Repaso:
"Testigos"
Por: Hno. Francisco Velázquez Cruz
Por: Hno. Francisco Velázquez Cruz
Introducción
Que la paz de nuestro Señor Jesucristo inunde sus corazones y sus hogares. Bienvenidos, amados oyentes, a un nuevo episodio de “La Palabra Hablada de Dios”, su espacio de encuentro y comunión, un refugio donde juntos podemos reflexionar y profundizar en las verdades eternas que han sido ancladas en la Roca de los siglos. Es para mí un inmenso y humilde privilegio el poder compartir con cada uno de ustedes en esta sagrada hora de devoción.
Hoy, les invito a un viaje espiritual en el tiempo. Un viaje no para recordar la historia, sino para revivir la unción y el poder que fue derramado en un momento específico. Nuestro corazón y nuestra mente se dirigirán a un mensaje que es, en sí mismo, un pilar, una joya invaluable extraída de la mina inagotable de la predicación del profeta de Dios para nuestro tiempo, el Hermano William Marrion Branham.
Nos sumergiremos en las profundidades de su sermón titulado “Testigos”. Un título simple, pero de una implicación profunda y eterna. Este mensaje fue entregado bajo una atmósfera cargada de la Presencia de Dios, en un día de resurrección, el domingo 5 de abril, pero del año 1953, desde el púlpito del Tabernáculo Branham en Jeffersonville, Indiana, Estados Unidos. Un lugar que para muchos es un faro de luz, un oasis en el desierto espiritual de su tiempo.
Ahora, preparen su espíritu y alma. Les pido que no escuchen esto como un simple archivo de audio histórico, sino que se dispongan a recibir, porque la unción que acompañó y respaldó cada palabra de aquel mensaje no conoce las barreras del tiempo ni del espacio. Esa misma unción que resuena a través de las edades, y hoy, por la pura Gracia y Misericordia de nuestro Dios, la traeremos a nuestros hogares, a nuestros automóviles, a nuestros lugares de trabajo y, lo más importante, a lo más íntimo de nuestros corazones.
Por lo tanto, hagamos a un lado las distracciones del mundo. Silenciemos el ruido exterior para poder escuchar el susurro apacible y delicado del Espíritu Santo. Abrámonos de par en par a la Revelación y a la Palabra viva que nos fue entregada por medio de este siervo escogido, un hombre enviado por Dios para llamar a una Novia a salir de la confusión y volver a la Palabra original. Vamos a explorar juntos qué significa, en la plenitud de su poder, ser un verdadero testigo de Jesucristo en esta hora final en este tiempo del fin.
El Hermano Branham, con ese estilo característico, directo y ungido que el Espíritu Santo le concedió, nos introduce sin demora en el corazón mismo de la cuestión: ¿Para qué hemos sido llamados? ¿Cuál es nuestro propósito supremo como creyentes en esta tierra? La respuesta que resuena a lo largo de todo este mensaje es clara y contundente: somos llamados a ser testigos.
Pero antes de definir qué es un testigo, el profeta pone el dedo en la llaga de la condición espiritual de su tiempo, una condición que lamentablemente sigue vigente hoy. Él enfatiza la necesidad imperiosa de la presencia real y tangible de Dios en nuestras vidas y en nuestras reuniones. El Hermano Branham lamentaba profundamente la condición de una iglesia que se había vuelto formal, una iglesia donde la doctrina, los credos y los rituales habían tomado el lugar del Espíritu viviente. Él nos advierte sobre el peligro más grande que enfrenta la cristiandad, y no son las tabernas ni los lugares de vicio. Con una claridad pasmosa, nos dice en el párrafo 48: “Esto es lo que nos está lastimando más que nunca: es gente que profesa ser Cristiana y no lo vive. Esa es la cosa, ¿ven? Ellos no son un testigo correcto.”
Esta declaración nos lleva directamente a la advertencia del apóstol Pablo en 2 Timoteo, capítulo 3, versículo 5, que dice: “Teniendo apariencia de piedad, mas habiendo negado la eficacia de ella; á éstos evita.” Es precisamente esta “apariencia” sin “eficacia”, esta profesión sin posesión, lo que el Hermano Branham identifica como el mayor obstáculo para el avance del Evangelio.
Por eso, desde el principio, él nos enseña que un verdadero testigo no es aquel que simplemente recita dogmas o que ha memorizado un catecismo. Ser un testigo va infinitamente más allá. Es ser alguien que ha tenido un encuentro personal, real y transformador con Cristo resucitado, y que ahora vive esa experiencia de forma continua. La vida de un testigo no es una argumentación, es una evidencia constante de la Obra de Dios.
El Hermano Branham establece un requisito indispensable, una Cualificación Divina, antes de que alguien pueda asumir este sagrado rol. Él nos recuerda las últimas palabras de Jesús a sus discípulos, la Instrucción que precedió a la Gran Comisión, cito del párrafo 44: “Y Jesús pensó, dijo esto, que antes de poder llegar a ser Sus testigos: ‘Tenían que esperar en Jerusalén hasta ser investidos con Poder de lo Alto’, entonces ellos serían los testigos, por todo el mundo”.
Aquí yace la clave. No se trata de nuestra elocuencia, de nuestra educación teológica o de nuestro entusiasmo. El requisito previo es una experiencia personal con el Poder de lo Alto, el bautismo del Espíritu Santo. Es esta experiencia la que transforma a un simple creyente en un testigo dinámico. El profeta lo explica usando una analogía legal muy poderosa, cito del párrafo 43: “Ahora, en los tribunales, un testigo tiene que saber algo. No cualquiera puede solo entrar y ser testigo; tiene que ser alguien que sepa algo.... Ud. no puede decir: ‘La Srta. Fulana de tal me lo dijo, o el Sr. Fulano de tal, o el Reverendo Fulano de tal me lo dijo’. Él es un testigo, pero Ud. no lo es.”
¿Lo ven, amados oyentes? Nuestro testimonio no puede ser de segunda mano. No podemos testificar eficazmente de una Salvación que no hemos experimentado, de una Paz que no poseemos, de un Poder que no ha obrado en nosotros. El Hermano Branham concluye este punto inicial con una verdad que debería sacudirnos, cito del párrafo 47: “Y, por lo tanto, no hay hombre que puede testificar exactamente de la resurrección de Cristo, sino solo por el Espíritu Santo. Ud. mismo tiene que ser un testigo personal; habiendo estado allí, sabiendo algo al respecto, sabiendo de lo que está hablando.”
Ser un testigo, entonces, es haber “estado allí” espiritualmente, en ese encuentro donde Cristo se hizo real, donde la vieja vida murió y una nueva vida comenzó. Es saber, sin lugar a dudas, de Qué y de Quién estamos hablando.
¿QUÉ SIGNIFICA SER UN TESTIGO?
Entramos ahora en el primer gran pilar de este mensaje: ¿Qué significa, realmente, ser un Testigo?
Para el Hermano Branham, ser un testigo no es una sugerencia, no es una opción para los más elocuentes o los más valientes; es un Mandato Divino, es el cumplimiento mismo de la Gran Comisión. Y para establecer este fundamento, nos lleva directamente a la escritura que es la columna vertebral de toda esta predicación, el manual de instrucciones para la Iglesia naciente, que se encuentra en el libro de los Hechos del Espíritu Santo en los Apóstoles, capítulo 1, versículo 8:
8Mas recibiréis la virtud del Espíritu Santo que vendrá sobre vosotros; y me sereís testigos en Jerusalem, en toda Judea, y Samaria, y hasta lo último de la tierra.
[Hechos 1:8]
Fíjense bien en la secuencia. No es “vayan y sean testigos, y quizás reciban poder”. El Orden Divino es inalterable: primero, la recepción del Poder; luego, y solo luego, la acción de ser testigos. El Hermano Branham subraya que esta “virtud”, esta potencia —en griego “dunamis”, de donde viene nuestra palabra “dinamita”— del Espíritu Santo, es la Cualificación indispensable para ser un testigo eficaz. No es por fuerza humana, no es por intelecto, no es por seminarios; es por el Poder del Espíritu.
Y es aquí donde el profeta nos da una de las definiciones más claras y penetrantes que encontraremos. Él despoja al testimonio de toda teoría y lo ancla en la realidad de una vida cambiada. Escuchen atentamente esta verdad fundamental, cito del párrafo 45: “En los tribunales, hay dos clases de testigos que declaran, y son, de vista u oído... Ud. tiene que oírlo, o Ud. tiene que verlo, antes de que Ud. pueda ser un testigo en un caso grave en las cortes.”
Y aplicando esto al plano espiritual, continúa diciendo el Hermano Branham, y cito del párrafo 47: “Y, por lo tanto, no hay hombre que puede testificar exactamente de la resurrección de Cristo, sino solo por el Espíritu Santo. Ud. mismo tiene que ser un testigo personal; habiendo estado allí, sabiendo algo al respecto, sabiendo de lo que está hablando.”
¡Qué Revelación tan profunda! Nuestro testimonio no puede ser de segunda mano. No podemos pararnos ante un mundo que perece y decir: “Mi pastor me dijo”, o “leí en un libro”, o lo escuché en el podcast “La Palabra Hablada de Dios”. ¡No! El diablo se ríe de ese testimonio prestado. El mundo necesita ver y oír a hombres y mujeres que han “estado allí”. Personas que pueden decir: “Yo era ciego, y ahora veo. Estaba perdido, y fui hallado. Estaba atado por el pecado, y ahora soy libre”.
El Hermano Branham insiste en que no podemos testificar de algo que no hemos vivido. Y nos confronta con preguntas que van directo al alma: ¿Hemos visto a Dios obrar en nuestra propia vida? ¿Hemos sentido Su Presencia Real, no solo una emoción dominical? ¿Hemos experimentado Su Poder Sanador en nuestro cuerpo, Su Poder Transformador en nuestro carácter? Si la respuesta es sí, entonces, y solo entonces, tenemos algo genuino qué testificar. No somos un eco; somos una voz. No somos un repetidor; somos un originador de una experiencia con el Viviente Dios.
LA DIFERENCIA ENTRE UN CREYENTE Y UN TESTIGO
Avanzamos ahora a una distinción que es absolutamente crucial en el ministerio del Hermano Branham, y que él resalta con una claridad inconfundible en este mensaje. Es este punto número dos de nuestro repaso: La Diferencia entre un Creyente y un Testigo.
Esta no es una simple cuestión de semántica; es una diferencia que define el abismo entre una religión pasiva y una fe viva y activa. El profeta nos enseña que no todo aquel que se nombra “creyente” es automáticamente un “testigo” en el sentido bíblico y completo de la palabra. Muchos, multitudes, creen en Jesús de Nazareth de una manera intelectual, histórica. Aceptan los hechos del Evangelio. Pero no todos son Sus testigos activos, encendidos, y demostrativos.
¿Cuál es la línea divisoria? Es la experiencia personal. Escuchen cómo lo articula el Hermano Branham, cito del párrafo 49: “Ellos no pueden testificar hasta que tengan una experiencia. Y cuando tienen una experiencia, entonces llegan a ser testigos, automáticamente, porque son nacidos de nuevo”.
Ahí está el núcleo de la verdad. Una persona puede asistir a la iglesia toda su vida, puede ser bautizada y conocer la Biblia de rabo a cabo, pero si no ha tenido esa experiencia transformadora del nuevo nacimiento, su testimonio carecerá del poder y la autenticidad que convencen al mundo. Su fe sigue siendo una teoría, no una realidad vivida. El profeta lamenta el daño que esto causa, él nos dice en el párrafo 51: “La gente testifica y dice que es Cristiana, y sale y vive otras vidas. Y el incrédulo entra y ve eso, dice: '¡Pues, miren allí!'”.
Para ilustrar lo que es un testimonio genuino, piensen en el hombre que nació ciego en el capítulo 9 del Evangelio según San Juan. Después de que Jesús lo sanó, los fariseos, los eruditos religiosos de su tiempo, lo arrinconaron, tratando de enredarlo con teología y argumentos. Querían que él analizara, que debatiera, que negara. Pero su respuesta fue una obra maestra de testimonio personal. Él no les ofreció un tratado teológico. Él no citó a los profetas. Él simplemente declaró su experiencia.
Escuchemos de San Juan, capítulo 9, verso 25:
25Entonces él respondió, y dijo: Si es pecador, no lo sé: una cosa sé, que habiendo yo sido ciego, ahora veo.
[San Juan 9:25]
¡Ese, amados oyentes, es el corazón del testimonio! Es una verdad simple, innegable, personal y poderosa. Es la dinamita de una vida cambiada. Este hombre no testificó de lo que había oído o leído; testificó de lo que le había sucedido. Por eso, el Hermano Branham nos desafía constantemente a ir más allá de la mera aceptación intelectual de la fe, a no conformarnos con ser simplemente “creyentes” de nombre. Nos llama a buscar y a entrar en una relación viva, personal y demostrable con el Dios Todopoderoso, para que, como aquel ciego, podamos decir con convicción: “Una cosa sé... ¡He tenido una experiencia!”.
EL PODER DEL TESTIMONIO VIVIENTE
Llegamos ahora a la manifestación práctica de nuestra fe, al tercer punto de este episodio de hoy: El Poder del Testimonio Viviente.
Aquí el Hermano Branham nos lleva más allá de la palabra hablada para entrar en la esfera de la palabra vivida. Él enfatiza con gran vehemencia que el testimonio más poderoso no es el que sale de nuestros labios, sino el que irradia de nuestra vida diaria. Nuestra propia existencia debe ser un eco resonante de la verdad que proclamamos con la boca. Recordando la sabiduría popular, el profeta nos dice en el párrafo 5: “Y Uds. conocen el antiguo refrán: 'Vivirme un sermón es mejor que predicarme uno', hay mucha verdad en eso.”
Un verdadero testigo no solo cuenta una historia; es la historia. Su vida es la prueba irrefutable de que un encuentro con Cristo cambia radicalmente a una persona. Esta transformación no es un simple ajuste de comportamiento, sino un cambio completo de naturaleza. El profeta lo ilustra de una manera que es imposible de olvidar, comparando la naturaleza del pecador con la de un cerdo, y la del creyente con la de un cordero. Escuchen esta analogía tan gráfica, cito de los párrafos 103 y 104: “Ud. toma una pobre cerda, y la lava, y la restriega... suéltela, se irá directamente al revolcadero y se revolcará. El restregarla no sirve de nada; aún tiene la naturaleza de un cerdo.”, continúa diciendo en el párrafo 104: “Y luego tome Ud. un cordero y póngalo en un lodazal, él chillará hasta que Ud. lo saque. ¿Por qué? Él tiene la naturaleza de un cordero.”
La Revelación aquí es profunda. La religión humana intenta limpiar al “cerdo”, ponerle reglas y resoluciones para que no vuelva al lodo, pero fracasa porque la naturaleza interior no ha cambiado. El verdadero nuevo nacimiento, el bautismo del Espíritu Santo, no solo limpia al cerdo; ¡lo transforma en un cordero! Se nos da una nueva naturaleza que odia el pecado y ama la Santidad.
Es de esta nueva naturaleza que brota espontáneamente lo que la Biblia llama el fruto del Espíritu, como leemos en Gálatas 5:22-23:
22Mas el fruto del Espíritu es: caridad, gozo, paz, tolerancia, benignidad, bondad, fe,
23Mansedumbre, templanza: contra tales cosas no hay ley.
[Gálatas 5:22-23]
Cuando el mundo, cansado de discursos vacíos, ve en nosotros un amor genuino, una paz que sobrepasa el entendimiento, una paciencia inquebrantable, entonces no necesita de muchos argumentos. Nuestra vida se convierte en el sermón. El Hermano Branham siempre apuntaba a esta demostración del poder de Dios, no a la mera predicación de teorías. Y esto es precisamente la esencia de lo que el apóstol Pablo enseña en 2 Corintios 3:2-3. Él nos dice:
2Nuestras letras sois vosotros, escritas en nuestros corazones, sabidas y leídas de todos los hombres;
3Siendo manifiesto que sois letra de Cristo administrada de nosotros, escrita no con tinta, mas con el Espíritu del Dios vivo; no en tablas de piedra, sino en tablas de carne del corazón.
[2 Corintios 3:2-3]
¡Somos cartas vivientes! Una carta que el mundo puede leer. Y esta carta no está escrita con la tinta de la educación o el esfuerzo propio, sino con el poder vivificante del Espíritu Santo. Este testimonio viviente no debe quedarse confinado a las cuatro paredes de la iglesia. El Hermano Branham nos comisiona a llevar esta Luz a donde más se necesita, citamos del párrafo 80: “Pero, hermano, permita que su Luz brille en los lugares oscuros, donde realmente se necesita, allá en los vallados y en los caminos... Dondequiera que Ud. esté, permita que su Luz brille como testigo.”
LA NECESIDAD DEL TESTIMONIO EN EL TIEMPO DEL FIN
Entramos ahora en una dimensión profética del mensaje, un punto que resuena con particular urgencia en nuestros días. El cuarto punto: La Necesidad del Testimonio en el Tiempo del Fin.
El Hermano Branham, como un profeta ungido con una visión clara del tiempo en que vivía, entendía que a medida que la historia se acercara a su clímax, la batalla entre la verdad y el error se intensificaría de una manera sin precedentes. Él previó un tiempo, nuestro tiempo, en el que el mundo religioso estaría tan lleno de sistemas, denominaciones, credos y teologías humanas, que el alma sincera se encontraría confundida, sin saber a dónde mirar. En medio de esta niebla espiritual, ¿cuál sería el faro de Dios? ¿Cuál sería Su estándar infalible? La manifestación viviente del Espíritu Santo en la vida de Sus Testigos.
Para ilustrar este conflicto, el profeta nos lleva a una de las historias más dramáticas del Antiguo Testamento: David contra Goliat. En esta narrativa, Goliat no es simplemente un gigante de carne y hueso; es un tipo del sistema mundano y religioso, grande, jactancioso y educado, que desafía al pueblo de Dios. Escuchen cómo el Hermano Branham lo aplica a nuestra era, cito del párrafo 133: “Y David dijo: “¿Quién es este tipo?”. Dijo: “¿Me dicen que van a dejar que ese filisteo incircunciso se pare allá y desafíe a los ejércitos del Dios viviente? ¡No hay alguien que se pare allí y testifique de los poderes de Dios!”
El profeta entonces define a este “incircunciso” no en términos carnales, sino espirituales. La verdadera circuncisión es la del corazón, obrada por el Espíritu Santo. Así, el “Goliat” moderno son los sistemas religiosos que tienen la forma y la educación, pero niegan el poder.
Nos dice el Hermano Branham en el párrafo 149: “Ahora nosotros somos circuncidados por el Espíritu Santo... Y Ud. me quiere decir ¿que permite que estos Doctores en Divinidad, y Ph.D., y D.L.D., y doble D, se paren allí y nos digan que 'la religión antigua no es correcta'? Cuando, el bautismo del Espíritu Santo prueba que Aquello es correcto.”
¿Y cómo se enfrenta a este gigante? No con su misma armadura. Cuando le ofrecieron a David la armadura teológica de Saúl, él la rechazó. El Hermano Branham nos dice en el párrafo 156: “Él dijo: ‘Quítenme esta cosa de encima. Yo no necesito su Ph.D.’ ¡Amén! Dijo: ‘¡Yo soy un testigo!’. ¿De qué? Dijo: ‘Yo nunca probé esta clase de cosas. Yo no sé nada de su teología. Déjenme ir de la manera en que el Señor me libró del león y del oso’.”
¡Esa es la clave para el tiempo del fin! El testigo verdadero no basa su confianza en lo que aprendió en un seminario, sino en lo que experimentó en su encuentro personal con Dios. Su confianza se ancla en la victoria sobre el “león” de la ira y el “oso” de la incredulidad en su propia vida. Es esta experiencia la que le da la autoridad para enfrentar cualquier desafío, declarando como David, cito del párrafo 166: “Tú me enfrentas como un filisteo... con una armadura y con una lanza. Pero yo te enfrento en el Nombre del Señor Dios de Israel.”
Y es precisamente en este “Nombre del Señor” donde reside el poder que confirma el testimonio. Esto nos lleva directamente a la promesa inmutable de nuestro Señor Jesucristo en San Marcos 16:17-18:
17Y estas señales seguirán á los que creyeren: En mi nombre echarán fuera demonios; hablaran nuevas lenguas;
18Quitarán serpientes, y si bebieren cosa mortífera, no les dañará; sobre los enfermos pondrán sus manos, y sanarán.
[San Marcos 16:17-18]
El Hermano Branham insistió toda su vida en que estas promesas no eran un mero registro histórico para la iglesia primitiva. Son la herencia y la carta de identificación de todo verdadero testigo en cada época. Estas señales y maravillas no son un espectáculo para entretener, sino la Confirmación Divina de que la Palabra predicada es la Verdad. Son el Sello de Dios sobre la vida de Su testigo, un testimonio sobrenatural que silencia los argumentos de un mundo incrédulo y corta a través del engaño religioso. En esta hora final, más que nunca, el mundo necesita ver un testimonio que no sea solo de palabras, sino de poder y demostración del Espíritu Santo.
EL TESTIGO FIEL HASTA EL FIN
Y así llegamos al clímax de nuestro llamado, al Sello que autentica toda nuestra experiencia. El quinto y último punto: El Testigo Fiel Hasta el Fin.
Finalmente, el mensaje del Hermano Branham es un llamado poderoso a la fidelidad inquebrantable y a la perseverancia en nuestro sagrado rol de testigos. Él nos recuerda, sin endulzar la verdad, que el camino del testimonio no es un desfile de popularidad. Es un camino de batalla. Habrá oposición, habrá burla y, para muchos a lo largo de la historia, ha habido persecución hasta la muerte. Pero nuestra recompensa es tan grande que hace que cualquier sufrimiento terrenal parezca insignificante.
El profeta nos advierte que ser un testigo genuino tiene un costo. El mundo que yace en la oscuridad no amará la Luz que exponemos. Nos dice el Hermano Branham en el párrafo 78: “Y a veces hay una penalidad que conlleva el ser un testigo. A veces, cuando Ud. testifica de parte de Dios, Ud. tiene que sufrir un poco.” Lugo añade esta solemne verdad en el párrafo 81: “Y todo hombre que testifique para Dios tendrá que pasar por pruebas de fuego.”
La prueba de fuego no es una posibilidad; es una certeza. Y para ilustrar la actitud del testigo fiel en medio del fuego, el Hermano Branham nos lleva a la llanura de Dura, ante el horno ardiente de Nabucodonosor. Allí, tres jóvenes hebreos —Sadrach, Mesach y Abed-nego— nos dieron una clase magistral de lo que significa ser fiel hasta el fin. Cuando se les dio la opción de inclinarse o arder, su respuesta se convirtió en el himno de los mártires de todas las edades.
El Hermano Branham parrafrasea Daniel 3:17, en el párrafo 86: “Nuestro Dios puede librarnos del horno ardiente; pero, aun así, si no lo hace, no vamos a inclinarnos, vamos a morir como verdaderos testigos.” ¡Qué resolución! ¡Qué valentía! “Pero si no...” Esas tres palabras separan al creyente casual del testigo comprometido. Su fe no estaba condicionada a la liberación; estaba anclada en la Soberanía de Dios, sin importar el resultado. Esta es la clase de carácter que Dios busca. El Hermano Branham nos dice en el párrafo 87: “Eso me gusta. Me gusta esa valentía antigua... A Dios le gusta que seamos valientes.”
Esta fidelidad hasta la muerte es el arma más poderosa que la Iglesia posee. El libro de Apocalipsis nos lo revela en el capítulo 12, versículo 11:
11Y ellos le han vencido por la sangre del Cordero, y por la palabra de su testimonio; y no han amado sus vidas hasta la muerte.
[Apocalipsis 12:11]
La sangre del Cordero es la que nos redime, la que nos limpia. Pero es “la Palabra de su Testimonio”, vivida y proclamada sin temor, incluso ante la muerte, lo que vence al acusador. Es a través de esta fidelidad incondicional que el verdadero carácter de un testigo se revela: aquel que no ama su propia vida más que a la verdad y el llamado de Dios. Es el eco de las palabras de nuestro Señor en San Mateo 10:22:
22Y seréis aborrecidos de todos por mi nombre; mas el que soportare hasta el fin, éste será salvo.
[San Mateo 10:22]
Así que el llamado final de este mensaje es este, cito del párrafo 86: “Nuestro Dios puede librarnos del horno ardiente; pero, aun así, si no lo hace, no vamos a inclinarnos, vamos a morir como verdaderos testigos.”
Que Dios nos conceda esa Gracia. Ser testigos genuinos, verdaderos, hasta el fin. Para que un día, al cruzar al otro lado, podamos decir como el apóstol Pablo en 2 Timoteo 4:7-8:
7He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe.
8Por lo demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día; y no sólo á mí, sino también á todos los que aman su venida.
[2 Timoteo 4:7-8]
CONCLUSIÓN
Y así, amados hermanos y hermanas, llegamos al final de nuestro repaso del mensaje “Testigos”. Hemos viajado juntos desde la definición de lo que es un verdadero testigo —alguien que sabe por experiencia propia—, hemos entendido la diferencia crucial entre un creyente pasivo y un testigo activo por el Espíritu Santo, y hemos visto el poder inmenso de una vida transformada que se convierte en una carta leída por todos los hombres. Hemos sentido la urgencia de este llamado en el tiempo del fin, y hemos sido inspirados por el llamado a ser fieles hasta la muerte.
Pero ahora, la predicación termina y comienza la introspección. El eco de la voz del profeta se desvanece, y en el silencio de su propio corazón, el Espíritu Santo le hace a usted la pregunta final. Después de escuchar esta Palabra, ¿podemos seguir conformándonos con una fe teórica, una membresía en una iglesia, un simple asentimiento intelectual a la verdad?
Este Mensaje nos desafía a examinarnos a la Luz de la Eternidad: ¿Soy solo un creyente, o soy un testigo? ¿Mi vida, en la quietud de mi hogar, en el bullicio de mi trabajo, en la soledad de mis pensamientos, demuestra la realidad de un Cristo vivo? ¿O es mi cristianismo una máscara que me pongo los domingos? ¿Mi experiencia personal con Dios es tan real, tan tangible, que puedo declararla con la misma convicción del ciego sanado: “una cosa sé, que habiendo yo sido ciego, ahora veo”?
El Hermano Branham, concluyendo su mensaje, nos deja con una imagen hermosa y profunda de lo que es un testigo. Nos pide que observemos la naturaleza, cito del párrafo 240: “He observado en la mañana, cuando el rocío cae de los cielos. Y Uds. obsérvenlo cuando sale el sol, ese pequeño rocío, obsérvenlo cómo brilla como una estrellita. ¿Qué es? Es un testigo.”
Piense en eso por un momento. Esa pequeña gotita de rocío no genera su propia luz. No se esfuerza por brillar. Simplemente existe, caída del cielo, y su único propósito es yacer quieta y reflejar la luz de un sol que se levanta. Es un testimonio silencioso pero perfecto de que el sol existe y está por venir. Continúa el Hermano Branham diciendo, cito del mismo párrafo 240: “Es un testigo de esta luz del sol, para levantarla. Ha estado en alguna parte. Ella sabe de qué se trata. Y todo hombre o mujer que es nacido del Espíritu de Dios es un testigo de la resurrección de Jesucristo.”
Quizás, en esta hora, usted se siente pequeño, insignificante, como una simple gota de rocío en un campo inmenso. Pero el llamado no es a ser grande, sino a ser puro. No es a generar nuestra propia luz, sino a reflejar la Luz de Cristo. A permitir que la Vida que ha caído sobre nosotros desde el Cielo, la vida del Espíritu Santo, simplemente refleje al Sol de Justicia, a Jesucristo, en todo lo que hacemos y somos.
Que este Mensaje no sea solo otro sermón que hemos oído. Que sea una semilla plantada en lo profundo de nuestra alma. Que el Espíritu Santo, esa “virtud” prometida, no solo nos visite, sino que sature nuestro ser, transformándonos de creyentes temerosos a testigos valientes. Para que nuestras vidas, a partir de hoy, sean un testimonio innegable de que Él vive, y que podamos ser esos testigos que Dios necesita desesperadamente en esta hora final, comenzando con nuestra propia “Jerusalén”, extendiéndonos a nuestra “Judea”, a nuestra “Samaria”, y hasta lo postrero de la tierra.
Amados oyentes, antes de despedirnos, unamos nuestras almas y espíritus en una oración final. Inclinemos nuestros rostros dondequiera que estemos.
Oremos: Padre Celestial, en la sublime y santa Reverencia de Tu Presencia, venimos ante Tu Trono de Gracia al final de esta jornada. Te damos gracias, Señor, por la Palabra viva y eficaz, más cortante que toda espada de dos filos. Gracias por la Luz que ha resplandecido desde aquel púlpito en 1953 y que ha llegado hasta nuestros corazones hoy a través del mensaje “Testigos”.
Señor, con corazones humildes, te pedimos perdón. Perdona las veces que nos hemos conformado con ser solo creyentes de nombre, oyentes de la Palabra pero no hacedores de ella. Perdónanos por tener una apariencia de piedad, pero negar Tu Poder en nuestras vidas diarias. Perdónanos por ofrecer al mundo un testimonio de segunda mano, basado en lo que otros dijeron, en lugar de una experiencia personal y ardiente contigo.
Oh, Dios, en este día Te pedimos que hagas en nosotros una obra real y transformadora. ¡No nos dejes igual que como estábamos! Transfórmanos, te suplicamos, de simples creyentes a verdaderos testigos. Bautízanos de nuevo con el Fuego y el Poder de Tu Espíritu Santo. Vístenos con esa “virtud” de lo Alto que prometiste, esa dinamita espiritual que sacude las almas y derriba las fortalezas del enemigo.
Arranca de nosotros, ¡oh, Alfarero Divino!, la vieja naturaleza que ama el mundo, y crea en nosotros un corazón de cordero que aborrezca el lodo del pecado. Que nuestras vidas no sean más un argumento, sino una evidencia. Escribe Tu Historia, no con tinta, sino con Tu Espíritu, en las tablas de carne de nuestro corazón, para que seamos cartas vivas, leídas y conocidas por todos.
Danos, Padre, esa valentía antigua. Danos la fe de David para enfrentar a los gigantes de la incredulidad. Danos la resolución de Sadrach, Mesach y Abed-nego para no inclinarnos, para no comprometernos, para permanecer fieles aun en medio del fuego. Ayúdanos a no amar nuestras vidas tanto como para negarte a Ti.
Y ahora, Señor, Te consagramos nuestras vidas. Tómanos, úsanos, envíanos como Tus testigos a un mundo que perece. Que la Luz de Tu Vida en nosotros brille en los lugares más oscuros.
Lo pedimos y lo creemos, confiando no en nuestros méritos, sino en la Sangre preciosa del Cordero y en el poder de Tu Promesa, en el Nombre que es sobre todo nombre, en el Nombre de nuestro Señor y Salvador, Jesucristo. ¡Amén y Amén!
Himno:
“TESTIGOS DE SU MAJESTAD”
Por: Hno. Francisco Velázquez Cruz
(A)
Del polvo inerte de mi ser,
Tu soplo Vida me infundió,
Y en el silencio de mi ayer,
Tu Majestad resplandeció.
No basta ya con solo oír
la historia de Tu Gran Poder,
Es tiempo de mi fe vivir,
y al mundo hacerla conocer.
(Coro)
Seremos Testigos de Tu Majestad,
Reflejos vivientes de Tu Santidad.
Que en cada palabra y en todo mi andar,
El mundo contemple Tu Gloria sin par.
Con Fuego Divino, con Santa Pasión,
Seremos la voz de Tu Gran Redención.
(B)
No es con la fuerza de mi voz,
ni con mi humano saber,
Es por Tu Espíritu, oh Dios,
que el alma vuelve a renacer.
Esa experiencia personal,
de Gracia, Amparo y Sanidad,
Es mi rotundo credencial,
mi testimonio de verdad.
(Coro)
Seremos Testigos de Tu majestad,
Reflejos vivientes de Tu santidad.
Que en cada palabra y en todo mi andar,
El mundo contemple Tu gloria sin par.
Con Fuego Divino, con santa pasión,
Seremos la voz de Tu gran redención.
(C)
Aunque gigantes de maldad
se jacten con su gran poder,
En Tu gloriosa potestad,
sabemos que hemos de vencer.
Ni el horno ardiente de aflicción,
ni el miedo nos hará callar,
Pues firme está la convicción:
Tu majestad ha de triunfar.
(Puente)
Que nuestra vida sea un altar,
un cántico de adoración,
Que atraiga al perdido a Tu hogar,
y muestre Tu real compasión.
No por nosotros, mas por Ti,
por Tu sublime y gran amor,
Tomamos la posición aquí,
de ser testigos de Tu honor.
(Coro)
Seremos Testigos de Tu majestad,
Reflejos vivientes de Tu santidad.
Que en cada palabra y en todo mi andar,
El mundo contemple Tu gloria sin par.
Con Fuego Divino, con santa pasión,
Seremos la voz de Tu gran redención.
Introduction
May the peace of our Lord Jesus Christ flood your hearts and your homes. Welcome, beloved listeners, to a new episode of "The Spoken Word of God", your space of encounter and communion, a refuge where together we can reflect and deepen the eternal truths that have been anchored in the Rock of the ages. It is an immense and humble privilege for me to be able to share with each one of you in this sacred hour of devotion.
Today, I invite you on a spiritual journey through time. A journey not to remember history, but to relive the anointing and power that was poured out at a specific time. Our hearts and minds will turn to a message that is, in itself, a pillar, a priceless jewel drawn from the inexhaustible mine of God's prophet preaching for our time, Brother William Marrion Branham.
We will dive into the depths of his sermon entitled "Witnesses." A simple title, but with a deep and eternal implication. This message was delivered in an atmosphere charged with the Presence of God, on a day of resurrection, Sunday, April 5, but in the year 1953, from the pulpit of the Branham Tabernacle in Jeffersonville, Indiana, United States. A place that for many is a beacon of light, an oasis in the spiritual desert of its time.
Now, prepare your spirit and soul. I ask you not to listen to this as a simple historical audio file, but to be prepared to receive, because the anointing that accompanied and supported every word of that message knows no barriers of time or space. That same anointing that resounds through the ages, and today, by the sheer Grace and Mercy of our God, we will bring it into our homes, into our cars, into our workplaces, and most importantly, into the innermost recesses of our hearts.
Therefore, let us put aside the distractions of the world. Let us silence the noise outside so that we can hear the still, small whisper of the Holy Spirit. Let us open ourselves wide to the Revelation and the living Word that was given to us through this chosen servant, a man sent by God to call a Bride out of confusion and back to the original Word. Let's explore together what it means, in the fullness of its power, to be a true witness of Jesus Christ in this final hour in this time of the end.
Brother Branham, in that distinctive, direct, anointed style bestowed upon him by the Holy Spirit, promptly brings us into the very heart of the question: What have we been called to? What is our ultimate purpose as believers on this earth? The answer that resonates throughout this message is clear and forceful: we are called to be witnesses.
But before defining what a witness is, the prophet puts his finger on the sore spot of the spiritual condition of his time, a condition that unfortunately still holds true today. He emphasizes the imperative need for God's real, tangible presence in our lives and in our gatherings. Brother Branham deeply lamented the condition of a church that had become formal, a church where doctrine, creeds, and rituals had taken the place of the living Spirit. He warns us about the greatest danger facing Christendom, and it is not taverns or places of vice. With astonishing clarity, he tells us in paragraph 48: "This is what is hurting us more than ever: it is people who profess to be Christians and do not live it. That's the thing, see? They are not a correct witness."
This statement brings us directly to the apostle Paul's warning in 2 Timothy chapter 3, verse 5, which says, "Having a form of godliness, but having denied the power of it; avoid these." It is precisely this "appearance" without "effectiveness," this profession without possession, that Brother Branham identifies as the greatest obstacle to the advancement of the gospel.
That is why, from the beginning, he teaches us that a true witness is not one who simply recites dogmas or who has memorized a catechism. Being a witness goes infinitely further. It is to be someone who has had a personal, real, and transformative encounter with the risen Christ, and who now lives that experience continuously. The life of a witness is not an argument, it is a constant evidence of the Work of God.
Brother Branham establishes an indispensable requirement, a Divine Qualification, before anyone can assume this sacred role. He reminds us of Jesus' last words to his disciples, the Instruction that preceded the Great Commission, and I quote from paragraph 44: "And Jesus thought, he said this, that before they could become His witnesses, 'They must wait in Jerusalem until they were endowed with Power from on high,' then they would be the witnesses, all over the world."
Herein lies the key. It is not about our eloquence, our theological education, or our enthusiasm. The prerequisite is a personal experience with the Power from Above, the baptism of the Holy Spirit. It is this experience that transforms a simple believer into a dynamic witness. The prophet explains it using a very powerful legal analogy, I quote from paragraph 43: "Now, in the courts, a witness has to know something. Not just anyone can come in and be a witness; it has to be someone who knows something.... You can't say, 'Miss So-and-so told me, or Mr. So-and-so, or Reverend So-and-so told me.' He's a witness, but you're not."
Do you see it, beloved hearers? Our testimony cannot be second-hand. We cannot testify effectually to a Salvation we have not experienced, to a Peace we do not possess, to a Power that has not worked in us. Brother Branham concludes this opening point with a truth that should shake us, I quote from paragraph 47: "And therefore there is no man who can testify exactly of the resurrection of Christ, but only by the Holy Spirit. You yourself must be a personal witness; having been there, knowing something about it, knowing what he's talking about."
To be a witness, then, is to have "been there" spiritually, in that encounter where Christ became real, where the old life died and a new life began. It is to know, without a doubt, what and who we are talking about.
WHAT DOES IT MEAN TO BE A WITNESS?
We now come to the first great pillar of this message: What does it really mean to be a Witness?
For Brother Branham, being a witness is not a suggestion, it is not an option for the most eloquent or the bravest. it is a Divine Mandate, it is the very fulfillment of the Great Commission. And to establish this foundation, he takes us directly to the scripture that is the backbone of all this preaching, the instruction manual for the nascent Church, found in the book of the Acts of the Holy Spirit in the Apostles, chapter 1, verse 8:
8 But you will receive the power of the Holy Spirit who will come upon you; and you will be witnesses to me in Jerusalem, and in all Judea, and Samaria, and to the ends of the earth.
[Acts 1:8]
Look carefully at the sequence. It's not "go and be witnesses, and maybe you will receive power." The Divine Order is unalterable: first, the reception of Power; then, and only then, the action of being witnesses. Brother Branham stresses that this "virtue," this potency—in Greek "dunamis," from which our word "dynamite" comes—of the Holy Spirit, is the indispensable Qualification to be an effective witness. It is not by human strength, it is not by intellect, it is not by seminaries; it is by the Power of the Spirit.
And it is here that the prophet gives us one of the clearest and most penetrating definitions we will find. He strips testimony of all theory and anchors it in the reality of a changed life. Listen carefully to this fundamental truth, and I quote from paragraph 45: "In the courts, there are two kinds of witnesses who testify, and they are, by sight or hearing. You've got to hear it, or you've got to see it, before you can be a witness in a serious case in the courts."
And applying this to the spiritual plane, Brother Branham continues, and I quote from paragraph 47: "And therefore there is no man who can testify exactly of the resurrection of Christ, but only by the Holy Spirit. You yourself must be a personal witness; having been there, knowing something about it, knowing what he's talking about."
What a profound Revelation! Our testimony cannot be second-hand. We can't stand before a perishing world and say, "My pastor told me," or "I read in a book," or I heard it on the podcast "God's Spoken Word." No! The devil laughs at this testimony given. The world needs to see and hear men and women who have "been there." People who can say, "I was blind, and now I see. I was lost, and I was found. I was bound by sin, and now I am free."
Brother Branham insists that we cannot testify of something we have not experienced. And it confronts us with questions that go straight to the soul: Have we seen God at work in our own lives? Have we felt His Real Presence, not just a Sunday emotion? Have we experienced His Healing Power in our bodies, His Transforming Power in our character? If the answer is yes, then, and only then, do we have something genuine to testify to. We are not an echo; We are a voice. We are not a repeater; we are an originator of an experience with the Living God.
THE DIFFERENCE BETWEEN A BELIEVER AND A WITNESS
We now move on to a distinction that is absolutely crucial in Brother Branham's ministry, and which he highlights with unmistakable clarity in this message. It is this point number two of our review: The Difference Between a Believer and a Witness.
This is not a simple matter of semantics; It is a difference that defines the gulf between a passive religion and a living, active faith. The prophet teaches us that not everyone who calls himself a "believer" is automatically a "witness" in the biblical and full sense of the word. Many, multitudes, believe in Jesus of Nazareth in an intellectual, historical way. They accept the facts of the gospel. But not all are His active, fiery, demonstrative witnesses.
What is the dividing line? It is personal experience. Listen to how Brother Branham articulates it, I quote from paragraph 49: "They cannot testify until they have an experience. And when they have an experience, then they become witnesses, automatically, because they are born again."
Therein lies the core of truth. A person can attend church all their life, they can be baptized and know the Bible from tail to bottom, but if they haven't had that transformative experience of the new birth, their testimony will lack the power and authenticity that convicts the world. Their faith remains a theory, not a lived reality. The prophet laments the harm this causes, he tells us in paragraph 51: "People testify and say they are Christians, and they go out and live other lives. And the unbeliever comes in and sees that, he says, 'Well, look there!'".
To illustrate what a genuine testimony is, think of the man who was born blind in chapter 9 of the Gospel according to John. After Jesus healed him, the Pharisees, the religious scholars of his day, cornered him, trying to entangle him with theology and arguments. They wanted him to analyze, to debate, to deny. But his response was a masterpiece of personal testimony. He did not offer them a theological treatise. He did not quote the prophets. He simply stated his experience.
Let's listen to St. John, chapter 9, verse 25:
25 Then he answered and said, "If he is a sinner, I do not know: one thing I know, that having been blind, now I see."
[John 9:25]
That, dear hearers, is the heart of the testimony! It is a simple, undeniable, personal and powerful truth. It is the dynamite of a changed life. This man did not testify of what he had heard or read; testified of what had happened to him. That is why Brother Branham constantly challenges us to go beyond mere intellectual acceptance of the faith, not to settle for simply being "believers" in name. He calls us to seek and enter into a living, personal, and demonstrable relationship with Almighty God, so that, like that blind man, we can say with conviction, "One thing I know—I have had an experience!".
THE POWER OF LIVING TESTIMONY
We come now to the practical manifestation of our faith, to the third point of today's episode: The Power of Living Testimony.
Here Brother Branham takes us beyond the spoken word into the realm of the lived word. He emphasizes with great vehemence that the most powerful witness is not the one that comes from our lips, but the one that radiates from our daily lives. Our very existence must be a resounding echo of the truth we proclaim with our mouths. Remembering the popular wisdom, the prophet tells us in paragraph 5: "And you know the old saying, 'To live me a sermon is better than to preach one to me,' there's a lot of truth in that."
A true witness doesn't just tell a story; it's the story. His life is irrefutable proof that an encounter with Christ radically changes a person. This transformation is not a simple adjustment of behavior, but a complete change of nature. The prophet illustrates this in a way that is impossible to forget, comparing the nature of the sinner to that of a pig, and that of the believer to that of a lamb. Listen to this very graphic analogy, I quote from paragraphs 103 and 104: "You take a poor sow, and wash her, and scrub her... let it go, it will go straight to the wallow and wallow. Scrubbing it is of no use; it still has the nature of a pig.", he goes on to say in paragraph 104, "And then you take a lamb and put it in a quagmire, it will screech till you pull it out. Why? He has the nature of a lamb."
The Revelation here is profound. Human religion tries to cleanse the "pig", to set rules and resolutions so that it does not return to the mud, but it fails because the inner nature has not changed. The true new birth, the baptism of the Holy Spirit, not only cleanses the pig; It transforms him into a lamb! We are given a new nature that hates sin and loves holiness.
It is from this new nature that what the Bible calls the fruit of the Spirit springs spontaneously, as we read in Galatians 5:22-23:
22 But the fruit of the Spirit is: charity, joy, peace, forbearance, kindness, goodness, faith,
23 Meekness, temperance: against such things there is no law.
[Galatians 5:22-23]
When the world, tired of empty speeches, sees in us a genuine love, a peace that surpasses understanding, an unshakable patience, then it does not need many arguments. Our life becomes the sermon. Brother Branham always aimed at this demonstration of God's power, not at the mere preaching of theories. And this is precisely the essence of what the apostle Paul teaches in 2 Corinthians 3:2-3. He tells us:
2 You are our letters, written in our hearts, known and read by all men;
3 Since it is manifest that you are the letter of Christ administered from us, written not with ink, but with the Spirit of the living God; not on tablets of stone, but on tablets of flesh of the heart.
[2 Corinthians 3:2-3]
We are living cards! A letter that the world can read. And this letter is not written with the ink of education or self-effort, but with the life-giving power of the Holy Spirit. This living witness must not be confined to the four walls of the church. Brother Branham commissions us to take this Light to where it is most needed, we quote from paragraph 80: "But, brother, let your Light shine in the dark places, where it is really needed, there in the hedges and on the roads... Wherever you are, let your Light shine as a witness."
THE NEED FOR END-TIME TESTIMONY
We now enter into a prophetic dimension of the message, a point that resonates with particular urgency in our day. The Fourth Point: The Necessity of End-Time Testimony.
Brother Branham, as an anointed prophet with a clear vision of the time in which he lived, understood that as history neared its climax, the battle between truth and error would intensify in an unprecedented way. He foresaw a time, our time, when the religious world would be so full of human systems, denominations, creeds, and theologies, that the sincere soul would find itself confused, not knowing where to look. In the midst of this spiritual fog, what would be God's beacon? What would be His infallible standard? The living manifestation of the Holy Spirit in the lives of His Witnesses.
To illustrate this conflict, the prophet takes us to one of the most dramatic stories in the Old Testament: David vs. Goliath. In this narrative, Goliath is not simply a flesh-and-blood giant; he is a type of the worldly and religious system, great, boastful and educated, who challenges the people of God. Listen to how Brother Branham applies it to our age, I quote from paragraph 133: "And David said, 'Who is this fellow?' Said, "Do you tell me you're going to let that uncircumcised Philistine stand there and defy the armies of the living God? There is no one to stand there and testify of God's powers!"
The prophet then defines this "uncircumcised" not in carnal terms, but in spiritual terms. True circumcision is that of the heart, worked by the Holy Spirit. Thus, the modern "Goliath" is religious systems that have form and education, but deny power.
Brother Branham tells us in paragraph 149, "Now we are circumcised by the Holy Ghost... And you mean to tell me, what allows these Doctors of Divinity, and Ph.D., and D.L.D., and double D, to stand there and tell us that "the old religion is not right"? When, the baptism of the Holy Spirit proves that That is right."
And how does he deal with this giant? Not with their own armor. When David was offered Saul's theological armor, he rejected it. Brother Branham tells us in paragraph 156: "He said, 'Get this thing off my back. I don't need your Ph.D.' Amen! He said, 'I am a witness!' About what? He said, 'I never tried this kind of thing. I know nothing of his theology. Let me go the way the Lord delivered me from the lion and the bear.'"
That is the key to the end time! The true witness does not base his trust on what he learned in a seminary, but on what he experienced in his personal encounter with God. Their confidence is anchored in victory over the "lion" of anger and the "bear" of unbelief in their own life. It is this experience that gives him the authority to meet any challenge, declaring as David, I quote from paragraph 166: "You face me like a Philistine... with armor and with a spear. But I face you in the Name of the Lord God of Israel."
And it is precisely in this "Name of the Lord" that the power that confirms the witness resides. This brings us directly to the unchanging promise of our Lord Jesus Christ in Mark 16:17-18:
17 And these signs will follow those who believe: In my name they will cast out demons; they will speak new languages;
18 They shall remove serpents, and if they drink anything deadly, it shall not harm them; On the sick they will lay their hands, and they will heal.
[Mark 16:17-18]
Brother Branham insisted all his life that these promises were not a mere historical record for the early church. They are the heritage and the identification card of every true witness in every era. These signs and wonders are not a spectacle to entertain, but the Divine Confirmation that the Word preached is the Truth. They are God's Seal upon the life of His witness, a supernatural witness that silences the arguments of an unbelieving world and cuts through religious deception. In this final hour, more than ever, the world needs to see a testimony that is not just of words, but of the power and demonstration of the Holy Spirit.
THE FAITHFUL WITNESS TO THE END
And so we come to the climax of our calling, to the Seal that authenticates our whole experience. The Fifth and Final Point: The Faithful Witness to the End.
Finally, Brother Branham's message is a powerful call to unwavering faithfulness and perseverance in our sacred role as witnesses. He reminds us, without sugarcoating the truth, that the path of testimony is not a popularity parade. It is a battle path. There will be opposition, there will be mockery, and for many throughout history, there has been persecution to death. But our reward is so great that it makes any earthly suffering seem insignificant.
The prophet warns us that being a genuine witness comes at a cost. The world that lies in darkness will not love the Light we expose. Brother Branham tells us in paragraph 78, "And sometimes there is a penalty that comes with being a witness. Sometimes, when you testify for God, you have to suffer a little." Lugo adds this solemn truth in paragraph 81: "And every man who testifies for God will have to pass through fiery trials."
Trial by fire is not a possibility; it is a certainty. And to illustrate the attitude of the faithful witness in the midst of the fire, Brother Branham takes us to the plain of Dura, before Nebuchadnezzar's fiery furnace. There, three young Hebrews—Shadrach, Meshach, and Abednego—gave us a master class in what it means to be faithful to the end. When given the choice to bow or burn, their response became the hymn of martyrs of all ages.
Brother Branham paraphrases Daniel 3:17, paragraph 86: "Our God is able to deliver us from the fiery furnace; but, even so, if it does not, we will not bow down, we will die as true witnesses." What resolution! What courage! "But if not..." Those three words separate the casual believer from the committed witness. His faith was not conditional on liberation; it was anchored in the Sovereignty of God, no matter the outcome. This is the kind of character God seeks. Brother Branham tells us in paragraph 87, "I like that. I like that ancient bravery... God likes us to be courageous."
This fidelity unto death is the most powerful weapon the Church possesses. The book of Revelation reveals this to us in chapter 12, verse 11:
11 And they have overcome him by the blood of the Lamb, and by the word of his testimony; and they have not loved their lives unto death.
[Revelation 12:11]
It is the blood of the Lamb that redeems us, that cleanses us. But it is "the Word of His Testimony," lived and proclaimed without fear, even in the face of death, that overcomes the accuser. It is through this unconditional faithfulness that the true character of a witness is revealed: one who loves his own life only to the truth and call of God. It echoes our Lord's words in Matthew 10:22:
22 And you will be hated by all for my name's sake; but he that endureth to the end shall be saved.
[Matthew 10:22]
So the final call of this message is this, I quote from paragraph 86: "Our God is able to deliver us from the fiery furnace; but, even so, if it does not, we will not bow down, we will die as true witnesses."
May God grant us that Grace. To be genuine, true witnesses, until the end. So that one day, as we cross over to the other side, we can say like the apostle Paul in 2 Timothy 4:7-8:
7 I have fought the good fight, I have finished the race, I have kept the faith.
8 For the rest the crown of righteousness is laid up for me, which the Lord, the righteous judge, will give me on that day; and not only to me, but also to all who love his coming.
[2 Timothy 4:7-8]
CONCLUSION
And so, beloved brothers and sisters, we come to the end of our review of the "Witnesses" message. We have journeyed together from defining what a true witness is—someone who knows from personal experience—we have understood the crucial difference between a passive believer and an active witness by the Holy Spirit, and we have seen the immense power of a transformed life that becomes a letter read by all men. We have felt the urgency of this call in the time of the end, and we have been inspired by the call to be faithful unto death.
But now, the preaching ends and the introspection begins. The echo of the prophet's voice fades away, and in the silence of your own heart, the Holy Spirit asks you the final question. After hearing this Word, can we still be satisfied with a theoretical faith, a membership in a church, a simple intellectual assent to the truth?
This Message challenges us to examine ourselves in the Light of Eternity: Am I just a believer, or am I a witness? Does my life, in the stillness of my home, in the bustle of my work, in the solitude of my thoughts, demonstrate the reality of a living Christ? Or is my Christianity a mask that I wear on Sundays? Is my personal experience with God so real, so tangible, that I can declare it with the same conviction of the healed blind man: "One thing I know, that having been blind, now I see"?
Brother Branham, concluding his message, leaves us with a beautiful and profound picture of what a witness is. He asks us to observe nature, and I quote from paragraph 240: "I have observed in the morning, when the dew falls from the heavens. And you watch it when the sun rises, that little dew, watch it shine like a little star. What is it? He is a witness."
Think about that for a moment. That little dew droplet doesn't generate its own light. He doesn't strive to shine. It simply exists, fallen from the sky, and its sole purpose is to lie still and reflect the light of a rising sun. It is a silent but perfect testimony that the sun exists and is yet to come. Brother Branham goes on to say, I quote from the same paragraph 240, "He is a witness of this sunshine, to lift it up. It's been somewhere. She knows what it's all about. And every man or woman who is born of the Spirit of God is a witness of the resurrection of Jesus Christ."
Perhaps, in this hour, you feel small, insignificant, like a mere drop of dew in a vast field. But the call is not to be great, but to be pure. It is not to generate our own light, but to reflect the Light of Christ. To allow the Life that has fallen upon us from Heaven, the life of the Holy Spirit, to simply reflect the Sun of Righteousness, Jesus Christ, in all that we do and are.
May this Message not just be another sermon we have heard. May it be a seed planted deep in our soul. May the Holy Spirit, that promised "virtue," not only visit us, but saturate our being, transforming us from fearful believers to courageous witnesses. That our lives, starting today, may be an undeniable witness that He lives, and that we may be those witnesses that God desperately needs in this final hour, beginning with our own "Jerusalem," extending to our "Judea," to our "Samaria," and to the ends of the earth.
Beloved hearers, before we say goodbye, let us unite our souls and spirits in a final prayer. Let us bow our heads wherever we are.
Let us pray: Heavenly Father, in the sublime and holy Reverence of Your Presence, we come before Your Throne of Grace at the end of this journey. We thank you, Lord, for the living and effective Word, sharper than any two-edged sword. Thank you for the Light that has shone from that pulpit in 1953 and that has reached our hearts today through the message "Witnesses."
Lord, with humble hearts, we ask your forgiveness. Forgive the times we have been content to be believers in name only, hearers of the Word but not doers of it. Forgive us for having a semblance of godliness, but denying Your Power in our daily lives. Forgive us for offering the world a second-hand testimony, based on what others said, rather than a personal, ardent experience with you.
O God, on this day we ask You to do in us a real and transforming work. Don't leave us the same as we were! We beseech us to be transformed from mere believers to true witnesses. Baptize us again with the Fire and Power of Your Holy Spirit. Clothe us with that "virtue" of the High that you promised, that spiritual dynamite that shakes souls and topples the fortresses of the enemy.
Tear from us, O Divine Potter, the old nature that loves the world, and create in us a lamb's heart that hates the mud of sin. May our lives no longer be an argument, but an evidence. Write Your History, not with ink, but with Your Spirit, on the fleshly tablets of our hearts, so that we may be living letters, read and known by all.
Give us, Father, that ancient courage. Give us the faith of David to stand against the giants of unbelief. Give us the resolve of Shadrach, Meshach, and Abednego not to bow down, not to compromise, to remain faithful even in the midst of the fire. Help us not to love our lives so much that we deny You.
And now, Lord, we consecrate our lives to You. Take us, use us, send us as Your witnesses to a world that is perishing. May the Light of Your Life in us shine in the darkest places.
We ask and believe it, trusting not in our merits, but in the precious Blood of the Lamb and in the power of Your Promise, in the Name that is above every name, in the Name of our Lord and Savior, Jesus Christ. Amen and Amen!
Hymn: "WITNESSES OF HIS MAJESTY"
By: Brother Francisco Velázquez Cruz
(A)
From the inert dust of my being,
Your breath of life infused me,
And in the silence of my yesterday,
Your Majesty shone.
It is no longer enough just to hear
the story of Your Great Power,
It's time for my faith to live,
and to make it known to the world.
(Chorus)
We will be Witnesses of Your Majesty,
Living reflections of Your Holiness.
That in every word and in all my walk,
Let the world behold Your unparalleled Glory.
With Divine Fire, with Holy Passion,
We will be the voice of Your Great Redemption.
(B)
It's not with the strength of my voice,
nor with my human knowledge,
It is by Your Spirit, O God,
that the soul is reborn.
That personal experience,
of Grace, Amparo and Health,
It's my resounding credential,
my testimony of truth.
(Chorus)
We will be Witnesses of Your majesty,
Living reflections of Your holiness.
That in every word and in all my walk,
Let the world behold Your unparalleled glory.
With Divine Fire, with holy passion,
We will be the voice of Your great redemption.
(C)
Though giants of wickedness
boast of their great power,
In Thy glorious power,
We know that we have to win.
Nor the fiery furnace of affliction,
Not even fear will silence us,
For the conviction is firm:
Your majesty must triumph.
(Bridge)
May our life be an altar,
a song of worship,
That will draw the lost to Your home,
and show Your real compassion.
Not for us, but for You,
by Your sublime and great love,
We take the position here,
to be witnesses of Your honor.
(Chorus)
We will be Witnesses of Your majesty,
Living reflections of Your holiness.
That in every word and in all my walk,
Let the world behold Your unparalleled glory.
With Divine Fire, with holy passion,
We will be the voice of Your great redemption.
Introduction
Que la paix de notre Seigneur Jésus-Christ inonde vos cœurs et vos foyers. Bienvenue, chers auditeurs, à un nouvel épisode de « La Parole parlée de Dieu », votre espace de rencontre et de communion, un refuge où ensemble nous pouvons réfléchir et approfondir les vérités éternelles qui ont été ancrées dans le Rocher des âges. C'est pour moi un immense et humble privilège de pouvoir partager avec chacun de vous en cette heure sacrée de dévotion.
Aujourd'hui, je vous invite à un voyage spirituel à travers le temps. Un voyage non pas pour se souvenir de l'histoire, mais pour revivre l'onction et la puissance qui ont été déversées à un moment précis. Nos cœurs et nos esprits se tourneront vers un message qui est, en soi, un pilier, un joyau inestimable tiré de la mine inépuisable du prophète de Dieu prêchant pour notre temps, Frère William Marrion Branham.
Nous plongerons dans les profondeurs de son sermon intitulé « Témoins ». Un titre simple, mais avec une implication profonde et éternelle. Ce message a été délivré dans une atmosphère chargée de la Présence de Dieu, un jour de résurrection, le dimanche 5 avril, mais en l'an 1953, depuis la chaire du Branham Tabernacle à Jeffersonville, Indiana, États-Unis. Un lieu qui pour beaucoup est un phare de lumière, une oasis dans le désert spirituel de son temps.
Maintenant, préparez votre esprit et votre âme. Je vous demande de ne pas écouter ceci comme un simple fichier audio historique, mais d'être prêts à le recevoir, car l'onction qui a accompagné et soutenu chaque mot de ce message ne connaît aucune barrière de temps ou d'espace. Cette même onction qui résonne à travers les âges, et aujourd'hui, par la pure grâce et la miséricorde de notre Dieu, nous l'apporterons dans nos maisons, dans nos voitures, dans nos lieux de travail et, surtout, dans les recoins les plus intimes de nos cœurs.
Par conséquent, laissons de côté les distractions du monde. Faisons taire le bruit à l'extérieur afin que nous puissions entendre le petit murmure doux du Saint-Esprit. Ouvrons-nous tout grand à la Révélation et à la Parole vivante qui nous a été donnée par ce serviteur choisi, un homme envoyé par Dieu pour appeler une Épouse à sortir de la confusion et à revenir à la Parole originelle. Explorons ensemble ce que signifie être, dans la plénitude de sa puissance, un véritable témoin de Jésus-Christ en cette heure finale en ce temps de la fin.
Frère Branham, dans ce style distinctif, direct et oint qui lui a été accordé par le Saint-Esprit, nous amène rapidement au cœur même de la question : à quoi avons-nous été appelés ? Quel est notre but ultime en tant que croyants sur cette terre ? La réponse qui résonne tout au long de ce message est claire et forte : nous sommes appelés à être des témoins.
Mais avant de définir ce qu'est un témoin, le prophète met le doigt sur le point sensible de la condition spirituelle de son temps, une condition qui est malheureusement encore vraie aujourd'hui. Il insiste sur la nécessité impérative de la présence réelle et tangible de Dieu dans nos vies et dans nos rassemblements. Frère Branham déplorait profondément l'état d'une église qui était devenue formelle, une église où la doctrine, les credo et les rituels avaient pris la place de l'Esprit vivant. Il nous met en garde contre le plus grand danger auquel la chrétienté est confrontée, et ce ne sont pas les tavernes ou les lieux de vice. Avec une clarté étonnante, il nous dit au paragraphe 48 : « C'est ce qui nous fait plus mal que jamais : ce sont les gens qui professent être chrétiens et qui ne le vivent pas. C'est ça le truc, vous voyez ? Ils ne sont pas un témoin correct.
Cette déclaration nous amène directement à l'avertissement de l'apôtre Paul dans 2 Timothée chapitre 3, verset 5, qui dit : « Ayant l'apparence de la piété, mais en ayant renié la puissance ; évitez-les. C'est précisément cette « apparence » sans « efficacité », cette profession sans possession, que Frère Branham identifie comme le plus grand obstacle à l'avancement de l'évangile.
C'est pourquoi, dès le début, il nous enseigne qu'un témoin véritable n'est pas celui qui se contente de réciter des dogmes ou qui a mémorisé un catéchisme. Être témoin va infiniment plus loin. C'est être quelqu'un qui a eu une rencontre personnelle, réelle et transformatrice avec le Christ ressuscité, et qui vit maintenant cette expérience continuellement. La vie d'un témoin n'est pas un argument, c'est une preuve constante de l'Œuvre de Dieu.
Frère Branham établit une exigence indispensable, une Qualification Divine, avant que quiconque puisse assumer ce rôle sacré. Il nous rappelle les dernières paroles de Jésus à ses disciples, l'Instruction qui a précédé la Grande Commission, et je cite le paragraphe 44 : « Et Jésus pensait, il disait cela, qu'avant de pouvoir devenir ses témoins, 'ils devaient attendre à Jérusalem jusqu'à ce qu'ils soient dotés de la puissance d'en haut', alors ils seraient les témoins, partout dans le monde. »
C'est là que réside la clé. Il ne s'agit pas de notre éloquence, de notre éducation théologique ou de notre enthousiasme. La condition préalable est une expérience personnelle avec la Puissance d'En-Haut, le baptême de l'Esprit Saint. C'est cette expérience qui transforme un simple croyant en un témoin dynamique. Le prophète l'explique en utilisant une analogie juridique très puissante, je cite le paragraphe 43 : « Or, dans les tribunaux, il faut qu'un témoin sache quelque chose. N'importe qui ne peut pas venir témoigner ; Il faut que ce soit quelqu'un qui sache quelque chose... Vous ne pouvez pas dire : « Mlle Untel me l'a dit, ou M. Untel, ou le révérend Untel m'a dit. » C'est un témoin, mais vous ne l'êtes pas.
Le voyez-vous, chers auditeurs ? Notre témoignage ne peut pas être de seconde main. Nous ne pouvons pas témoigner efficacement d'un Salut que nous n'avons pas expérimenté, d'une Paix que nous ne possédons pas, d'une Puissance qui n'a pas agi en nous. Frère Branham conclut ce point d'ouverture par une vérité qui devrait nous ébranler, je cite le paragraphe 47 : « Et c'est pourquoi il n'y a point d'homme qui puisse témoigner exactement de la résurrection du Christ, si ce n'est par le Saint-Esprit. Vous devez être vous-même un témoin personnel ; Avoir été là, savoir quelque chose à ce sujet, savoir de quoi il parle.
Être témoin, c'est donc avoir « été là » spirituellement, dans cette rencontre où le Christ s'est fait réel, où l'ancienne vie est morte et où une nouvelle vie a commencé. C'est savoir, sans aucun doute, de quoi et de qui nous parlons.
QU'EST-CE QUE CELA SIGNIFIE D'ÊTRE TÉMOIN ?
Nous arrivons maintenant au premier grand pilier de ce message : Que signifie vraiment être Témoin ?
Pour Frère Branham, être témoin n'est pas une suggestion, ce n'est pas une option pour les plus éloquents ou les plus courageux. c'est un Mandat Divin, c'est l'accomplissement même de la Grande Commission. Et pour établir ce fondement, il nous emmène directement à l'Écriture qui est l'épine dorsale de toute cette prédication, le manuel d'instructions pour l'Église naissante, que l'on trouve dans le livre des Actes du Saint-Esprit dans les Apôtres, chapitre 1, verset 8 :
8 Mais vous recevrez la puissance de l'Esprit Saint qui viendra sur vous ; et vous serez mes témoins à Jérusalem, dans toute la Judée et dans la Samarie, et jusqu'aux extrémités de la terre.
[Actes 1:8]
Regardez attentivement la séquence. Ce n'est pas « allez et soyez des témoins, et peut-être que vous recevrez du pouvoir ». L'Ordre Divin est inaltérable : premièrement, la réception du Pouvoir ; alors, et seulement alors, l'action d'être témoins. Frère Branham insiste sur le fait que cette « vertu », cette puissance – en grec « dunamis », d'où vient notre mot « dynamite » – du Saint-Esprit, est la qualification indispensable pour être un témoin efficace. Ce n'est pas par la force humaine, ce n'est pas par l'intellect, ce n'est pas par les séminaires ; c'est par la Puissance de l'Esprit.
Et c'est ici que le prophète nous donne l'une des définitions les plus claires et les plus pénétrantes que nous trouverons. Il dépouille le témoignage de toute théorie et l'ancre dans la réalité d'une vie changée. Écoutez attentivement cette vérité fondamentale, et je cite le paragraphe 45 : « Dans les tribunaux, il y a deux sortes de témoins qui témoignent, et ils le sont, à vue ou par ouïe. Vous devez l'entendre, ou vous devez le voir, avant de pouvoir témoigner dans une affaire grave devant les tribunaux.
Et en appliquant cela au plan spirituel, Frère Branham continue, et je cite le paragraphe 47 : « Et c'est pourquoi il n'y a pas d'homme qui puisse témoigner exactement de la résurrection du Christ, si ce n'est par le Saint-Esprit. Vous devez être vous-même un témoin personnel ; Avoir été là, savoir quelque chose à ce sujet, savoir de quoi il parle.
Quelle révélation profonde ! Notre témoignage ne peut pas être de seconde main. Nous ne pouvons pas nous tenir devant un monde en voie de disparition et dire : « Mon pasteur me l'a dit », ou « J'ai lu dans un livre », ou je l'ai entendu dans le podcast « God's Spoken Word ». Non! Le diable rit de ce témoignage donné. Le monde a besoin de voir et d'entendre des hommes et des femmes qui sont « passés par là ». Des gens qui peuvent dire : « J'étais aveugle, et maintenant je vois. J'étais perdu, et j'ai été retrouvé. J'étais lié par le péché, et maintenant je suis libre.
Frère Branham insiste sur le fait que nous ne pouvons pas témoigner de quelque chose que nous n'avons pas vécu. Et il nous confronte à des questions qui vont droit à l'âme : avons-nous vu Dieu à l'œuvre dans notre propre vie ? Avons-nous ressenti Sa Présence Réelle, pas seulement une émotion dominicale ? Avons-nous fait l'expérience de Sa Puissance de Guérison dans notre corps, de Sa Puissance de Transformation dans notre caractère ? Si la réponse est oui, alors, et alors seulement, nous avons quelque chose d'authentique dont nous pouvons témoigner. Nous ne sommes pas un écho ; Nous sommes une voix. Nous ne sommes pas des répétiteurs ; nous sommes à l'origine d'une expérience avec le Dieu vivant.
LA DIFFÉRENCE ENTRE UN CROYANT ET UN TÉMOIN
Nous passons maintenant à une distinction qui est absolument cruciale dans le ministère de Frère Branham, et qu'il souligne avec une clarté indubitable dans ce message. C'est le point numéro deux de notre revue : La différence entre un croyant et un témoin.
Ce n'est pas une simple question de sémantique ; C'est une différence qui définit l'abîme entre une religion passive et une foi vivante et active. Le prophète nous enseigne que tous ceux qui se disent « croyants » ne sont pas automatiquement des « témoins » au sens biblique et plein du terme. Beaucoup, des multitudes, croient en Jésus de Nazareth d'une manière intellectuelle et historique. Ils acceptent les faits de l'Évangile. Mais tous ne sont pas ses témoins actifs, ardents et démonstratifs.
Qu'est-ce que la ligne de démarcation ? C'est une expérience personnelle. Écoutez comment Frère Branham l'exprime, je cite le paragraphe 49 : « Ils ne peuvent pas témoigner avant d'avoir vécu une expérience. Et quand ils ont une expérience, alors ils deviennent témoins, automatiquement, parce qu'ils sont nés de nouveau.
C'est là que réside le cœur de la vérité. Une personne peut aller à l'église toute sa vie, elle peut être baptisée et connaître la Bible de fond en comble, mais si elle n'a pas eu cette expérience transformatrice de la nouvelle naissance, son témoignage manquera de la puissance et de l'authenticité qui condamnent le monde. Leur foi reste une théorie, pas une réalité vécue. Le prophète déplore le mal que cela cause, il nous dit au paragraphe 51 : « Les gens témoignent et disent qu'ils sont chrétiens, et ils sortent et vivent d'autres vies. Et l'incroyant entre et voit cela, il dit : 'Eh bien, regardez là !'".
Pour illustrer ce qu'est un témoignage authentique, pensez à l'homme qui est né aveugle au chapitre 9 de l'Évangile selon Jean. Après que Jésus l'ait guéri, les pharisiens, les érudits religieux de son époque, l'ont acculé, essayant de l'embrouiller avec la théologie et les arguments. Ils voulaient qu'il analyse, qu'il débatte, qu'il nie. Mais sa réponse était un chef-d'œuvre de témoignage personnel. Il ne leur offrit pas un traité de théologie. Il n'a pas cité les prophètes. Il a simplement fait part de son expérience.
Écoutons saint Jean, chapitre 9, verset 25 :
25 Alors il répondit : « S'il est pécheur, je ne sais pas ; ce que je sais, c'est qu'ayant été aveugle, je vois maintenant. »
(Jean 9:25)
Voilà, chers auditeurs, le cœur du témoignage ! C'est une vérité simple, indéniable, personnelle et puissante. C'est la dynamite d'une vie changée. Cet homme n'a pas témoigné de ce qu'il avait entendu ou lu ; a témoigné de ce qui lui était arrivé. C'est pourquoi Frère Branham nous met constamment au défi d'aller au-delà de la simple acceptation intellectuelle de la foi, de ne pas nous contenter d'être simplement des « croyants » de nom. Il nous appelle à chercher et à entrer dans une relation vivante, personnelle et démontrable avec Dieu Tout-Puissant, afin que, comme cet aveugle, nous puissions dire avec conviction : « Une chose que je sais, c'est que j'ai eu une expérience ! ».
LE POUVOIR DU TÉMOIGNAGE VIVANT
Nous arrivons maintenant à la manifestation pratique de notre foi, au troisième point de l'épisode d'aujourd'hui : La puissance du témoignage vivant.
Ici, Frère Branham nous emmène au-delà de la parole parlée dans le domaine de la parole vécue. Il souligne avec beaucoup de véhémence que le témoignage le plus fort n'est pas celui qui sort de nos lèvres, mais celui qui rayonne de notre vie quotidienne. Notre existence même doit être un écho retentissant de la vérité que nous proclamons de notre bouche. Se souvenant de la sagesse populaire, le prophète nous dit au paragraphe 5 : « Et vous connaissez le vieux dicton : 'Il vaut mieux me faire un sermon que de m'en prêcher un', il y a beaucoup de vérité là-dedans. »
Un témoin véridique ne raconte pas seulement une histoire, c'est l'histoire. Sa vie est la preuve irréfutable qu'une rencontre avec le Christ change radicalement une personne. Cette transformation n'est pas un simple ajustement de comportement, mais un changement complet de nature. Le prophète illustre cela d'une manière qu'il est impossible d'oublier, en comparant la nature du pécheur à celle d'un porc, et celle du croyant à celle d'un agneau. Écoutez cette analogie très imagée, je cite les paragraphes 103 et 104 : « Vous prenez une truie pauvre, vous la lavez, vous la frottez... Lâchez-le, il ira directement au bourbier et à se vautrer. Le frotter n'est d'aucune utilité ; Il a toujours la nature d'un cochon., il poursuit en disant au paragraphe 104 : « Et puis vous prenez un agneau et vous le mettez dans un bourbier, il criera jusqu'à ce que vous l'en tiriez. Pourquoi? Il a la nature d'un agneau.
La Révélation ici est profonde. La religion humaine essaie de purifier le « cochon », d'établir des règles et des résolutions pour qu'il ne retourne pas dans la boue, mais elle échoue parce que la nature intérieure n'a pas changé. La vraie nouvelle naissance, le baptême du Saint-Esprit, ne purifie pas seulement le porc ; Cela le transforme en agneau ! Il nous a été donné une nouvelle nature qui hait le péché et aime la sainteté.
C'est de cette nouvelle nature que jaillit spontanément ce que la Bible appelle le fruit de l'Esprit, comme nous le lisons dans Galates 5:22-23 :
22 Mais le fruit de l'Esprit, c'est : la charité, la joie, la paix, la patience, la bonté, la foi,
23 Douceur, tempérance, il n'y a pas de loi contre de telles choses.
(Galates 5:22-23)
Quand le monde, fatigué des discours vides, voit en nous un amour authentique, une paix qui dépasse l'entendement, une patience inébranlable, alors il n'a pas besoin de beaucoup d'arguments. Notre vie devient le sermon. Frère Branham a toujours visé à cette démonstration de la puissance de Dieu, et non à la simple prédication de théories. Et c'est précisément l'essence de ce que l'apôtre Paul enseigne dans 2 Corinthiens 3:2-3. Il nous raconte :
2 Vous êtes nos lettres, écrites dans nos cœurs, connues et lues de tous les hommes ;
3 Puisqu'il est manifeste que tu es la lettre du Christ administrée de notre part, écrite non pas avec de l'encre, mais avec l'Esprit du Dieu vivant, non pas sur des tables de pierre, mais sur des tables de chair du cœur.
[2 Corinthiens 3:2-3]
Nous sommes des cartes vivantes ! Une lettre que le monde peut lire. Et cette lettre n'est pas écrite avec l'encre de l'éducation ou de l'effort personnel, mais avec la puissance vivifiante de l'Esprit Saint. Ce témoignage vivant ne doit pas se limiter aux quatre murs de l'église. Frère Branham nous charge d'amener cette Lumière là où elle est le plus nécessaire, nous citons le paragraphe 80 : « Mais, frère, que ta Lumière brille dans les lieux sombres, là où elle est vraiment nécessaire, là-bas dans les haies et sur les routes... Où que vous soyez, que votre Lumière brille comme un témoin.
LA NÉCESSITÉ D'UN TÉMOIGNAGE DE LA FIN DES TEMPS
Nous entrons maintenant dans une dimension prophétique du message, un point qui résonne avec une urgence particulière à notre époque. Le quatrième point : la nécessité du témoignage de la fin des temps.
Frère Branham, en tant que prophète oint avec une vision claire de l'époque dans laquelle il vivait, comprenait qu'à mesure que l'histoire approchait de son apogée, la bataille entre la vérité et l'erreur s'intensifierait d'une manière sans précédent. Il a prévu un temps, notre temps, où le monde religieux serait si plein de systèmes humains, de dénominations, de croyances et de théologies, que l'âme sincère se trouverait confuse, ne sachant où regarder. Au milieu de ce brouillard spirituel, quel serait le phare de Dieu ? Quelle serait sa norme infaillible ? La manifestation vivante de l'Esprit Saint dans la vie de ses témoins.
Pour illustrer ce conflit, le prophète nous emmène dans l'une des histoires les plus dramatiques de l'Ancien Testament : David contre Goliath. Dans ce récit, Goliath n'est pas simplement un géant de chair et de sang ; c'est un type du système mondain et religieux, grand, vantard et instruit, qui défie le peuple de Dieu. Écoutez comment Frère Branham l'applique à notre époque, je cite le paragraphe 133 : « Et David dit : 'Qui est cet homme ?' Il a dit : « Me dites-vous que vous allez laisser ce Philistin incirconcis se tenir là et défier les armées du Dieu vivant ? Il n'y a personne pour témoigner des pouvoirs de Dieu !
Le prophète définit ensuite cet « incirconcis » non pas en termes charnels, mais en termes spirituels. La vraie circoncision est celle du cœur, opérée par l'Esprit Saint. Ainsi, le « Goliath » moderne est constitué de systèmes religieux qui ont une forme et une éducation, mais qui nient le pouvoir.
Frère Branham nous dit au paragraphe 149 : « Maintenant, nous sommes circoncis par le Saint-Esprit... Et vous voulez me dire, qu'est-ce qui permet à ces docteurs en théologie, et Ph.D., et D.L.D., et double D, de se tenir là et de nous dire que « l'ancienne religion n'est pas juste » ? Alors, le baptême du Saint-Esprit prouve que C'est vrai.
Et comment gère-t-il avec ce géant ? Pas avec leur propre armure. Quand David s'est vu offrir l'armure théologique de Saül, il l'a rejetée. Frère Branham nous dit au paragraphe 156 : « Il dit : 'Enlève cette chose de mon dos. Je n'ai pas besoin de ton doctorat. Amen ! Il a dit : « Je suis témoin ! » À quel sujet? Il a dit : « Je n'ai jamais essayé ce genre de chose. Je ne sais rien de sa théologie. Laisse-moi aller comme le Seigneur m'a délivré du lion et de l'ours.
C'est la clé du temps de la fin ! Le témoin véritable ne fonde pas sa confiance sur ce qu'il a appris au séminaire, mais sur ce qu'il a vécu dans sa rencontre personnelle avec Dieu. Leur confiance est ancrée dans la victoire sur le « lion » de la colère et l'« ours » de l'incrédulité dans leur propre vie. C'est cette expérience qui lui donne l'autorité de relever tous les défis, déclarant comme David, je cite le paragraphe 166 : « Tu me fais face comme un Philistin... avec une armure et avec une lance. Mais je te fais face au nom de l'Éternel, le Dieu d'Israël.
Et c'est précisément dans ce « Nom du Seigneur » que réside la force qui confirme le témoignage. Cela nous amène directement à la promesse immuable de notre Seigneur Jésus-Christ dans Marc 16:17-18 :
17 Et voici les miracles qui accompagneront ceux qui auront cru : en mon nom, ils chasseront les démons ; ils parleront de nouvelles langues ;
18 Ils enlèveront les serpents, et s'ils boivent quelque chose de mortel, cela ne leur fera pas de mal. Sur les malades, ils imposeront les mains et ils guériront.
[Marc 16:17-18]
Frère Branham a insisté toute sa vie sur le fait que ces promesses n'étaient pas un simple document historique pour l'église primitive. Ils sont l'héritage et la carte d'identité de tout témoin véritable à toutes les époques. Ces signes et ces prodiges ne sont pas un spectacle à divertir, mais la confirmation divine que la Parole prêchée est la vérité. Ils sont le sceau de Dieu sur la vie de son témoignage, un témoignage surnaturel qui fait taire les arguments d'un monde incroyant et coupe court à la tromperie religieuse. En cette dernière heure, plus que jamais, le monde a besoin de voir un témoignage qui ne soit pas seulement des paroles, mais de la puissance et de la démonstration de l'Esprit Saint.
LE TÉMOIN FIDÈLE JUSQU'À LA FIN
Et c'est ainsi que nous arrivons au point culminant de notre appel, au Sceau qui authentifie toute notre expérience. Le cinquième et dernier point : le témoin fidèle de la fin.
Enfin, le message de Frère Branham est un puissant appel à la fidélité inébranlable et à la persévérance dans notre rôle sacré de témoins. Il nous rappelle, sans édulcorer la vérité, que le chemin du témoignage n'est pas une parade de popularité. C'est un chemin de bataille. Il y aura de l'opposition, il y aura des moqueries, et pour beaucoup à travers l'histoire, il y a eu de la persécution à mort. Mais notre récompense est si grande qu'elle fait paraître insignifiante toute souffrance terrestre.
Le prophète nous avertit qu'être un témoin authentique a un coût. Le monde qui se trouve dans les ténèbres n'aimera pas la Lumière que nous exposons. Frère Branham nous dit au paragraphe 78 : « Et parfois, il y a une peine qui vient avec le fait d'être témoin. Parfois, quand on témoigne pour Dieu, il faut souffrir un peu. Lugo ajoute cette vérité solennelle au paragraphe 81 : « Et tout homme qui rend témoignage à Dieu devra passer par des épreuves ardentes. »
L'épreuve du feu n'est pas une possibilité ; C'est une certitude. Et pour illustrer l'attitude du témoin fidèle au milieu du feu, Frère Branham nous emmène dans la plaine de Dura, devant la fournaise ardente de Nebucadnetsar. Là, trois jeunes Hébreux, Shadrac, Méschac et Abed-Nego, nous ont donné une classe de maître sur ce que signifie être fidèle jusqu'à la fin. Lorsqu'on leur a donné le choix de s'incliner ou de brûler, leur réponse est devenue l'hymne des martyrs de tous les âges.
Frère Branham paraphrase Daniel 3:17, paragraphe 86 : « Notre Dieu peut nous délivrer de la fournaise ardente ; mais, même ainsi, si ce n'est pas le cas, nous ne nous prosternerons pas, nous mourrons comme de vrais témoins. Quelle résolution ! Quel courage ! « Mais sinon... » Ces trois mots séparent le croyant occasionnel du témoin engagé. Sa foi n'était pas conditionnée à la libération ; elle était ancrée dans la souveraineté de Dieu, quelle qu'en soit l'issue. C'est le genre de caractère que Dieu recherche. Frère Branham nous dit au paragraphe 87 : « J'aime cela. J'aime cette bravoure ancienne... Dieu aime que nous soyons courageux.
Cette fidélité jusqu'à la mort est l'arme la plus puissante que possède l'Église. Le livre de l'Apocalypse nous le révèle au chapitre 12, verset 11 :
11 Et ils l'ont vaincu par le sang de l'Agneau et par la parole de son témoignage ; et ils n'ont pas aimé leur vie jusqu'à la mort.
[Révélation 12:11]
C'est le sang de l'Agneau qui nous rachète, qui nous purifie. Mais c'est « la Parole de son témoignage », vécue et proclamée sans crainte, même face à la mort, qui l'emporte sur l'accusateur. C'est à travers cette fidélité inconditionnelle que se révèle le vrai caractère d'un témoin : celui qui n'aime sa propre vie qu'à la vérité et à l'appel de Dieu. Il fait écho aux paroles de notre Seigneur dans Matthieu 10:22 :
22 Et tu seras haï de tous à cause de mon nom ; mais celui qui persévérera jusqu'à la fin sera sauvé.
(Matthieu 10:22)
Donc, l'appel final de ce message est celui-ci, je cite le paragraphe 86 : « Notre Dieu est capable de nous délivrer de la fournaise ardente ; mais, même ainsi, si ce n'est pas le cas, nous ne nous prosternerons pas, nous mourrons comme de vrais témoins.
Que Dieu nous accorde cette Grâce. Être des témoins authentiques, véridiques, jusqu'à la fin. Pour qu'un jour, en passant de l'autre côté, nous puissions dire comme l'apôtre Paul dans 2 Timothée 4:7-8 :
7 J'ai combattu le bon combat, j'ai achevé la course, j'ai gardé la foi.
8 Pour le reste, j'ai préparé pour moi la couronne de justice, que le Seigneur, le juste juge, me donnera en ce jour-là ; et pas seulement à moi, mais aussi à tous ceux qui aiment sa venue.
[2 Timothée 4:7-8]
CONCLUSION
C'est pourquoi, frères et sœurs bien-aimés, nous arrivons à la fin de notre examen du message des « Témoins ». Nous avons cheminé ensemble depuis la définition de ce qu'est un vrai témoin – quelqu'un qui sait par expérience personnelle – nous avons compris la différence cruciale entre un croyant passif et un témoignage actif par le Saint-Esprit, et nous avons vu l'immense puissance d'une vie transformée qui devient une lettre lue par tous les hommes. Nous avons ressenti l'urgence de cet appel au temps de la fin, et nous avons été inspirés par l'appel à être fidèles jusqu'à la mort.
Mais maintenant, la prédication se termine et l'introspection commence. L'écho de la voix du prophète s'éteint et, dans le silence de votre propre cœur, l'Esprit Saint vous pose la question finale. Après avoir entendu cette Parole, pouvons-nous encore être satisfaits d'une foi théorique, d'une appartenance à une église, d'un simple assentiment intellectuel à la vérité ?
Ce Message nous met au défi de nous examiner à la Lumière de l'Éternité : Suis-je seulement un croyant, ou suis-je un témoin ? Ma vie, dans le calme de ma maison, dans l'agitation de mon travail, dans la solitude de mes pensées, démontre-t-elle la réalité d'un Christ vivant ? Ou mon christianisme est-il un masque que je porte le dimanche ? Mon expérience personnelle avec Dieu est-elle si réelle, si tangible, que je peux l'affirmer avec la même conviction que l'aveugle guéri : « Une chose que je sais, c'est qu'ayant été aveugle, maintenant je vois » ?
Frère Branham, concluant son message, nous laisse avec une image belle et profonde de ce qu'est un témoin. Il nous demande d'observer la nature, et je cite le paragraphe 240 : « J'ai observé le matin, quand la rosée tombe du ciel. Et vous observez cela quand le soleil se lève, cette petite rosée, regardez-la briller comme une petite étoile. Qu’est-ce que c’est? C'est un témoin.
Pensez-y un instant. Cette petite gouttelette de rosée ne génère pas sa propre lumière. Il ne cherche pas à briller. Il existe tout simplement, tombé du ciel, et son seul but est de rester immobile et de refléter la lumière d'un soleil levant. C'est un témoignage silencieux mais parfait que le soleil existe et qu'il est encore à venir. Frère Branham poursuit en disant, je cite le même paragraphe 240 : « Il est témoin de ce soleil, pour l'élever. C'est allé quelque part. Elle sait de quoi il s'agit. Et tout homme ou toute femme qui naît de l'Esprit de Dieu est témoin de la résurrection de Jésus-Christ.
Peut-être, en cette heure, vous sentez-vous petit, insignifiant, comme une simple goutte de rosée dans un vaste champ. Mais l'appel n'est pas d'être grand, mais d'être pur. Il ne s'agit pas de générer notre propre lumière, mais de refléter la lumière du Christ. Permettre à la vie qui est tombée du ciel sur nous, la vie du Saint-Esprit, de refléter simplement le Soleil de justice, Jésus-Christ, dans tout ce que nous faisons et sommes.
Puisse ce Message ne pas être simplement un autre sermon que nous avons entendu. Puisse-t-il être une graine plantée au plus profond de notre âme. Que l'Esprit Saint, qui a promis la « vertu », non seulement nous visite, mais qu'il sature notre être, nous transformant de croyants craintifs en témoins courageux. Pour que nos vies, à partir d'aujourd'hui, soient un témoignage indéniable qu'Il vit, et que nous puissions être ces témoins dont Dieu a désespérément besoin en cette heure finale, en commençant par notre propre « Jérusalem », en s'étendant à notre « Judée », à notre « Samarie » et aux extrémités de la terre.
Chers auditeurs, avant de nous dire au revoir, unissons nos âmes et nos esprits dans une dernière prière. Inclinons la tête où que nous soyons.
Prions : Père céleste, dans la sublime et sainte révérence de Ta Présence, nous arrivons devant Ton Trône de Grâce à la fin de ce voyage. Nous te rendons grâce, Seigneur, pour la Parole vivante et efficace, plus tranchante que n'importe quelle épée à deux tranchants. Merci pour la lumière qui a brillé de cette chaire en 1953 et qui a atteint nos cœurs aujourd'hui à travers le message « Témoins ».
Seigneur, avec un cœur humble, nous te demandons pardon. Pardonnez les fois où nous nous sommes contentés d'être des croyants de nom seulement, des auditeurs de la Parole mais non des pratiquants. Pardonne-nous d'avoir un semblant de piété, mais de renier Ta Puissance dans notre vie quotidienne. Pardonnez-nous d'offrir au monde un témoignage de seconde main, basé sur ce que d'autres ont dit, plutôt qu'une expérience personnelle et ardente avec vous.
Ô Dieu, en ce jour, nous Te demandons de faire en nous une œuvre réelle et transformatrice. Ne nous laissez pas tels que nous étions ! Nous nous supplions de passer du statut de simples croyants à celui de véritables témoins. Baptise-nous de nouveau avec le feu et la puissance de ton Saint-Esprit. Revêtez-nous de cette « vertu » du Très-Haut que vous avez promise, de cette dynamite spirituelle qui ébranle les âmes et renverse les forteresses de l'ennemi.
Arrache-toi de nous, ô divin potier, la vieille nature qui aime le monde, et crée en nous un cœur d'agneau qui hait la boue du péché. Que notre vie ne soit plus un argument, mais une évidence. Écris ton histoire, non pas avec de l'encre, mais avec ton Esprit, sur les tables charnelles de nos cœurs, afin que nous soyons des lettres vivantes, lues et connues de tous.
Donne-nous, Père, ce courage ancien. Donne-nous la foi de David pour résister aux géants de l'incrédulité. Donne-nous la résolution de Shadrac, de Méschac et d'Abed-Nego de ne pas se prosterner, de ne pas faire de compromis, de rester fidèles même au milieu du feu. Aide-nous à ne pas aimer notre vie au point de te renier.
Et maintenant, Seigneur, nous Te consacrons notre vie. Prends-nous, utilise-nous, envoie-nous comme Tes témoins dans un monde qui périt. Que la Lumière de Ta Vie en nous brille dans les endroits les plus sombres.
Nous le demandons et nous le croyons, ne faisant pas confiance à nos mérites, mais au précieux Sang de l'Agneau et à la puissance de Ta promesse, au Nom qui est au-dessus de tout nom, au Nom de notre Seigneur et Sauveur, Jésus-Christ. Amen et Amen !
Hymne : « TÉMOINS DE SA MAJESTÉ »
Par : Frère Francisco Velázquez Cruz
(A)
De la poussière inerte de mon être,
Ton souffle de vie m'a infusé,
Et dans le silence de mon hier,
Votre Majesté a brillé.
Il ne suffit plus d'entendre
l'histoire de Ta Grande Puissance,
Il est temps pour ma foi de vivre,
et de le faire connaître au monde.
(Refrain)
Nous serons les Témoins de Votre Majesté,
Reflets vivants de Votre Sainteté.
Que dans chaque parole et dans toute ma marche,
Que le monde contemple Ta Gloire sans pareille.
Avec le feu divin, avec la Sainte Passion,
Nous serons la voix de Ta Grande Rédemption.
(B)
Ce n'est pas avec la force de ma voix,
ni avec ma connaissance humaine,
C'est par Ton Esprit, ô Dieu,
que l'âme renaît.
Cette expérience personnelle,
de la Grâce, de l'Amparo et de la Santé,
C'est ma crédibilité retentissante,
mon témoignage de vérité.
(Refrain)
Nous serons les Témoins de Ta majesté,
Reflets vivants de Votre Sainteté.
Que dans chaque parole et dans toute ma marche,
Que le monde contemple Ta gloire sans pareille.
Avec le feu divin, avec la sainte passion,
Nous serons la voix de Ta grande rédemption.
(C)
Bien que géants de la méchanceté
se vantent de leur grande puissance,
Dans ta puissance glorieuse,
Nous savons que nous devons gagner.
Ni la fournaise ardente de l'affliction,
Même la peur ne nous fera pas taire,
Car la conviction est ferme :
Votre Majesté doit triompher.
(Pont)
Que notre vie soit un autel,
un chant d'adoration,
Qui attirera les perdus dans Ta maison,
et montre Ta véritable compassion.
Pas pour nous, mais pour Toi,
par Ton sublime et grand amour,
Nous prenons la position ici,
d'être des témoins de Ton honneur.
(Refrain)
Nous serons les Témoins de Ta majesté,
Reflets vivants de Votre Sainteté.
Que dans chaque parole et dans toute ma marche,
Que le monde contemple Ta gloire sans pareille.
Avec le feu divin, avec la sainte passion,
Nous serons la voix de Ta grande rédemption.
Introdução
Que a paz de nosso Senhor Jesus Cristo inunde seus corações e seus lares. Sede bem-vindos, queridos ouvintes, a um novo episódio de "A Palavra Falada de Deus", o vosso espaço de encontro e de comunhão, refúgio onde juntos podemos reflectir e aprofundar as verdades eternas que foram ancoradas na Rocha dos séculos. É um imenso e humilde privilégio para mim poder compartilhar com cada um de vocês nesta sagrada hora de devoção.
Hoje, convido-os a uma viagem espiritual no tempo. Uma jornada não para lembrar a história, mas para reviver a unção e o poder que foram derramados em um momento específico. Nossos corações e mentes se voltarão para uma mensagem que é, em si mesma, um pilar, uma joia inestimável tirada da mina inesgotável do profeta de Deus pregando para o nosso tempo, o irmão William Marrion Branham.
Vamos mergulhar nas profundezas de seu sermão intitulado "Testemunhas". Um título simples, mas com uma implicação profunda e eterna. Esta mensagem foi entregue em uma atmosfera carregada da Presença de Deus, em um dia de ressurreição, domingo, 5 de abril, mas no ano de 1953, do púlpito do Tabernáculo Branham em Jeffersonville, Indiana, Estados Unidos. Um lugar que para muitos é um farol de luz, um oásis no deserto espiritual de seu tempo.
Agora, prepare seu espírito e alma. Peço-lhes que não ouçam isso como um simples arquivo de áudio histórico, mas que estejam preparados para receber, porque a unção que acompanhou e sustentou cada palavra dessa mensagem não conhece barreiras de tempo ou espaço. Essa mesma unção que ressoa através dos tempos, e hoje, pela pura Graça e Misericórdia de nosso Deus, vamos trazê-la para nossas casas, para nossos carros, para nossos locais de trabalho e, o mais importante, para os recessos mais íntimos de nossos corações.
Portanto, deixemos de lado as distrações do mundo. Vamos silenciar o barulho do lado de fora para que possamos ouvir o pequeno sussurro do Espírito Santo. Abramo-nos amplamente à Revelação e à Palavra viva que nos foi dada por meio deste servo escolhido, um homem enviado por Deus para chamar uma Noiva da confusão e de volta à Palavra original. Vamos explorar juntos o que significa, na plenitude de seu poder, ser uma verdadeira testemunha de Jesus Cristo nesta hora final neste tempo do fim.
O irmão Branham, naquele estilo distinto, direto e ungido concedido a ele pelo Espírito Santo, prontamente nos leva ao cerne da questão: Para o que fomos chamados? Qual é o nosso propósito final como crentes nesta terra? A resposta que ressoa ao longo desta mensagem é clara e forte: somos chamados a ser testemunhas.
Mas antes de definir o que é um testemunho, o profeta põe o dedo no ponto sensível da condição espiritual do seu tempo, uma condição que infelizmente ainda hoje se aplica. Ele enfatiza a necessidade imperiosa da presença real e tangível de Deus em nossas vidas e em nossas reuniões. O irmão Branham lamentou profundamente a condição de uma igreja que se tornou formal, uma igreja onde a doutrina, os credos e os rituais tomaram o lugar do Espírito vivo. Ele nos adverte sobre o maior perigo que a cristandade enfrenta, e não são tabernas ou lugares de vício. Com surpreendente clareza, ele nos diz no parágrafo 48: "Isso é o que está nos machucando mais do que nunca: são pessoas que professam ser cristãs e não vivem isso. Essa é a coisa, viu? Eles não são uma testemunha correta."
Essa declaração nos leva diretamente à advertência do apóstolo Paulo em 2 Timóteo capítulo 3, versículo 5, que diz: "Tendo aparência de piedade, mas tendo negado o seu poder; evite-os." É precisamente essa "aparência" sem "eficácia", essa profissão sem posse, que o irmão Branham identifica como o maior obstáculo para o avanço do evangelho.
É por isso que, desde o início, ele nos ensina que uma verdadeira testemunha não é aquela que simplesmente recita dogmas ou que memorizou um catecismo. Ser testemunha vai infinitamente mais longe. É ser alguém que teve um encontro pessoal, real e transformador com o Cristo ressuscitado, e que agora vive essa experiência continuamente. A vida de uma testemunha não é um argumento, é uma evidência constante da Obra de Deus.
O irmão Branham estabelece um requisito indispensável, uma Qualificação Divina, antes que alguém possa assumir este papel sagrado. Ele nos lembra das últimas palavras de Jesus aos seus discípulos, a Instrução que precedeu a Grande Comissão, e cito o parágrafo 44: "E Jesus pensou, ele disse isso, que antes que eles pudessem se tornar Suas testemunhas, 'Eles devem esperar em Jerusalém até que sejam dotados de Poder do alto', então eles seriam as testemunhas, em todo o mundo. "
Aqui está a chave. Não se trata de nossa eloqüência, nossa educação teológica ou nosso entusiasmo. O pré-requisito é uma experiência pessoal com o Poder do Alto, o batismo do Espírito Santo. É essa experiência que transforma um simples crente em uma testemunha dinâmica. O profeta explica isso usando uma analogia legal muito poderosa, cito o parágrafo 43: "Agora, nos tribunais, uma testemunha tem que saber alguma coisa. Não é qualquer um que pode entrar e ser uma testemunha; tem que ser alguém que saiba alguma coisa.... Você não pode dizer: 'A senhorita fulano de tal me contou, ou o Sr. Fulano de Tal, ou o reverendo Fulano de Tal me contou'. Ele é uma testemunha, mas você não é."
Vocês veem isso, amados ouvintes? Nosso testemunho não pode ser de segunda mão. Não podemos testemunhar efetivamente de uma Salvação que não experimentamos, de uma Paz que não possuímos, de um Poder que não operou em nós. O irmão Branham conclui este ponto de abertura com uma verdade que deve nos abalar, cito o parágrafo 47: "E, portanto, não há homem que possa testificar exatamente da ressurreição de Cristo, mas somente pelo Espírito Santo. Você mesmo deve ser uma testemunha pessoal; ter estado lá, saber algo sobre isso, saber do que ele está falando."
Ser testemunha, então, é ter "estado lá" espiritualmente, naquele encontro onde Cristo se tornou real, onde a vida velha morreu e uma nova vida começou. É saber, sem dúvida, do que e de quem estamos falando.
O QUE SIGNIFICA SER TESTEMUNHA?
Chegamos agora ao primeiro grande pilar desta mensagem: O que realmente significa ser uma Testemunha?
Para o irmão Branham, ser testemunha não é uma sugestão, não é uma opção para os mais eloquentes ou os mais corajosos. é um Mandato Divino, é o próprio cumprimento da Grande Comissão. E para estabelecer esse fundamento, ele nos leva diretamente à escritura que é a espinha dorsal de toda essa pregação, o manual de instruções para a Igreja nascente, encontrado no livro dos Atos do Espírito Santo nos Apóstolos, capítulo 1, versículo 8:
8 Mas recebereis o poder do Espírito Santo, que descerá sobre vós; e ser-me-eis testemunhas em Jerusalém, em toda a Judéia e Samaria, e até os confins da terra.
[Atos 1:8]
Olhe atentamente para a sequência. Não é "vá e seja testemunha, e talvez você receba poder". A Ordem Divina é inalterável: primeiro, a recepção do Poder; depois, e só então, a ação de ser testemunhas. O irmão Branham enfatiza que essa "virtude", essa potência – em grego "dunamis", da qual vem nossa palavra "dinamite" – do Espírito Santo, é a qualificação indispensável para ser uma testemunha eficaz. Não é pela força humana, não é pelo intelecto, não é pelos seminários; é pelo Poder do Espírito.
E é aqui que o profeta nos dá uma das definições mais claras e penetrantes que encontraremos. Ele despoja o testemunho de toda teoria e o ancora na realidade de uma vida transformada. Ouçam atentamente esta verdade fundamental, e cito o parágrafo 45: "Nos tribunais, há dois tipos de testemunhas que testemunham, e são, pela vista ou pela audição. Você tem que ouvir, ou você tem que ver, antes de poder ser uma testemunha em um caso sério nos tribunais.
E aplicando isso ao plano espiritual, o irmão Branham continua, e cito o parágrafo 47: "E, portanto, não há homem que possa testemunhar exatamente da ressurreição de Cristo, mas somente pelo Espírito Santo. Você mesmo deve ser uma testemunha pessoal; ter estado lá, saber algo sobre isso, saber do que ele está falando."
Que revelação profunda! Nosso testemunho não pode ser de segunda mão. Não podemos ficar diante de um mundo que perece e dizer: "Meu pastor me disse", ou "Eu li em um livro", ou ouvi no podcast "A Palavra Falada de Deus". Não! O diabo ri desse testemunho dado. O mundo precisa ver e ouvir homens e mulheres que "estiveram lá". Pessoas que podem dizer: "Eu era cego e agora vejo. Eu estava perdido e fui encontrado. Eu estava preso pelo pecado e agora estou livre.
O irmão Branham insiste que não podemos testificar de algo que não experimentamos. E nos confronta com perguntas que vão direto à alma: Vimos Deus trabalhando em nossas próprias vidas? Sentimos Sua Presença Real, não apenas uma emoção de domingo? Experimentamos Seu Poder de Cura em nossos corpos, Seu Poder Transformador em nosso caráter? Se a resposta for sim, então, e somente então, temos algo genuíno para testemunhar. Não somos um eco; Nós somos uma voz. Não somos um repetidor; somos criadores de uma experiência com o Deus Vivo.
A DIFERENÇA ENTRE UM CRENTE E UMA TESTEMUNHA
Passamos agora a uma distinção que é absolutamente crucial no ministério do irmão Branham, e que ele destaca com clareza inconfundível nesta mensagem. É este ponto número dois de nossa revisão: A diferença entre um crente e uma testemunha.
Esta não é uma simples questão de semântica; É uma diferença que define o abismo entre uma religião passiva e uma fé viva e ativa. O profeta nos ensina que nem todo mundo que se diz "crente" é automaticamente uma "testemunha" no sentido bíblico e pleno da palavra. Muitos, multidões, acreditam em Jesus de Nazaré de uma forma intelectual e histórica. Eles aceitam os fatos do evangelho. Mas nem todos são Suas testemunhas ativas, ardentes e demonstrativas.
Qual é a linha divisória? É uma experiência pessoal. Ouça como o irmão Branham articula isso, cito o parágrafo 49: "Eles não podem testemunhar até que tenham uma experiência. E quando eles têm uma experiência, então eles se tornam testemunhas, automaticamente, porque nascem de novo."
Aí está o cerne da verdade. Uma pessoa pode frequentar a igreja por toda a vida, pode ser batizada e conhecer a Bíblia da cauda ao fundo, mas se não tiver tido essa experiência transformadora do novo nascimento, seu testemunho não terá o poder e a autenticidade que convencem o mundo. Sua fé continua sendo uma teoria, não uma realidade vivida. O profeta lamenta o dano que isso causa, ele nos diz no parágrafo 51: "As pessoas testificam e dizem que são cristãs, e saem e vivem outras vidas. E o incrédulo entra e vê isso, ele diz: 'Bem, olhe lá!'".
Para ilustrar o que é um testemunho genuíno, pense no homem que nasceu cego no capítulo 9 do Evangelho segundo João. Depois que Jesus o curou, os fariseus, os estudiosos religiosos de sua época, o encurralaram, tentando enredá-lo com teologia e argumentos. Eles queriam que ele analisasse, debatesse, negasse. Mas sua resposta foi uma obra-prima de testemunho pessoal. Ele não lhes ofereceu um tratado teológico. Ele não citou os profetas. Ele simplesmente declarou sua experiência.
Vamos ouvir São João, capítulo 9, versículo 25:
25 Então ele respondeu e disse: "Se ele é pecador, não sei; uma coisa sei: que, tendo sido cego, agora vejo".
[João 9:25]
Isso, queridos ouvintes, é o coração do testemunho! É uma verdade simples, inegável, pessoal e poderosa. É a dinamite de uma vida transformada. Este homem não testificou do que ouvira ou lera; testemunhou do que havia acontecido com ele. É por isso que o irmão Branham constantemente nos desafia a ir além da mera aceitação intelectual da fé, a não nos contentarmos em simplesmente sermos "crentes" no nome. Ele nos chama a buscar e entrar em um relacionamento vivo, pessoal e demonstrável com o Deus Todo-Poderoso, para que, como aquele cego, possamos dizer com convicção: "Uma coisa eu sei: tive uma experiência!".
O PODER DO TESTEMUNHO VIVO
Chegamos agora à manifestação prática da nossa fé, ao terceiro ponto do episódio de hoje: A força do testemunho vivo.
Aqui o irmão Branham nos leva além da palavra falada para o reino da palavra vivida. Ele enfatiza com grande veemência que o testemunho mais poderoso não é aquele que vem de nossos lábios, mas aquele que irradia de nossas vidas diárias. Nossa própria existência deve ser um eco retumbante da verdade que proclamamos com nossas bocas. Lembrando-se da sabedoria popular, o profeta nos diz no parágrafo 5: "E você conhece o velho ditado: 'Viver um sermão para mim é melhor do que pregar um para mim', há muita verdade nisso".
Uma verdadeira testemunha não conta apenas uma história; é a história. Sua vida é uma prova irrefutável de que um encontro com Cristo muda radicalmente uma pessoa. Essa transformação não é um simples ajuste de comportamento, mas uma mudança completa de natureza. O profeta ilustra isso de uma maneira impossível de esquecer, comparando a natureza do pecador com a de um porco e a do crente com a de um cordeiro. Ouça esta analogia muito gráfica, cito os parágrafos 103 e 104: "Você pega uma porca pobre, lava-a e esfrega-a... Deixe-o ir, ele irá direto para o chafurdar e chafurdar. Esfregá-lo é inútil; ainda tem a natureza de um porco.", ele continua dizendo no parágrafo 104: "E então você pega um cordeiro e o coloca em um atoleiro, ele vai guinchar até que você o arranque. Por que? Ele tem a natureza de um cordeiro.
A Revelação aqui é profunda. A religião humana tenta limpar o "porco", estabelecer regras e resoluções para que ele não volte à lama, mas falha porque a natureza interior não mudou. O verdadeiro novo nascimento, o batismo do Espírito Santo, não apenas purifica o porco; Isso o transforma em um cordeiro! Recebemos uma nova natureza que odeia o pecado e ama a santidade.
É dessa nova natureza que o que a Bíblia chama de fruto do Espírito brota espontaneamente, como lemos em Gálatas 5:22-23:
22 Mas o fruto do Espírito é: caridade, alegria, paz, longanimidade, benignidade, bondade, fé,
23 Mansidão, temperança; contra tais coisas não há lei.
[Gálatas 5:22-23]
Quando o mundo, cansado de discursos vazios, vê em nós um amor genuíno, uma paz que ultrapassa o entendimento, uma paciência inabalável, então não precisa de muitos argumentos. Nossa vida se torna o sermão. O irmão Branham sempre teve como objetivo essa demonstração do poder de Deus, não a mera pregação de teorias. E esta é precisamente a essência do que o apóstolo Paulo ensina em 2 Coríntios 3:2-3. Ele nos diz:
2 Vós sois as nossas cartas, escritas em nossos corações, conhecidas e lidas por todos os homens;
3 Visto que é manifesto que sois a carta de Cristo administrada por nós, escrita não com tinta, mas com o Espírito do Deus vivo; não em tábuas de pedra, mas em tábuas de carne do coração.
[2 Coríntios 3:2-3]
Somos cartas vivas! Uma carta que o mundo pode ler. E esta carta não foi escrita com a tinta da educação ou do esforço próprio, mas com o poder vivificante do Espírito Santo. Este testemunho vivo não deve ser confinado às quatro paredes da igreja. O irmão Branham nos comissiona a levar esta Luz para onde ela é mais necessária, citamos o parágrafo 80: "Mas, irmão, deixe sua Luz brilhar nos lugares escuros, onde ela é realmente necessária, lá nas sebes e nas estradas... Onde quer que você esteja, deixe sua Luz brilhar como testemunha."
A NECESSIDADE DO TESTEMUNHO DO FIM DOS TEMPOS
Entramos agora numa dimensão profética da mensagem, um ponto que ressoa com particular urgência nos nossos dias. O Quarto Ponto: A Necessidade do Testemunho do Fim dos Tempos.
O irmão Branham, como um profeta ungido com uma visão clara do tempo em que viveu, entendeu que, à medida que a história se aproximava de seu clímax, a batalha entre a verdade e o erro se intensificaria de uma forma sem precedentes. Ele previu um tempo, nosso tempo, em que o mundo religioso estaria tão cheio de sistemas, denominações, credos e teologias humanas, que a alma sincera se encontraria confusa, sem saber para onde olhar. Em meio a essa névoa espiritual, qual seria o farol de Deus? Qual seria Seu padrão infalível? A manifestação viva do Espírito Santo na vida de Suas Testemunhas.
Para ilustrar esse conflito, o profeta nos leva a uma das histórias mais dramáticas do Antigo Testamento: Davi contra Golias. Nesta narrativa, Golias não é simplesmente um gigante de carne e osso; ele é um tipo do sistema mundano e religioso, grande, arrogante e educado, que desafia o povo de Deus. Ouça como o irmão Branham o aplica à nossa época, cito o parágrafo 133: "E Davi disse: 'Quem é este homem?' Disse: "Você me diz que vai deixar aquele filisteu incircunciso ficar ali e desafiar os exércitos do Deus vivo? Não há ninguém para ficar lá e testificar dos poderes de Deus!"
O profeta então define esse "incircunciso" não em termos carnais, mas em termos espirituais. A verdadeira circuncisão é a do coração, operada pelo Espírito Santo. Assim, o "Golias" moderno são sistemas religiosos que têm forma e educação, mas negam o poder.
O irmão Branham nos diz no parágrafo 149: "Agora somos circuncidados pelo Espírito Santo... E você quer me dizer, o que permite que esses Doutores em Divindade, e Ph.D., e D.L.D., e duplo D, fiquem lá e nos digam que "a velha religião não está certa"? Quando, o batismo do Espírito Santo prova que Isso é certo."
E como ele lida com esse gigante? Não com sua própria armadura. Quando Davi recebeu a armadura teológica de Saul, ele a rejeitou. O irmão Branham nos diz no parágrafo 156: "Ele disse: 'Tire isso das minhas costas. Eu não preciso do seu Ph.D.' Amém! Ele disse: 'Eu sou uma testemunha!' Sobre o quê? Ele disse: 'Eu nunca tentei esse tipo de coisa. Não sei nada de sua teologia. Deixe-me ir pelo caminho que o Senhor me livrou do leão e do urso.'"
Essa é a chave para o fim dos tempos! O verdadeiro testemunho não baseia a sua confiança naquilo que aprendeu num seminário, mas naquilo que experimentou no seu encontro pessoal com Deus. Sua confiança está ancorada na vitória sobre o "leão" da raiva e o "urso" da incredulidade em sua própria vida. É essa experiência que lhe dá autoridade para enfrentar qualquer desafio, declarando como Davi, cito do parágrafo 166: "Você me encara como um filisteu ... com armadura e com uma lança. Mas eu te enfrento em nome do Senhor Deus de Israel."
E é precisamente neste "Nome do Senhor" que reside o poder que confirma o testemunho. Isso nos leva diretamente à promessa imutável de nosso Senhor Jesus Cristo em Marcos 16:17-18:
17 E estes sinais seguirão aos que crerem: Em meu nome expulsarão demônios; eles falarão novas línguas;
18 Removerão as serpentes, e se beberem alguma coisa mortífera, não lhes fará mal; Sobre os enfermos imporão as mãos e serão curados.
[Marcos 16:17-18]
O irmão Branham insistiu durante toda a sua vida que essas promessas não eram um mero registro histórico para a igreja primitiva. Eles são a herança e o cartão de identificação de todas as testemunhas verdadeiras em todas as épocas. Esses sinais e maravilhas não são um espetáculo para entreter, mas a Confirmação Divina de que a Palavra pregada é a Verdade. Eles são o Selo de Deus sobre a vida de Sua testemunha, uma testemunha sobrenatural que silencia os argumentos de um mundo incrédulo e corta o engano religioso. Nesta hora final, mais do que nunca, o mundo precisa ver um testemunho que não seja apenas de palavras, mas do poder e demonstração do Espírito Santo.
O FIEL TESTEMUNHO ATÉ AO FIM
E assim chegamos ao clímax de nosso chamado, ao Selo que autentica toda a nossa experiência. O quinto e último ponto: a testemunha fiel até o fim.
Finalmente, a mensagem do irmão Branham é um poderoso chamado à fidelidade e perseverança inabaláveis em nosso papel sagrado como testemunhas. Ele nos lembra, sem adoçar a verdade, que o caminho do testemunho não é um desfile de popularidade. É um caminho de batalha. Haverá oposição, haverá zombaria e, para muitos ao longo da história, houve perseguição até a morte. Mas nossa recompensa é tão grande que faz com que qualquer sofrimento terreno pareça insignificante.
O profeta nos adverte que ser uma testemunha genuína tem um custo. O mundo que jaz nas trevas não amará a Luz que expomos. O irmão Branham nos diz no parágrafo 78: "E às vezes há uma penalidade que vem com ser uma testemunha. Às vezes, quando você testifica de Deus, você tem que sofrer um pouco." Lugo acrescenta esta verdade solene no parágrafo 81: "E todo homem que testifica de Deus terá que passar por provações de fogo."
A prova de fogo não é uma possibilidade; é uma certeza. E para ilustrar a atitude da testemunha fiel no meio do fogo, o irmão Branham nos leva à planície de Dura, diante da fornalha ardente de Nabucodonosor. Lá, três jovens hebreus — Sadraque, Mesaque e Abednego — nos deram uma aula magistral sobre o que significa ser fiel até o fim. Quando tiveram a opção de se curvar ou queimar, sua resposta se tornou o hino dos mártires de todas as épocas.
O irmão Branham parafraseia Daniel 3:17, parágrafo 86: "Nosso Deus é poderoso para nos livrar da fornalha ardente; mas, mesmo assim, se isso não acontecer, não nos curvaremos, morreremos como verdadeiras testemunhas." Que resolução! Que coragem! "Mas se não..." Essas três palavras separam o crente casual da testemunha comprometida. Sua fé não estava condicionada à libertação; estava ancorado na Soberania de Deus, não importando o resultado. Esse é o tipo de caráter que Deus busca. O irmão Branham nos diz no parágrafo 87: "Eu gosto disso. Eu gosto dessa bravura antiga... Deus gosta que sejamos corajosos."
Esta fidelidade até à morte é a arma mais poderosa que a Igreja possui. O livro de Apocalipse nos revela isso no capítulo 12, versículo 11:
11 E o venceram pelo sangue do Cordeiro e pela palavra do seu testemunho; e não amaram a sua vida até à morte.
[Apocalipse 12:11]
É o sangue do Cordeiro que nos redime, que nos purifica. Mas é "a Palavra do Seu Testemunho", vivida e proclamada sem medo, mesmo diante da morte, que vence o acusador. É através desta fidelidade incondicional que se revela o verdadeiro carácter de uma testemunha: aquele que ama a própria vida apenas à verdade e ao chamamento de Deus. Ele ecoa as palavras de nosso Senhor em Mateus 10:22:
22 E sereis odiados de todos por causa do meu nome; mas aquele que perseverar até o fim será salvo.
[Mateus 10:22]
Portanto, a chamada final desta mensagem é esta, cito o parágrafo 86: "Nosso Deus é poderoso para nos livrar da fornalha ardente; mas, mesmo assim, se isso não acontecer, não nos curvaremos, morreremos como verdadeiras testemunhas."
Que Deus nos conceda essa graça. Ser testemunhas genuínas e verdadeiras, até o fim. Para que um dia, ao passarmos para o outro lado, possamos dizer como o apóstolo Paulo em 2 Timóteo 4:7-8:
7 Combati o bom combate, terminei a carreira, guardei a fé.
8 Quanto ao resto, a coroa da justiça está guardada para mim, a qual o Senhor, justo juiz, me dará naquele dia; e não só a mim, mas também a todos os que amam a sua vinda.
[2 Timóteo 4:7-8]
CONCLUSÃO
E assim, amados irmãos e irmãs, chegamos ao fim de nossa revisão da mensagem das "Testemunhas". Caminhamos juntos desde a definição do que é uma verdadeira testemunha – alguém que sabe por experiência própria – entendemos a diferença crucial entre um crente passivo e uma testemunha ativa do Espírito Santo, e vimos o imenso poder de uma vida transformada que se torna uma carta lida por todos os homens. Sentimos a urgência desse chamado no tempo do fim e fomos inspirados pelo chamado para sermos fiéis até a morte.
Mas agora, a pregação termina e a introspecção começa. O eco da voz do profeta desaparece e, no silêncio do seu próprio coração, o Espírito Santo lhe faz a pergunta final. Depois de ouvir esta Palavra, ainda podemos ficar satisfeitos com uma fé teórica, uma membresia em uma igreja, um simples assentimento intelectual à verdade?
Esta Mensagem nos desafia a nos examinarmos na Luz da Eternidade: sou apenas um crente ou sou uma testemunha? Minha vida, na quietude de minha casa, na agitação de meu trabalho, na solidão de meus pensamentos, demonstra a realidade de um Cristo vivo? Ou meu cristianismo é uma máscara que uso aos domingos? Minha experiência pessoal com Deus é tão real, tão tangível, que posso declará-lo com a mesma convicção do cego curado: "Uma coisa sei, que tendo sido cego, agora vejo"?
O irmão Branham, concluindo sua mensagem, nos deixa com uma bela e profunda imagem do que é um testemunho. Ele nos pede para observar a natureza, e cito o parágrafo 240: "Eu observei pela manhã, quando o orvalho cai dos céus. E você o observa quando o sol nasce, aquele pequeno orvalho, o vê brilhar como uma pequena estrela. O que é? Ele é uma testemunha."
Pense nisso por um momento. Essa pequena gota de orvalho não gera sua própria luz. Ele não se esforça para brilhar. Ele simplesmente existe, caído do céu, e seu único propósito é ficar parado e refletir a luz de um sol nascente. É um testemunho silencioso, mas perfeito, de que o sol existe e ainda está por vir. O irmão Branham continua dizendo, cito o mesmo parágrafo 240: "Ele é uma testemunha desta luz do sol, para levantá-la. Tem estado em algum lugar. Ela sabe do que se trata. E todo homem ou mulher que nasce do Espírito de Deus é testemunha da ressurreição de Jesus Cristo."
Talvez, nesta hora, você se sinta pequeno, insignificante, como uma mera gota de orvalho em um vasto campo. Mas o chamado não é para ser grande, mas para ser puro. Não é para gerar nossa própria luz, mas para refletir a Luz de Cristo. Permitir que a Vida que caiu sobre nós do Céu, a vida do Espírito Santo, simplesmente reflita o Sol da Justiça, Jesus Cristo, em tudo o que fazemos e somos.
Que esta Mensagem não seja apenas mais um sermão que ouvimos. Que seja uma semente plantada no fundo de nossa alma. Que o Espírito Santo, essa "virtude" prometida, não apenas nos visite, mas sature nosso ser, transformando-nos de crentes temerosos em testemunhas corajosas. Que nossas vidas, a partir de hoje, possam ser um testemunho inegável de que Ele vive, e que possamos ser aquelas testemunhas de que Deus precisa desesperadamente nesta hora final, começando com nossa própria "Jerusalém", estendendo-se à nossa "Judéia", à nossa "Samaria" e aos confins da terra.
Amados ouvintes, antes de nos despedirmos, unamos nossas almas e espíritos em uma oração final. Vamos inclinar nossas cabeças onde quer que estejamos.
Oremos: Pai Celestial, na sublime e santa Reverência de Tua Presença, chegamos diante de Teu Trono de Graça no final desta jornada. Nós te agradecemos, Senhor, pela Palavra viva e eficaz, mais afiada do que qualquer espada de dois gumes. Obrigado pela Luz que brilhou daquele púlpito em 1953 e que chegou aos nossos corações hoje através da mensagem "Testemunhas".
Senhor, com corações humildes, pedimos perdão. Perdoe as vezes em que nos contentamos em ser crentes apenas no nome, ouvintes da Palavra, mas não praticantes dela. Perdoe-nos por ter uma aparência de piedade, mas negar o Seu Poder em nossas vidas diárias. Perdoe-nos por oferecer ao mundo um testemunho de segunda mão, baseado no que os outros disseram, em vez de uma experiência pessoal e ardente com você.
Ó Deus, neste dia pedimos que faças em nós uma obra real e transformadora. Não nos deixe iguais a nós! Imploramos que sejamos transformados de meros crentes em verdadeiras testemunhas. Batizai-nos novamente com o Fogo e o Poder do Vosso Espírito Santo. Vista-nos com essa "virtude" do Alto que você prometeu, essa dinamite espiritual que sacode as almas e derruba as fortalezas do inimigo.
Arranca de nós, ó Divino Oleiro, a velha natureza que ama o mundo, e cria em nós um coração de cordeiro que odeia a lama do pecado. Que nossas vidas não sejam mais um argumento, mas uma evidência. Escreva Sua História, não com tinta, mas com Seu Espírito, nas tábuas carnais de nossos corações, para que possamos ser cartas vivas, lidas e conhecidas por todos.
Dá-nos, Pai, aquela antiga coragem. Dá-nos a fé de Davi para enfrentar os gigantes da incredulidade. Dê-nos a determinação de Sadraque, Mesaque e Abednego de não se curvar, de não transigir, de permanecer fiel mesmo no meio do fogo. Ajude-nos a não amar tanto nossas vidas a ponto de negá-lo.
E agora, Senhor, consagramos nossas vidas a Ti. Leve-nos, use-nos, envie-nos como Suas testemunhas para um mundo que está perecendo. Que a Luz da Tua Vida em nós brilhe nos lugares mais escuros.
Pedimos e cremos, confiando não em nossos méritos, mas no precioso Sangue do Cordeiro e no poder de Sua Promessa, no Nome que está acima de todo nome, no Nome de nosso Senhor e Salvador, Jesus Cristo. Amém e amém!
Hino: "TESTEMUNHAS DE SUA MAJESTADE"
Por: Irmão Francisco Velázquez Cruz
(UMA)
Do pó inerte do meu ser,
Seu sopro de vida me infundiu,
E no silêncio do meu ontem,
Sua Majestade brilhou.
Não basta mais apenas ouvir
a história de Seu Grande Poder,
É hora da minha fé viver,
e para torná-lo conhecido ao mundo.
(Refrão)
Seremos Testemunhas de Vossa Majestade,
Reflexões vivas de Vossa Santidade.
Que em cada palavra e em toda a minha caminhada,
Que o mundo contemple Tua glória incomparável.
Com o Fogo Divino, com a Santa Paixão,
Seremos a voz de Sua Grande Redenção.
(B)
Não é com a força da minha voz,
nem com meu conhecimento humano,
É pelo Teu Espírito, ó Deus,
que a alma renasce.
Essa experiência pessoal,
de Graça, Amparo e Saúde,
É minha credencial retumbante,
meu testemunho da verdade.
(Refrão)
Seremos testemunhas de Vossa majestade,
Reflexões vivas de Vossa Santidade.
Que em cada palavra e em toda a minha caminhada,
Que o mundo contemple Sua glória incomparável.
Com o Fogo Divino, com a santa paixão,
Seremos a voz de Sua grande redenção.
(C)
Embora gigantes da maldade
vangloriar-se de seu grande poder,
Em Teu glorioso poder,
Sabemos que temos que vencer.
Nem a fornalha ardente da aflição,
Nem mesmo o medo nos silenciará,
Pois a convicção é firme:
Sua majestade deve triunfar.
(Ponte)
Que nossa vida seja um altar,
uma canção de adoração,
Que atrairá os perdidos para a Sua casa,
e mostre Sua verdadeira compaixão.
Não por nós, mas por Ti,
por Seu sublime e grande amor,
Tomamos a posição aqui,
para ser testemunhas de Sua honra.
(Refrão)
Seremos testemunhas de Vossa majestade,
Reflexões vivas de Vossa Santidade.
Que em cada palavra e em toda a minha caminhada,
Que o mundo contemple Sua glória incomparável.
Com o Fogo Divino, com a santa paixão,
Seremos a voz de Sua grande redenção.
NOTA SOBRE LOS DERECHOS DE AUTOR
Este sitio web posee contenido con derechos reservados. Puede ser compartido de forma gratuita para propagar el Evangelio de Jesucristo. Se permite su reproducción en masa, publicarlo en sitios web, redes sociales, traducir a otros idiomas dando el crédito al escritor de este contenido. Se prohíbe la venta o recaudación de fondos de cualquier contenido en este sitio web. Para más información puede escribirnos a:
LA PALABRA HABLADA DE DIOS
PO Box 2017 PMB 345
Las Piedras, PR 00771