cristo não apenas nos dá uma nova vida, mas também nos dá o poder de viver essa vida. Não estamos sozinhos nesta jornada de transformação; o Espírito Santo nos guia, capacita e sustenta. Assim como Cristo ressuscitou dos mortos e venceu a morte, nós também vencemos espiritualmente o poder da morte e do pecado em nossas vidas. Nossa nova vida não é simplesmente uma melhoria da antiga, mas uma vida completamente diferente, vivida em comunhão com Deus e alinhada com Sua Vontade.

Colossenses 3:1-3:

1 Se ressuscitastes com Cristo, buscai as coisas do alto, onde Cristo está assentado à direita de Deus.

2 Pense nas coisas do alto, não nas coisas da terra.

3 Pois vocês estão mortos, e a sua vida está escondida com Cristo em Deus.

Paulo nos ensina que, após o fim do mundo, nossos interesses e prioridades mudam radicalmente. Não buscamos mais as coisas da terra, que são temporárias e perecíveis. Agora buscamos as coisas do alto, as realidades espirituais e eternas que estão em Cristo. Viver nesta nova vida significa que nossos objetivos, desejos e esforços estão alinhados com o Reino de Deus, não com os sistemas e valores do mundo. Morremos para o velho homem, e nossa nova vida está escondida em Cristo, protegida e protegida nEle.

Efésios 4:22-24:

22 para entregar o velho homem que se corrompeu segundo os desejos do erro;

23 E para nos renovar no espírito da tua mente,

24 E para vos revestirmos do novo homem, que é criado segundo Deus, em justiça e santidade da verdade.

O chamado para "revestir o novo homem" é uma das imagens mais claras do que significa viver essa nova vida em Cristo. Ao deixar para trás o velho homem, cheio de desejos errôneos e corruptos, abandonamos o sistema de valores do mundo. Este fim do mundo é um processo no qual Deus transforma nossas mentes e nossos corações, tornando-nos cada vez mais semelhantes a Cristo. É um processo de renovação contínua, que envolve uma mudança em nossas atitudes, pensamentos e ações, tudo em conformidade com a justiça e a santidade que Deus exige.

O fim do mundo não é o fim de nossa existência, mas o fim de uma vida em escravidão ao pecado e aos prazeres mundanos. É o ponto de transição em que decidimos, sob a graça de Deus, parar de viver para nós mesmos e começar a viver para Cristo. Este é o verdadeiro renascimento, o verdadeiro começo de uma nova vida. Uma vida que não está mais focada no que o mundo tem a oferecer, mas no que Deus preparou para nós em Cristo Jesus.

Quando chegamos a esse fim do mundo, nossas prioridades mudam completamente. Não buscamos mais o temporal, o efêmero, mas o eterno. A verdadeira vida começa quando deixamos Cristo assumir o controle de nossas decisões, nossos objetivos e nossos desejos. Vivemos uma vida de liberdade, porque não estamos mais presos ao pecado. Vivemos uma vida de paz, porque sabemos que estamos alinhados com o Propósito de Deus. E o mais importante, vivemos uma vida de esperança, sabendo que este fim do mundo nos prepara para um encontro glorioso com Cristo, não em julgamento, mas em recompensa.

Este é o apelo urgente para cada crente: deixar o fim do mundo acontecer em nossos corações, morrer para os prazeres temporais e começar a viver a vida nova e abundante que Cristo nos oferece. Você está pronto para começar esta nova vida em Cristo? Hoje pode ser o dia em que você experimenta o fim do mundo e entra em uma vida plena, livre e transformada pelo Poder do Evangelho.

Conclusão

O fim do mundo pode ser visto como um evento distante ou uma catástrofe global que acontecerá algum dia, mas para aqueles que estão em Cristo, esse fim é algo muito mais profundo e pessoal. Não é um fim catastrófico, mas um chamado para morrer para os prazeres temporais e mundanos, para ressuscitar para uma nova vida, uma vida em comunhão com Deus. Todos os dias que vivemos para nós mesmos, alimentando os desejos da carne, nos afastamos do Propósito Eterno de Deus. Mas quando tomamos uma decisão consciente de acabar com essa vida controlada pelo mundo, experimentamos um renascimento glorioso em Cristo, cheio de paz, propósito e esperança.

Esse fim pessoal é mais do que uma simples reforma de nossos hábitos; é uma transformação completa, onde nossa mente, coração e espírito são renovados pelo Poder do Espírito Santo. É o fim de viver de acordo com as expectativas do mundo e o início de uma vida alinhada com os princípios eternos do Reino de Deus. Este fim marca o início de uma vida em que não somos mais escravos do pecado, mas Filhos da liberdade em Cristo.

O fim do mundo em nossas vidas significa que paramos de viver para prazeres e objetivos temporais e começamos a viver com uma Visão Celestial, focada no que realmente importa: nosso relacionamento com Cristo, nossa santificação e nossa preparação para encontrá-Lo face a face. Este é o verdadeiro propósito do Crente e a verdadeira razão pela qual devemos abraçar o fim do mundo em nossos corações.

Hoje, somos apresentados a uma escolha: continuaremos a viver de acordo com o mundo ou morreremos para nós mesmos para viver plenamente em Cristo? Este é o desafio e a urgência que o Espírito Santo nos lança hoje. Você está disposto a deixar o fim do seu mundo acontecer para inaugurar uma vida nova e eterna em Cristo?

Oração

Pai Celestial, viemos diante de Ti reconhecendo que o verdadeiro fim do mundo começa em nossos corações. Pedimos seu perdão pelas vezes em que permitimos que os prazeres mundanos, as ambições terrenas e o pecado nos mantivessem longe de você. Hoje, Senhor, reconhecemos a urgência de morrer para essas coisas, para que possamos viver completamente para Ti.

Nós lhe damos nossas vidas, nossas mentes, nossos corações e nossos desejos. Queremos que o fim deste mundo aconteça em nós, que o velho passe e o novo venha. Espírito Santo, guia-nos neste processo de transformação. Renove nossas mentes, mude nossos desejos e nos permita viver uma vida que lhe agrade.

Pai, declaramos que não vivemos mais para nós mesmos, mas para Ti. Ajude-nos a fixar nossos olhos nas coisas de cima e não nas coisas da terra. Que cada dia seja uma oportunidade de experimentar uma morte para os prazeres temporais e uma ressurreição para a vida abundante e eterna que Tu nos ofereces em Cristo Jesus.

Hoje, Senhor, pedimos que coloques em nós um coração cheio de esperança e expectativa para o encontro que teremos contigo, não com medo, mas com alegria. Que nossas vidas sejam uma oferta viva, santa e agradável a Ti. Ajudai-nos a caminhar em novidade de vida, sendo testemunhas fiéis do Vosso Poder transformador.

Nós te agradecemos, Senhor, porque em Cristo não há condenação, mas redenção e vida nova. Que este seja o dia em que experimentaremos o verdadeiro fim do mundo em nossas vidas, para viver eternamente com você. Pedimos isso no Poderoso Nome do Senhor Jesus Cristo, nosso Salvador. Amém!